Revista europea de historia de las ideas políticas y de las instituciones públicas
ISSN versión electrónica: 2174-0135
ISSN versión impresa: 2386-6926
Depósito Legal: MA 2135-2014
Presidente del C.R.: Antonio Ortega Carrillo de Albornoz
Director: Manuel J. Peláez
Editor: Juan Carlos Martínez Coll
UNA LIBRA DE CARNE: DERECHO Y LITERATURA
Felipe R. NAVARRO MARTÍNEZ
Resumen: Se recogen textos de William Shakespeare de evidente interés sobre las relaciones entre Derecho y Literatura, dentro de la clausura de actividades del seminario Derecho y Literatura organizado por el catedrático de Filosofía del Derecho José Calvo González, que evidentemente está considerado como una autoridad internacionalmente reconocida en la materia.
Palabras clave: Derecho y Literatura, Pedagogía jurídica, Shakespeare, Justicia, “El mercader de Venecia”.
¿Puede ensayarse esta mañana una definición de Derecho? Tras decenas de ocasiones en las cuales alguien en un aula ha venido oyendo una respuesta similar a No es posible dar una definición única de Derecho, ¿sería posible que afrontando el encargo desde las puras misiones de la Filosofía, generar reflexión, engendrar un concepto, respondiésemos afirmativamente?
Una libra de carne. ¿Podría esa expresión alzarse como respuesta, puede ser el Derecho una medida exacta; la de una libra cabal de carne? Una libra de carne forma parte de un contrato, un pacto privado entre nacionales de dos estados para el cual la amistad sale avalista. En “El mercader de Venecia” los hombres que fueron Shakespeare cuentan de qué modo el Derecho sale al paso en la comedia y en la tragedia y aun en casi cada paso que damos sale al paso; en la elección de un amor, de un destino. La apariencia no es siempre la verdad, al mundo lo engaña el oropel, dirá Basanio. Basanio ama a Porcia y para ese combate del amor pide prestado a Shylock y es Antonio, la amistad como arma en ese combate de terceros del amor, quien sale avalista con una pieza de carne de la zona más cercana al corazón. Basanio habla en cierto instante de la infame defensa que en un juicio encubre la maldad, sin saber aún que gracias a esa defensa, a la mixtificación de su ya esposa Porcia transformada en doctor en Leyes, recuperará no sólo Antonio la carne que presta aval al amor ajeno, sino él mismo hurtará la vergüenza de no haber sabido estar a la altura del favor pedido. No es una infame defensa esa.
Los Seminarios de Derecho y Literatura no reclaman defensa alguna. Si un pobre hombre lee a los hombres que fueron Shakespeare y puede contemplar en él también toda la belleza del Derecho, la defensa ya está completa, la interpretación hecha, la resolución motivada y dictada. Una de las grandes fortunas que me fueron dadas, además de la obra de Shakespeare, es haber sido ocasional partícipe de este empeño de mi amigo y maestro José Calvo González en poner en funcionamiento estos Seminarios. A través de la Literatura contemplé los paisajes del Derecho con mirada de Moisés, incrédulo y algo idiota por no haber sabido ver en ocasiones los amaneceres tras las cordilleras de los códigos. Esta ocasión es una más y no será la última de agradecérselo públicamente, por haber salido mi fiador y confiado en mi solvencia futura en esta historia. Vuelvo a Porcia. Porcia se convierte en Baltasar cerrando una cadena de amores, ella a Basanio, Basanio a Antonio, y afirmaría que Antonio no sólo a su amigo sino también a las leyes de la República de Venecia. Todos comparecen ante el Dux, y en ese espacio que en el exterior se refleja en aguas mansas y pierde el revoque –pues no hay fachada en Venecia que no pierda el revoque y que no resulta pese a ello la más hermosa de las fachadas– afirmo esta mañana que está contenido todo el Derecho: el público y el privado, el internacional, el administrativo, la potestad y la autoridad, la fe pública, el civil, el mercantil, el penal, el procesal; alegan las partes, brilla la defensa de Baltasar, intentan hacerse oír principios y valores –la incitación al perdón y a la clemencia y a la convivencia quiero yo leer en El mercader–; también comparecen en sala la cerrazón dogmática, la ceguera ante el brillo áureo de la literalidad de la norma. En ese campo de Marte aparece Baltasar, y rescata al Derecho para la Justicia, con todo lo que debe contener la Justicia, al menos para aquellos hombres que fueron Shakespeare, que es como decir para todos nosotros. Porcia por amor entona un canto de amor al Derecho, a la hermosa interpretación del Derecho, re-crea todo el paisaje que las partes y el tribunal ven en ese momento, y lo transforma: esa transformación en otra historia que será contada una y otra vez es siempre la victoria del Derecho. No es ésta una infame defensa, imaginamos que Porcia extramuros de Venecia, de la obra, se lo dirá a Basanio en campo de plumas, no hay infame defensa, es hermosa la defensa; la de abogado, le dirá Porcia extramuros de Venecia convocando a Voltaire, es una de las más hermosas profesiones de la tierra. Vuelvo a Porcia, Porcia, una mujer en un mundo de hombres ciegos, es la única que alcanza a ver la luz, como suele pasar; Porcia hecha Baltsar nos cuenta, esto es, la Literatura cuenta al Derecho, que el Derecho para ser Justicia debe ser como la Gran Literatura: preciso, exacto, milimétrico; no derramará una gota de sangre, ni pasará en más o en menos de la fracción de un vigésimo de gramo, ni inclinará el fiel de la balanza un pelo siquiera, la misma balanza que aparece en manos de Astraea en el relieve que ilustra el Diploma que ustedes han recibido.
La balanza. La imagen de la Justicia. Un mundo exterior a veces, cada vez quizás más, sombrío; un mundo interior, el del Derecho, también sombrío y que parece ajeno a lo que suceda fuera de sus salas de vistas; aquel de pronto es iluminado desde una sala de juicios con una decisión, una interpretación jurídica. La resolución de Porcia consolida la República, las leyes de la República, la pública fe en la República. Uno aprende esto leyendo no un Código, no la norma a veces voluble y promiscua, cambiante, sino a Shakespeare. Aprende en una facultad de Derecho que la Literatura puede enseñar más leyes, y desde luego más a trabajar con las leyes, que muchos manuales; por eso estos Seminarios son imprescindibles, porque el conocimiento del mundo fuera de las salas, fuera del código, sólo es posible al jurista merecedor de tal nombre, a través de la Literatura, de las Humanidades. No podrá verterse una gota de sangre de más, no deberá; no deberá la balanza inclinarse perdiendo su equilibrio ni el grosor de un pelo. El empeño no está exento de enormes riesgos; en un previo pasaje, sobre el amor y que yo quiero interpretar, esto es, contar de este otro modo, Basanio lee en un rudo cofre de plomo: «Quién me elija debe darlo y arriesgarlo todo». Dentro del cofre con menos aprecio ‒y fácilmente puede verse en ello una metáfora del escaso aprecio público al Derecho y del descrédito sin aval de la Justicia‒, que es el cofre elegido por Basanio frente al oro y a la plata, está la imagen de la bella Porcia, la imagen de la belleza. No está exenta de riesgos la elección, para Basanio y para nosotros, pero el premio en este relato, en esta aventura, como en todas las historias que merecen ser narradas, es grande, como una cesta que fuese llenándose de las mejores mercaderías del mundo conocido y que brillasen bajo el sol otoñal en los puestos de Rialto: el amor de la dama; la utilidad del Derecho cuando emplea las armas de la Retórica; la victoria de las letras sobre las armas; la vida de un hombre, nada menos que la vida de un hombre; el triunfo, y hemos de creer que será posible siempre ese triunfo, de la Justicia. Muchas gracias. [Recibido el 30 de junio de 2014].
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