Revista europea de historia de las ideas políticas y de las instituciones públicas
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Presidente del C.R.: Antonio Ortega Carrillo de Albornoz
Director: Manuel J. Peláez
Editor: Juan Carlos Martínez Coll
Stamatios Tzitzis, Droit et valeur humaine. L’autre dans la philosophie du droit, de la Grèce antique à l’époque moderne, Buenos Books International, 1ª ed., Paris, 2010, 103 págs.
Patricia Zambrana Moral
RESUMEN: En pocas p�ginas, Stamatios Tzitzis, Director de Investigaci�n del CNRS (Centre national de la recherche scientifique), profesor asociado en la Universit� Laurentienne (Canad�) y tambi�n Director del Instituto de Criminolog�a de la Universit� Panth�on-Assas (Paris II), efect�a una comparaci�n entre el humanismo antiguo y el humanismo moderno se�alando las principales diferencias entre ambos. Nos presenta la evoluci�n del "otro" en la Filosof�a del Derecho desde la Grecia antigua a la �poca moderna. Para el humanismo hel�nico, basado en la desigualdad, el "otro" era el b�rbaro, el que se dedicaba a la violencia en lugar de practicar la virtud. El humanismo moderno y posmoderno se funda en la igualdad y cualquier persona posee el mismo valor ontol�gico como valor inherente al hombre en cuanto tal. En la Grecia cl�sica, la polis ser�a el centro de la vida pol�tica y el ciudadano era el hombre libre de la ciudad capaz de participar en el gobierno, a diferencia del esclavo que carec�a de derechos pol�ticos. La igualdad solo se predicaba de los hombres libres. La cualidad fundamental del ciudadano griego era la politik� aret� que identificaba al hombre con la ciudad. El humanismo posmoderno lleva al ciudadano a reivindicar su estatus de persona en la universalidad de sus derechos y a configurar su humanidad en el respeto al otro sin discriminaci�n alguna mientras que el ciudadano griego en la �poca cl�sica se podr�a considerar tributario de la cultura de la distinci�n. Tzitzis analiza el tr�nsito del "valor del otro", del que hablaban los fil�sofos de anta�o, al "otro como Valor" propio del humanismo posmoderno. El humanismo antiguo distingue entre "el otro" griego y "el otro" b�rbaro a diferencia del posmoderno que se abrir�a a cualquier "otro" por los lazos de la amistad. Se efect�a un repaso del epicure�smo y del estoicismo, sin obviar el cosmopolitismo romano hasta llegar al humanismo renacentista que se inicia a partir del descubrimiento de las obras de los pensadores greco-latinos. Ser� la Declaraci�n de los Derechos humanos de 1948 la que consolida con car�cter absoluto el valor de la dignidad humana como principio inherente a la naturaleza del hombre.
PALABRAS CLAVE: Humanismo, Derecho, Filosof�a del Derecho, Grecia cl�sica, Igualdad, Derechos humanos.
Dos capítulos componen este escueto trabajo, pero no por ello menos valioso, del Director de Investigación del CNRS (Centre national de la recherche scientifique), profesor asociado en la Université Laurentienne (Canadá) y también Director del Instituto de Criminología de la Université Panthéon-Assas (París II), Stamatios Tzitzis. En una breve introducción expone con claridad y desde el principio su objetivo: confrontar el humanismo antiguo con el humanismo moderno. Resulta llamativo como, en apenas tres páginas, es capaz de extraer las principales diferencias entre ambos. El primero, en oposición al segundo, se esforzaba en escuchar la voz de la naturaleza desembocando en un humanismo antipersonalista que elogiaba a Dios y a todo lo que existe eternamente, con independencia de la voluntad del hombre, respetando siempre la armonía natural que sería aplicable a todas las manifestaciones de la vida individual y social. Es el humanismo de la distinción que no de la discriminación. Para este humanismo, el “otro” era el que no poseía la cultura del justo, el bárbaro, el que se dedicaba a la violencia en lugar de practicar la virtud. Esta cultura tendría una dimensión ética y jurídica que permitiría transformar una vida de anarquía y fealdad (síntomas de injusticia) en una vida de equilibro y belleza como pilares de la justicia y del derecho. Al contrario del humanismo moderno y posmoderno, el helénico se fundaba en la desigualdad y en las diferencias. El de hoy en día se basa en la igualdad y cualquier persona, cualquier vida humana, posee el mismo valor ontológico como valor inherente al hombre en cuanto tal. El humanismo teológico que buscaba ante todo la salud del alma humana ha evolucionado hacia un humanitarismo cuya principal inquietud es la conservación y la protección del hombre y, sobre todo, garantizar la ausencia de dolor.
A lo largo de su trabajo, Tzitzis nos presenta la evolución del “otro” en la Filosofía del Derecho desde la Grecia antigua a la época moderna. Insistimos, son pocas páginas pero en ellas el autor es capaz de exponer la esencia de cada momento, idea o pensamiento demostrando al lector su capacidad de síntesis y su claridad expositiva y despertando su interés desde la primera letra, al sumergirlo en un universo complejo que simplifica haciéndolo atractivo 1.
El primero de los capítulos se detiene en la interacción entre el hombre y la ciudad, partiendo de las Guerras Médicas contra las ciudades griegas y de cómo Herodoto fue capaz de oponer un espíritu de libertad y elevación frente a la fuerza y dominación propia de los Bárbaros persas. La polis griega sería el centro de la vida política y el ciudadano era el hombre libre de la ciudad capaz de participar en el gobierno, a diferencia del esclavo que carecía de derechos políticos. Era en la ciudad donde únicamente se podía desarrollar el humanismo y el existencialismo clásico. La igualdad solo se predicaba de los hombres libres. Así el autor refiere la isonomía o igualdad ante la ley; la isopolita que implicaría la participación de todos en las instituciones públicas y la isegoría o derecho de todos a hablar ante los organismos públicos en condiciones iguales. La no discriminación solo sería concebible en el seno de la ciudad y entre individuos políticamente semejantes, lo cual difiere del sentido actual de la igualdad. De hecho, la propia democracia ateniense permitía la tortura de los esclavos y es que no se puede obviar que las perspectivas son sensiblemente diferentes a las actuales: la moral griega se fundaba en la igualdad política y la moderna, en la igualdad existencial.
Indica Tzitzis que la cualidad fundamental del ciudadano griego era la politiké areté que identificaba al hombre con la ciudad. Suponía una virtud que englobaba todas las virtudes cardinales que caracterizaban al buen ciudadano y resumía la filosofía tradicional de la ciudad donde radicaba la base de la moral jurídica. Se asociaba justicia y templanza que garantizaban la prudencia y la moderación en la administración pública lo que, unido al honor, marcará el nacimiento del espíritu cívico.
Partiendo de Eurípides, y de la idea de que lo hermoso siempre resulta costoso para el hombre, el autor reflexiona sobre la dimensión estética de la virtud, desde el punto de vista metafísico y moral de la antigüedad, y la defensa de la mesura en todas las manifestaciones de la vida social. Presta particular atención a Demóstenes y a Pericles y, en concreto, a su Discurso fúnebre donde oponía el espíritu democrático de Atenas al régimen oligárquico de Esparta al margen de otras sustanciales diferencias. El ciudadano virtuoso se definía por su deseo de poner en práctica los ideales de la ciudad y por su preocupación de buscar la felicidad y prosperidad de esta última. En cualquier caso, Demóstenes se situaba en el polo opuesto de la modernidad que establece la idea de una virtud a partir de la universalidad del hombre y, en particular, de su cualidad de persona. Para el mundo contemporáneo, la persona, en su dimensión ontológica, trasciende las fronteras de toda clase de discriminación. Precisa S. Tzitzis que el Derecho humanitario, en cuanto invención del siglo veinte, implica la concentración de la antropología política, de la moral social y del Derecho internacional en base a la idea de la dignidad personal. La igualdad ontológica que se impone en abstracto desde el nacimiento del hombre acaba concretándose en una igualdad existencial que se manifiesta en los Derechos fundamentales y libertades individuales reconocidos en las declaraciones internacionales de valor tanto moral como jurídico. Todo esto desemboca en dos deberes básicos para el hombre, la hospitalidad sin discriminación y su puesta en práctica. En opinión del autor, los griegos debían un respeto al extranjero, pero en un sentido diferente que analiza siguiendo Eurípides, entre otros. Aquel extranjero que no respetaba los vínculos de hospitalidad era severamente castigado. Seguidamente, Stamatios Tzitzis examina el papel fundamental de los dioses en la época clásica: ellos protegían la ciudad, participaban en la formación de su destino y contribuían a la construcción de la moral jurídica. Tampoco obvia el papel de la fortuna en el destino de los hombres que permitía resistir frente a la fatalidad y los infortunios de la vida.
Concluye Tzitzis este primer capítulo con una serie de reflexiones donde vuelve a comparar ambos humanismos que constituyen el punto de partida de su trabajo a la vez que repasa algunas de las ideas anteriormente expuestas. Así, si el humanismo posmoderno lleva al ciudadano a reivindicar su estatus de persona en la universalidad de sus derechos y a configurar su humanidad en el respeto al otro sin discriminación alguna, el ciudadano griego en la época clásica se podría considerar tributario de la cultura de la distinción.
En la segunda parte del libro, el autor se detiene en analizar lo que viene a denominar el tránsito del “valor del otro”, del que hablaban los filósofos “racistas” de antaño, al “otro como Valor” propio del humanismo posmoderno. El “otro” es nuestra propia sombra y la dialéctica del amor y del odio se realiza inevitablemente con su presencia en el mundo. El referido tránsito solo será posible a partir de la concepción del hombre como Persona ya que el humanismo actual, tanto desde el punto de vista filosófico como jurídico (sobre todo desde el Derecho internacional), es un humanismo personalista. Será la Declaración de los Derechos humanos de 1948 la que consolida con carácter absoluto el valor de la dignidad humana, especialmente, tras los horrores del Holocausto nazi. No obstante, el autor estima que la consideración y el respeto del hombre como Valor no puede ser solo resuelto por textos jurídicos o recomendaciones morales sino que es preciso adoptar medidas que permitan una eficaz aplicación práctica, lo cual no siempre es factible. Y es en este punto cuando Tzitzis vuelve a confrontar dos visiones del mundo que se distancian por su tratamiento a los valores existenciales, los dos humanismos que constituyen el núcleo argumental de su trabajo. El humanismo antiguo es el de la polis y es de carácter aristocrático en el sentido griego del término, un humanismo del mejor ciudadano digno de dar lecciones de ética sobre todo a “los otros”, los no griegos. Para este humanismo sería fundamental distinguir entre “el otro” griego y “el otro” bárbaro a diferencia del posmoderno que se abriría a cualquier “otro” por los lazos de la amistad. Siguiendo esta línea expositiva, el autor se detiene en el ciudadano griego situado frente al hombre bárbaro, tomando como referencias el Panegírico de Isócrates, las obras de Eurípides El Cíclope o Medea y la Ética a Nicómaco de Aristóteles. No obvia una excepción que cree que marca la filosofía de la ciudad. Se trata del pensamiento del sofista Antifón que niega la división del mundo en griegos y bárbaros y proclama más allá de cualquier distinción política la fraternidad natural de los hombres. La evolución sigue su curso. Así, llega un momento en que la atención se desvía de la ciudad al hombre que la habita. En este punto, Tzitzis se centra en el pensamiento de Epicuro para quien el rango social no sería un criterio a la hora de establecer el valor de un miembro de la ciudad. Su filosofía se preocupa del hombre, sea ciudadano o esclavo, griego o bárbaro y la razón deviene en la esencia del valor humano. El prototipo de hombre no es el político sino el sabio que busca el sentido de la vida en la ataraxia y en la contemplación de sí mismo, lo que no implica necesariamente soledad sino que Epicuro incita al hombre sabio a buscar la amistad con el otro con independencia de su procedencia como uno de los principales placeres. Tampoco olvida el autor el estoicismo. Para los estoicos el amigo es “otro como yo mismo” porque la verdadera amistad consiste en poner en común todo lo que es útil en la vida. El problema radica en que aunque este humanismo no hace distinción de clases ni de razas, sí que es totalmente elitista ya que solo los filósofos podrían alcanzar la experiencia de la amistad.
A continuación, Stamatios Tzitzis se ocupa del humanismo cosmopolita romano, desde la idea de que los pensadores romanos perfeccionaron el cosmopolitismo griego. Tiene lugar el paso de la polis a la cosmopolis. Cicerón, Séneca y Marco Aurelio representan esta concepción. En ellos se basa el autor para exponer sus notas más características, que resume señalando que los estoicos romanos, en la línea de los griegos, buscaban el lugar de los hombres y de las cosas en la naturaleza, y el hombre, utilizando la razón, sería capaz de descifrar los signos que le envía la naturaleza, interpretando su voluntad para determinar su estilo de vida como si se tratase de una moral práctica.
Aclara Tzitzis que el humanismo renacentista se inicia a partir del descubrimiento de las obras de los pensadores greco-latinos. En esta época el saber antiguo se considera la piedra angular de la educación que permite la grandeza del hombre y, precisamente, la educación podría mejorar la condición humana en el contexto sociopolítico, nacional e internacional. Las atrocidades de las dos guerras mundiales pondrán de manifiesto que la brutalidad y la barbarie no es patrimonio exclusivo del hombre primitivo y muchos de los avances tecnológicos son una muestra de la voluntad de destrucción del otro visto como enemigo. En este punto, el autor recurre a la obra Un souvenir de Solferino donde, el que fuera Premio Nobel de la Paz, Henry Dunant y testigo de la referida batalla manifiesta su dolorosa experiencia.
Según Tzitzis, el humanismo posmoderno, en su expresión jurídica, está marcado por la subjetividad humana. Insiste en que la Declaración de los Derechos humanos de 1948 establece el estatuto existencial del hombre como intocable en base a la dignidad como principio inherente a la naturaleza humana. A su entender, será fundamental la aproximación al otro, a su sufrimiento, a su completa existencia en una intersubjetividad, tal y como la expresa Emmanuel Lévinas en Humanisme de l’Autre Homme. No obvia el humanismo del que considera iniciador de la filosofía judía moderna Martin Burber. Para Tzitzis, se trata de un humanismo teológico que establece que “el yo” y “el otro” tienen el mismo “Valor” consagrado por Dios porque ambos fueron creados a su imagen y semejanza y las diferencias radican en la forma en que se realiza dicho “Valor.”
Concluye el autor tras reiterar ideas previas sobre los dos humanismos que, en la actualidad, cualquier atentado al hombre como “valor” debería ser objeto de denuncias y rechazo, pero aun el compromiso no es total. [Recibida el 4 de enero de 2012].
NOTA
1 Estas cualidades están presentes en otros trabajos de Stamatios Tzitzis que hemos comentado en ocasiones anteriores. Ver, por ejemplo, La Philosophie Pénale, Presses Universitaires de France, Paris, 1996, 127 pp., que recensionamos en Cuadernos informativos de Derecho histórico público, procesal y de la navegación, 19-20 (1996), pp. 5738-5742 o La Personne, l’humanisme, le droit, Les Presses de l’Université Laval, Québec, 2001, 150 pp., del que hicimos una reseña en Revista de Estudios Histórico-Jurídicos, Escuela de Derecho, Universidad Católica de Valparaíso, XXIII (2001), pp. 689-690.
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