Revista europea de historia de las ideas políticas y de las instituciones públicas


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Director: Manuel J. Peláez
Editor: Juan Carlos Martínez Coll


TACHADURA VS. CORRECCIÓN. ACERCA DEL ‘TACHADO DE LOS HECHOS’ EN “REPORTAJE AL PIE DE LA HORCA”, DE JULIUS FUČIK (1903-1943)

Felipe R. NAVARRO MARTÍNEZ

Resumen: Una nueva edición española de un clásico de la literatura concentracionaria, cuyo final fue parcialmente omitido en un párrafo substancial durante el período comunista checoeslovaco, permite analizar cuestiones relativas a la construcción del testimonio, censura, coherencia en la construcción del relato de hechos y verosimilitud.

Palabras clave: Julius Fučik (1903-1943), Literatura concentracionaria, Memorias, Reportaje-Testimonio, Censura, Verosimilitud, Comunismo, Post-Comunismo.

Julius Fučik, periodista comunista checo, mártir antifascista, fue ahorcado la madrugada del 7 al 8 de septiembre de 1943 en la cárcel de Plötzsensee, Berlín. Había sido detenido el 24 de abril de 1942 en Praga. Desde ese día, y hasta esa noche en que se había roto la guillotina de la prisión y estuvieron ahorcando gente de una luz a otra, de ocho en ocho muertos, haciendo que los ochos siguientes contemplaran la agonía de los ocho anteriores, así hasta sumar 186, según cuenta Lea Vélez en el epílogo a la reciente edición de Navona de Reportaje al pie de la horca (Reportáž psaná na oprátce)1 , Fučik fue torturado por la Gestapo con las breves pausas que en tales menesteres uno deja para que el objeto de la tortura se recupere lo bastante como para volver a sentir plenamente el dolor que va a ser infligido. No es ésta, desde luego, una historia novedosa o desconocida en el escalón de la Historia en que ahora estamos sentados; 185 prisioneros más, tan culpables de nada como Fučik, murieron esa noche. Quizás uno podría ensayar una definición de Historia con esto, quizás podría decir que Historia es lo que alcanzamos a poder contar a la mañana siguiente de la muerte adelantada de un hombre; contar cómo violentamos sin sentido el Tiempo, y cómo eso se ha convertido en un rasgo de especie.

La obra citada de Fučik fue escrita durante ese cautiverio. Miembro destacado del Partido Comunista Checo, Fučik era para la Gestapo una fuente posible de información y como tal sería tratado. Durante su prisión, y con la ayuda de sendos guardias, va componiendo un relato que escribe en hojas sueltas de papel de estraza, de papel de letrina que, a escondidas y casi hoja a hoja, va saliendo de las prisiones en que se encuentra y se oculta en botes de compota. Reportaje al pie de la horca, que es como se acabará llamando esa gavilla, se integra en lo que se ha dado en llamar ‘literatura del universo concentracionario’, según la denominación de Rousset2 . En esa línea de significación, el valor de la historia de Fučik tiene que ver con la construcción de su testimonio. Como en tantos ejemplos de literatura concentracionaria, la historia que un hombre cuenta no sólo es la suya, sino también la de quienes han sido privados de palabras tras haber sido privados de existencia; no hablo de su muerte, sino de su negación en vida, de su exterminio al ser negados como hombres. Esos testimonios son lo único que nos permite acercarnos a la impugnación violenta de la condición humana de ese modo lejano en que Primo Levi alegóricamente narra en su relato Una estrella tranquila: 3 los que perecieron no podrán contar; los que sobrevivieron no llegaron hasta el final de esa negación de lo humano, de modo que lo que narran es sólo un parcial, aun cuando muy profundo, descenso en el mal y porque, además, la transmisión de esta experiencia se ve empobrecida por las limitaciones del lenguaje y las propias dificultades de comunicación de quien sigue para siempre dentro de la experiencia. Así, nosotros, los que quedamos fuera de todo aquello, sólo contamos con los testimonios así compuestos y, por tanto, el nuestro es un conocimiento de observador siempre lejano y mediado; Levi, Semprún, Kertész, Amery, Antelme, Borowski, Loridans-Ivens, Buber-Neumann, Wiese… A ese grupo pertenece Fučik. Su Reportaje al pie de la horca, desde esta perspectiva de quien trata de mirar desde afuera para explicar qué sucede dentro, y que tiene que ver con toda esta construcción narrativa tensionada entre biografía, ficción y hechos, es una crónica acerca de un hombre llamado Julius Fučik que ha sido torturado, que conoce cuál será el final de la historia que cuenta, un final señalado por la mano carente de pulso y que apunta al suelo tras su ahorcamiento, como quien nos indica cómo llegar a una dirección por la que acabamos de preguntar.

El reportaje-testimonio de Fučik puede ser tomado asimismo como el escrito de un hombre de fe, fe en la causa que le ha llevado frente a paredes manchadas de su propia sangre. Es ingenuo a veces en esa fe, la fe comunista. Habla de lo que pretenden que cuente, de a quién debe delatar: insisto en que la historia es conocida. Tras la guerra uno de los hombres que le ha ayudado a escribir, esto es, a la conservación de lo escrito y a la conservación de la fe en que lo que estaba escribiendo acerca de un hombre llamado Julius Fučik llegaría a ser ser conocido gracias a ese relato, uno de los guardias –prueba de esa zona gris acuñada por Levi en que se abismó el mundo y de donde parece no haber salido aún algunos días– contacta con su viuda, que ha atravesado la muerte sin quedarse en ella, y le entrega esas hojas.

La ordenación del Reportaje al pie de la horca es obra, pues, no de Fučik, sino de otro, aun cuando ese otro sea su viuda. Como sucede con los hechos en Derecho, el constructor de esa historia fragmentada y oculta en lugares diversos y que debe ser sometida a un proceso de ordenación y semantización es otro, que no sólo toma decisiones que son narrativas, sino que la justificación narrativa de tales decisiones acaba también integrada en el relato final como objeto de análisis. La viuda, Gusta Fučiková –comunista ella, superviviente ella misma también– en pleno fervor comunista tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y con la entonces Checoslovaquia bajo la órbita soviética, toma una fundamental decisión: Julius Fučik es un héroe. Es un hombre que ha resistido a las torturas de la Gestapo sin abrir la boca, y así, a futuro, el Día Internacional de la Libertad de Prensa acabará siendo fijado en la fecha de su muerte en esa cárcel de Berlín donde la guillotina ha dejado de funcionar e improvisan el acto final del exterminio ahorcando de ocho en ocho. Los héroes de cualquier fe, los mártires, no ceden, nunca ceden, y eso los separa y eleva sobre el hombre corriente: esa idea forma parte del subtexto compositivo del Reportaje al pie de la horca. La viuda elimina entonces un penúltimo párrafo. Yo creo, una vez conocido, que ese penúltimo párrafo es el que habla mejor del heroísmo, si de lo que se trataba mediante la publicación del Reportaje al pie de la horca era construir un héroe, porque mi propio subtexto contiene la idea de que las grietas, y eso incluye las de un hombre, cuentan y explican mejor una superficie que la simple tersura. Fučik fue torturado durante meses, y acabó, como es lógico, confesando. Confiesa, claro, lo que sea, cualquier cosa que le pidan que confiese, y aun así, lo cuenta en ese párrafo, el que que su viuda hunde todavía más al fondo más inconfesable del bote de compota en que fuera ocultado. Sin embargo, aquella confesión se constituye, creo, en una forma de acción. Antes de contar cómo confiesa en ese párrafo tachado mediante el ocultamiento por su viuda, Fučik ha escrito también algo muy hermoso para mí, quizás lo más hermoso del libro y que no está contenido en la edición del libro que he manejado, sino en el epílogo de Lea Vélez: Mi silencio era mi acción, escribe Fučik.Tras contar cómo planificó soportar esas primeras siete semanas de tortura, tras escribir eso de que su silencio era una forma de acción, no sólo de resistencia sino de acción, Fučik en la parte de la historia que quedó sumergida en compota cuenta cómo confesó:

«Si seguía en silencio, dejaría pasar mi oportunidad. Tenía que hacer algo más para convencerme de que lo había intentado todo, de que había luchado en todos los frentes. Tenía que jugar a un juego de alto nivel. No por mí, -yo no tardaría en perder-, sino por los demás. Esperaba algo grande de mí, así que … se lo di. Esperaban mucho de mi confesión, así que…”confesé”. Cómo confesé, se podrá leer en mi expediente» 4.

El entrecomillado al verbo confesé es del propio Fučik. Cómo lo hizo, escribe, queda en su expediente, que piensa que podrá ser consultado tras la victoria en la que confía, pues en eso consiste un relato de fe como el que escribe. No en vano Fučik era un hombre destacado del Partido, los nazis esperaban mucho de él, y él lo sabía y se lo dio. Les dio una farsa, les dio fantasmas tras los que ir mientras él iba camino de convertirse en otro fantasma. Contar un cuento, un largo cuento verosímil, la verosimilitud como garantía de los relatos, alargó su vida en prisión un año; tal y como Sherezade gana cada día su vida en el día siguiente, contando una historia a quien dice ser dueño de su vida, así Fučik gana cada día con su cuento su tortura del día siguiente. Toda su confesión sostenida se conforma, es de suponer, como un ejercicio contenido y orientado de verosimilitud de mera apertura, verosimilitud prima operis fundamenta litis 5, una provisionalísima verosimilitud que no se fía ni tan siquiera a la prueba, sino a la mera suerte y a la satisfacción del captor y torturador y verdugo con el valor y éxito de su tarea.

El comunismo no quería contar la historia de gente que confesaba ante la Gestapo y ese párrafo se dejó fuera de la historia; la fe de su viuda en el muerto por el comunismo y el propio comunismo, confundidos ambos o animados por un recíproco empeño, lo hicieron. Durante muchos años, desde 1945 hasta 1995, la ‘integridad’ del Reportaje al pie de la horca se editó así tanto en español como en otras lenguas, tal y como igualmente lo ha sido en Navona. En 1990 se realizaron pruebas forenses sobre el manuscrito –el colapso del edificio comunista, y la construcción en su mismo predio del postcomunismo, y más allende, implicaba el análisis de verdad de los relatos del comunismo– y entonces ese párrafo que quedó dentro del tarro de compota –que es el lugar en que las hojas sueltas se iban ocultando según cuenta Lea Vélez en el epílogo– sale a la luz. Porque la viuda lo ocultó, pero no lo hizo desaparecer. Para entonces, aquel texto tachado –que no guillotinado; quizás porque la guillotina esa noche no funcionaba– se ilumina, o sea, emerge, y todo sale a la luz; es como un palimpsesto. Y así lo que emerge es, con esa nueva corrección, un nuevo texto. El mismo que, con esa adición, cuenta, no obstante, otra historia; una historia que lejos de alejarnos nos acerca más a Fučik, un hombre que resistió el dolor más de siete semanas y después fió su vida a un juego de espejos donde los nazis perseguían fantasmas narrados, espectros narrativos, inventados por quien se iba convirtiendo en uno de ellos, arrancado a golpes de la condición humana:

«Durante meses los tuve persiguiendo un espejismo que, como todos los espejismos, era más grande y más atractivo que la realidad» 6.

Bruguera publicó esta misma traducción de Navona que he manejado, obra de Libuse Prokopová, en 1982, y según explicita la base de datos del ISBN, también antes lo había hecho Akal; existe otra en Ediciones Irreverentes, que según también garantiza el ISBN, se vierte al español desde ruso, con lo pudiera ser que el ciclo de error, de no incorporar las revelaciones tras el análisis del manuscrito y su edición final de 1995, aún se alongara en ella un tramo más. Pero este párrafo silenciado que no estaba, por desconocido, en la primera traducción española, sigue sin estar ahora de hecho, es decir, persiste, ya que es la misma la traducción que he leído. Esto permite cambiar el foco de la lectura y aludir a un fenómeno distinto. Los últimos años en que tantos ha dejado de leer más aún y lo electrónico –además de una falaz justificación– resulta un aparente prestigio, las editoriales pequeñas se han ido multiplicando en el mercado de libros en español. Su alimento en muchos casos son las obras maestras descatalogadas y –no entrecomillaré la siguiente expresión, aunque la tentación es enorme– ocultas. Es una suerte que alguien se dedique a esa labor, al rescate de libros que perseveran ocultos por ese vaivén que es la lectura de las obras a través del tiempo, pero entonces, se dedique uno a lo que se dedique, debe hacerlo con tanta fe e igual tenacidad que un hombre puede oponer a la barbarie. Aun entendiendo que una editorial es un negocio, se trata de una clase de negocio cuya peculiar naturaleza sería, asimismo, narrativa; un catálogo y cómo se conforma en sus colecciones permite desde los meros datos componer un relato sobre la identidad e intención del editor. Es obvio que quien se pone frente a ese empeño –que a ratos se parece a ordenar un tráfico de fantasmas poniéndolos en camino de la luz de un lector nuevo– debiera estar guiado no sólo por cuestiones comerciales y de supervivencia empresarial, sino también por criterios que aun desde fuera del negocio entiendo que resultan innegociables. Uno de ellos es la coherencia. Reimprimir una traducción que se sabe equivoca me parece un grave error desde el punto de vista de esa conformación de hechos en relato que es una actividad editorial y la conformación misma de un catálogo. En buena lógica, el epílogo de Lea Vélez es únicamente lo que justifica la edición de Navona, es lo que en verdad alumbra con nuevo foco no sólo la vida de Fučik, sino el relato a propia mano de sus últimos días. Si todo eso lo escribe Lea Vélez, como parece lógico, abrumadoramente lógico, antes de que el libro entrara en máquinas, sólo me cabe comprender que una buena lógica editorial únicamente no podría haber elegido, por la misma coherencia a que aludía, sino la solución que pienso y no dudo que habría enorgullecido al propio Fučik: encargar una nueva traducción, procurando la completud de la existente, que sería quizás la primera íntegra –también como honrable– en español del Reportaje al pie de la horca.

El comunismo quería héroes y Fučik lo fue, pero la verdad, incluso si apelando a un concepto débil de ésta, también los reclama y esta es, además, exigencia irrenunciable para ser cristalinamente distinguible de la postverdad; la heroína de esa religión de la verdad se llama en este caso Lea Vélez. Una línea de coherencia, de rectitud y respeto hacia los demás une a un periodista checo de 1903 y una escritora y guionista de 1970. Quizás esa traducción habría encarecido los costes editoriales y quizás lo habría hecho inviable la publicación del libro, o seguramente menos rentable, y eso quizás diese a Fučik material para escribir acerca de las tensiones y perversiones del capitalismo y de la razón comunista que lo llevó a la horca. Se me podrá decir que tampoco la historia cambia tanto; que era sólo un párrafo, que lo sustancial no cambia. Y, en efecto, la Historia, engrandecida con la mayúscula, no cambia. Fučik fue torturado y ahorcado y la culpa –política, moral e histórica como, sin postverdad alguna, dictó Jaspers (Die Schuldfrage, 1946)–7 fue alemana y nazi, y claro, no de su más reciente editor español, y que lo prueba el epílogo; pero ahí lo que debería ir es la historia de la búsqueda de la verdad del testimonio que emprende una mujer en 2015.

Estoy seguro que Fučik habría aplaudido a Lea Vélez, y que en un arrebato provocado por la primavera praguense la habría besado varias veces en las mejillas agradecido, y que después se habría encogido de hombros ante esta actitud editorial; cuando alguien ha sobrevivido a las barbaries nazi y comunista a través de un puñado de hojas sueltas que escribe con las manos y los ojos hinchados por los golpes, algunas mezquindades capitalistas, que como datos acerca del funcionamiento de la industria editorial permiten la composición de unos hechos en relato un tanto sonroja.

[Recibido el 29 de marzo de 2017].

NOTAS

1 Julius Fuik, Reportaje a pie de la horca, trad. de Libuse Propoková, y Epílogo de Lea Vélez, Madrid, Navona, 2015.

2 David Rousset, El universo concentracionario, trad. de Michel Mujica, Barcelona: Anthropos, 2004.

3 Primo Levi, “Una estrella tranquila”, en Lilít y otros relatos, Trad. de Bernardo Moreno, Barcelona: El Aleph, 2002.

4 Fučik, op. cit., p. 136.

5 José Calvo González, “Verdades difíciles. Control judicial de hechos y juicio de verosimilitud”, en Estudios en Homenaje al Profesor Gregorio Peces-Barba, T. II. (Teoría y Metodología del Derecho), Madrid, Edit. Dykinson, 2008, pp. 223-261.

6 Fučik, cit., p. 136.

7 Karl Jaspers, El problema de la culpa: sobre la responsabilidad política de Alemania, trad. de Román Gutiérrez Cuartango, Barcelona, Paidós, 1998.




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