Revista Crítica de Historia de las Relaciones Laborales y de la Política Social


ISSN versión electrónica: 2173-0822


Las ilusiones del progreso [estudios sobre el porvenir social]. Georges Sorel [Texto en español]

Patricia Zambrana Moral

Resumen: Nos encontramos ante una edición de Las ilusiones del progreso de George Sorel, precedida de un completo y documentado estudio preliminar del catedrático de la Universidad de Granada José Luis Monereo Pérez titulado El pensamiento socio-político de George Sorel. Se remonta Monereo a la época de Sorel (1847-1922) y a lo que considera una «penetrante influencia de su pensamiento crítico en diversas corrientes ideológicas», partiendo de su consideración de «gran teórico del sindicalismo» y de «uno de los más importantes teóricos franceses desde finales del siglo XIX»; sin obviar la dificultad de situarlo en una «concreta ideología o corriente de pensamiento», por ser «un hombre lleno de contrastes» que se aproxima tanto a la izquierda como a la derecha. La obra de Sorel comienza con un prólogo donde plantea la indiferencia generalizada por los métodos históricos de Marx y el «horror» de la democracia hacia las concepciones marxistas. El trabajo aparece estructurado en un total de cinco capítulos y un anexo, siguiendo un orden cronológico. En el primero, se abordan las primeras ideologías del progreso partiendo de las discusiones entre los antiguos y los modernos de finales del siglo XVII y el cambio de costumbres, prestando especial atención a Perrault y Boileau, a la filosofía de Fontenelle, al papel de Pascal, al cartesianismo y a la historia pedagógica de la humanidad. Un capítulo independiente se dedica a la burguesía conquistadora. La oligarquía burguesa tendría como núcleo una serie de fuerzas. De un lado, la administración de justicia y de otro, el hecho de que los hombres del siglo XVIII, incluidos los reyes, buscaban sobre todo la tranquilidad. Se examinan las teorías contractuales, la fisiocracia y el papel desempeñado por los literatos del siglo XVIII. La ciencia en el siglo XVIII es el núcleo temático del tercero de los capítulos. La ciencia se presenta como objeto de curiosidad, curiosidad que era conceptuada por Turgot como el gran motor del progreso. La Enciclopedia permitirá un punto de vista general para aquellos que debían resolver problemas. Las matemáticas se aplican a las cuestiones sociales y Condorcet intentaría aplicar a los juicios el cálculo de probabilidades. El cuarto capítulo plantea la audacia del tercer estado, desde la prudencia de Rousseau ante las reformas frente al espíritu audaz y un tanto temerario de Turgot. Las teorías del progreso es el núcleo argumental del quinto de los capítulos. Se detiene en dilucidar las diferencias entre Turgot y Bossuet y en el libro de Madame Staël relativo a las «relaciones de la literatura con las instituciones sociales». Otra doctrina que aborda Sorel por considerar que, pese a estar en contradicción con la del progreso, ha tenido sobre ella gran influencia es la doctrina de la evolución. En este contexto, surge la polémica en Alemania sobre la necesidad de codificar el Derecho, con la oposición de Savigny que funda la Escuela Histórica. La presente edición concluye con un anexo titulado La descomposición del marxismo que apareció publicado en 1908.

Palabras clave: George Sorel, Sindicalismo revolucionario, Marxismo, Ideología del progreso.

El pensamiento socio-político de George Sorel es un completo y documentado estudio preliminar con el que el catedrático de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social de la Universidad de Granada José Luis Monereo Pérez encabeza esta edición de Las ilusiones del progreso. Para ello se remonta a la época de Sorel (1847-1922) y a lo que considera una «penetrante influencia de su pensamiento crítico en diversas corrientes ideológicas», partiendo de su consideración de «gran teórico del sindicalismo» y de «uno de los más importantes teóricos franceses desde finales del siglo XIX»; sin obviar la dificultad de situarlo en una «concreta ideología o corriente de pensamiento», por ser «un hombre lleno de contrastes» que se aproxima tanto a la izquierda como a la derecha. Todo esto lo convierte en un «pensador original y difícil de clasificar» a la vez que profundamente crítico. Apunta Monereo a la teoría de la violencia de Sorel, a la importancia de la huelga general revolucionaria, a su apuesta decidida por el sindicalismo revolucionario (que explica con detalle) y al hecho de que gran parte de la relevancia de George Sorel se debe más a los problemas que planteó que a los que llegó a resolver. Seguidamente, Monereo se detiene en el conflicto social moderno desde la emancipación de la clase trabajadora y el planteamiento de la «cuestión social». Concluye el estudio preliminar con una completa bibliografía que recoge de forma sistemática una selección de las obras de George Sorel y una selección instrumental de la bibliografía secundaria sobre el autor y su época.
Entrando ya en la obra que nos ocupa, comienza Sorel con un prólogo donde plantea la indiferencia generalizada por los métodos históricos de Karl Marx y el «horror» de la democracia hacia las concepciones marxistas. El trabajo aparece estructurado en un total de cinco capítulos y un anexo, siguiendo un orden cronológico. En el primero, se abordan las primeras ideologías del progreso partiendo de las discusiones entre los antiguos y los modernos de finales del siglo XVII y el cambio de costumbres, prestando especial atención a Charles Perrault (1628-1703) y Nicolas Boileau (1636-1711), al triunfo de «los buenos obreros del lenguaje» y a la filosofía de Bernard le Bovier de Fontenelle (1657-1757). Se plantea el origen político de las ideas sobre la Naturaleza o el papel de Blaise Pascal (1623-1662) contra el racionalismo superficial, desembocando en el cartesianismo, en su optimismo que agradaba a la sociedad de la época y en el hecho de que «Descartes redujo la ética a una regla de conveniencia que prescribe respetar las costumbres establecidas». Así, a partir de ese momento, la filosofía francesa se va a caracterizar por su tendencia racionalista y cartesiana y por la doctrina del progreso «que permite gozar con toda tranquilidad de los bienes de hoy sin preocuparse de las dificultades que podrán presentarse mañana», dando lugar a una historia pedagógica de la humanidad que «impulsa a pasar del estado salvaje a la vida aristocrática» y que intenta ser descrita por Marie-Jean-Antoine Nicolas Caritat, marqués de Condorcet (1743-1794), siguiendo a Anne Robert Jacques Turgot (1727-1781), que concibe la instrucción popular como un modelo aristocrático, en el que sitúa todas sus expectativas, llegando hasta el último término de la vulgarización.
Un capítulo independiente se dedica a la burguesía conquistadora. Para Sorel, no se pueden comprender las ideas del siglo XVII sin tener en cuenta que Francia fue «conquistada por una oligarquía burguesa creada por la realeza para su servicio» que «se encargó de lanzar a ésta a la ruina». Surge una monarquía administrativa y crece una clase de dependientes que consiguen la riqueza, el poder y los honores de los monarcas. La oligarquía burguesa tendría como núcleo una serie de fuerzas. De un lado, la administración de justicia caracterizada por la mezcla de las atribuciones judiciales y administrativas y de otro, el hecho de que los hombres del siglo XVIII, incluidos los reyes, buscaban sobre todo la tranquilidad. A continuación, el autor analiza las características de la ideología de una clase de dependientes, desde la perspectiva de que la ideología del siglo XVIII es la que resulta conveniente a una clase constituida básicamente por auxiliares de la realeza y estará basada en los juristas, sabios o historiadores. Distingue tres corrientes, una primera que depende de las condiciones de existencia del tercer estado; la segunda, ligada a las funciones administrativas y judiciales de la oligarquía burguesa y la tercera que surge como consecuencia de la necesidad de los parvenus de imitar a la aristocracia. Particular interés muestra Sorel en desgranar las teorías contractuales, centrándose en lo que considera «oscuridad» del libro de Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) y en las causas que determinaron el éxito de una doctrina abstracta y que hacen, en cierto modo, «ininteligibles» para nosotros las doctrinas que para los hombres de la época parecían muy simples. Asimismo, analiza el origen de las ideas contractuales y del sistema de John Locke (en concreto la teoría que expone en los capítulos VII y VIII del Gobierno civil) y las interpretaciones contradictorias del Contrato social. Mención independiente, merecen los fisiócratas, sus concepciones administrativas y jurídicas, su teoría de la propiedad como fuente de todo derecho y de las fundaciones y el éxito de su sistema jurídico tras la Revolución. Concluye este bloque con el examen del papel desempeñado por los literatos del siglo XVIII, determinado por el lugar que les asigna la nobleza y por la ausencia de espíritu crítico.
La ciencia en el siglo XVIII es el núcleo temático del tercero de los capítulos. La ciencia se presenta como objeto de curiosidad, curiosidad que era conceptuada por Turgot como el gran motor del progreso. Empieza a despertar interés lo que había sido totalmente ignorado en épocas anteriores. La Enciclopedia permitirá un punto de vista general para aquellos que debían resolver problemas, proporcionando conocimientos generales a los administradores y hombres de negocios. Los descubrimientos en el sector de la química resultan particularmente sorprendentes y se desarrollan investigaciones en el campo de los productos alimenticios que permiten abrir nuevas esperanzas. Llega un momento en que las matemáticas se aplican a las cuestiones sociales y Condorcet intentaría aplicar a los juicios el cálculo de probabilidades buscando la forma de organizar los tribunales «para que sus sentencias fuesen todo lo buenas que razonablemente pudiese desearse», llegando a comparar el error judicial con un naufragio. George Sorel intenta dilucidar las razones de los fallos cometidos y cómo se conservó una falsa ciencia de las probabilidades durante bastante tiempo.
El cuarto capítulo plantea la audacia del tercer estado. El punto de partida lo constituiría la prudencia de Rousseau ante las reformas y, en general, ante cualquier cuestión práctica frente a su carácter de «gran teórico de lo absoluto en política». Por su parte, Turgot sí que destacaría por su espíritu audaz representando un rápido movimiento hacia la temeridad. La situación estaría marcada por la independencia americana y por la confianza que inspiraría a los ideólogos a los que este acontecimiento parecía darles la razón. A continuación, recoge Sorel algunas consideraciones que llevarían a los hombres del siglo XVIII a creer que un cambio radical en las instituciones era fácil de realizar, analizando, en primer lugar, las ideas en torno a la naturaleza del hombre, de origen, sobre todo, religioso. Así, afirma que «una parte de las tesis de Rousseau sobre la Naturaleza es de esencia bíblica y calvinista» y éste estimaba la decadencia como definitiva. Por su parte, la Iglesia atribuía el origen de los males de las naciones a su impiedad, mientras que los filósofos considerarían a la Iglesia como la fuente de todos los males. Pese a todo, la instrucción popular propuesta por Turgot imitaba los planes clericales, partiendo del potencial transformador de la educación. Otro elemento que ejercería influencia en el siglo XVIII y que no pasa desapercibido para Sorel es lo que denomina literatura relativa a los salvajes. En concreto, se detiene en el libro del padre Pierre François Xavier de Charlevoix (1682-1761) sobre la Nueva Francia, publicado en 1744 y que ejercería gran influjo en Rousseau y Turgot. En su opinión, la finalidad de esta literatura no ha sido bien comprendida y ha provocado un cierto sentimiento de indiferencia en la civilización. Un elemento no menos importante para «engendrar la temeridad del tercer estado en los tiempos próximos a la Revolución» sería el progreso económico, marcado por la renovación de la agricultura, por las transformaciones técnicas y por las nuevas tendencias en las administraciones.
Las teorías del progreso es el núcleo argumental del quinto de los capítulos. Comienza con el discurso pronunciado por Turgot en la Sorbona el 11 de diciembre de 1750, que estaría seguido de tres fragmentos posteriores, el primero sobre la formación de los gobiernos y la mezcla de las naciones; el segundo sobre los progresos del espíritu humano y el tercero en torno a las épocas de progreso y decadencia de las ciencias y de las artes. En opinión de Sorel, Turgot pretendería «rehacer la obra de Bossuet, reemplazando el dogma teocrático por una teoría del progreso que estuviese en relación con las aspiraciones de la burguesía de su tiempo». Con esta base, se detiene en dilucidar las diferencias con Bossuet centrándose en las preocupaciones burguesas, en la formación del progreso en medio del azar y en el progreso material en la Edad Media. Será a principios del siglo XIX, cuando aparezca el libro de Germaine de Staël (1766-1817) relativo a las «relaciones de la literatura con las instituciones sociales» donde se afirma, según Sorel, «con mucho más estrépito que en el de Condorcet, la doctrina del progreso» y se defiende un nuevo orden, intentando demostrar que «la literatura podía encontrar en las nuevas condiciones causas de renovación». Surgen nuevos principios de crítica literaria y, en último término, una defensa de la violencia. Otra doctrina que aborda Sorel por considerar que, pese a estar en contradicción con la del progreso, ha tenido sobre ella gran influencia es la doctrina de la evolución, que relaciona con las guerras de la independencia de las naciones. En este contexto, surge la polémica en Alemania sobre la necesidad de codificar el Derecho, con la oposición de Friedrich Carl von Savigny (1779-1861) que funda la Escuela Histórica que se manifestaría en contra de la doctrina de la creación racionalista del derecho haciendo prevaler la costumbre frente a la ley. Indica Sorel que es imposible una investigación sobre el porvenir siguiendo la doctrina histórica y concluye que la evolución es lo contrario al progreso. Será ahora Tocqueville y la marcha necesaria hacia la igualdad generalizada en todas las sociedades, lo que capte la atención del autor. Para Sorel La Democracia en América tendría una considerable influencia en las primeras obras de Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865) y cuestiona las objeciones de Marx. A raíz del golpe de Estado de 1851, Proudhon abandona la idea de necesidad y se centra en el progreso moral. También estaría presente la idea de progreso en la literatura democrática, aunque perdería gran parte de su importancia. Según Sorel, la doctrina de P. Lacombe presenta caracteres ingenuos e ilusorios, pero no se desliga de las tendencias democráticas y concede escasa importancia a las preocupaciones morales. En otro orden de cosas, se descubre un progreso real en el mundo capitalista que se identificaría con el progreso técnico de la producción con el indiscutible papel de las máquinas.
Concluye la presente edición con un anexo titulado La descomposición del marxismo, ensayo que apareció publicado en 19081. Tras un prefacio donde se plantea la esterilidad de la crítica al marxismo debida, en gran parte, a la actitud de los discípulos de Marx, Sorel se ocupa de la formación de las utopías, de las reformas sociales anteriores a 1848, del ascenso de los obreros a la pequeña burguesía a través de las asociaciones de producción, del «trade-unionismo» y de la paz social en F. Vidal y en el Manifeste de la Democratie de Considérant. Otro elemento que caracterizaría el socialismo moderno sería el revolucionario y la lucha de pobres contra ricos, siendo los representantes de los pobres los llamados por Eduard Berstein blanquistas. Carácter decisivo tendrá la intervención de los partidos políticos en el movimiento revolucionario. Por otra parte, los recuerdos de la Revolución Francesa inspirarían durante mucho tiempo la propaganda socialista, estableciendo una identificación entre el régimen feudal y el capitalismo. El proletariado pasa a la burguesía mediante la autoridad. A continuación, el autor analiza el dualismo presente en el Manifiesto Comunista, de un lado, las medidas revolucionarias y de otro, las teorías cercanas a las de los socialistas utópicos. No obvia el temor que sentía Berstein respecto a la falta de capacidad política de la socialdemocracia y el abandono del marxismo por parte de los políticos. A la hora de plantear las diferencias entre Marx y los utópicos, Sorel toma como punto de partida la laguna en la obra de Marx consistente en no haber establecido una teoría de la propiedad, felicitándolo por ello, al considerar que cualquier autor «que haga una crítica jurídica de la propiedad privada se situará fuera del marxismo». También alaba que Marx evitase el laberinto de sofismas, refiriendo el de William Thompson (1775-1833) y Constantin Pecqueur (1801-1887). La organización de la producción realizada por el capitalismo permite resolver problemas para los que los utópicos no ofrecían soluciones y facilita el tránsito a una nueva forma social. Los salarios se regularizan mediante el equilibrio económico. Lo esencial de las ideas revolucionarias de Marx se sitúa en la idea de clase. La revolución futura haría desaparecer a los intelectuales y sus principales fortalezas, que son el Estado y los partidos políticos2. Según Sorel, Berstein se equivoca cuando cree que hay una «analogía fundamental entre las ideas marxistas y las concepciones deducidas por Marx del hegelianismo», estimando que solo hubo una «analogía accidental que se debe al giro que dieron los acontecimientos en 1848». El Renacimiento de la idea revolucionaria le lleva a analizar el papel de Fernand Pelloutier, quien fuera propagandista del sindicalismo revolucionario y antipolítico. La oposición de Marx a la democracia tiene su respuesta por parte de Sorel para quien la experiencia nos enseña que «la democracia puede trabajar eficazmente para impedir el progreso del socialismo, orientando el pensamiento obrero hacia un trade-unionismo protegido por el Gobierno»3. Esto le hace ver con desconfianza las revoluciones políticas, existiendo una imposibilidad de prever el futuro. Sin embargo, la desilusión que pueda provocar la desproporción entre el estado real y el estado esperado, no debe llevar al desaliento y si éste hiciera acto de presencia, Sorel recomienda recordar la Historia de la Iglesia caracterizada por la incoherencia y por la supervivencia contra todo pronóstico. A su entender, «la Iglesia se ha salvado a pesar de los errores de sus jefes, gracias a organizaciones espontáneas», llegando a comparar el papel de los monjes con el de los sindicatos revolucionarios que son los que consiguen salvar el socialismo y ello «porque la Iglesia ha sacado más beneficio de los esfuerzos que tendían a separarla del mundo, que de las alianzas concertadas entre Papas y príncipes». Esto, naturalmente, según el criterio ecléctico de George Sorel ante todo.
Podemos concluir que la presente edición permite al lector acercarse a uno de los grandes pensadores políticos de la segunda mitad del siglo XIX y de los cuatro primeros lustros del siglo XX, con el indiscutible apoyo del estudio preliminar del profesor Monereo. Tan solo cabe señalar la conveniencia de que en posteriores ediciones se corrijan numerosos errores, probablemente tipográficos, que figuran en la traducción del texto de George Sorel. Esperamos ver pronto editados en castellano por Comares otros libros de Sorel4 como Plaidoyer pour Lénine de 1920 o sus Matériaux d’une théorie du prolétariat de 1921, donde concluye que hay que defender a Francia de su principal enemigo, que no es otro que el chauvinismo, en un apéndice final en el que examina y comenta el pensamiento de Pierre-Joseph Proudhon5 y su defensa del internacionalismo, que había terminado de escribir en junio de 1920. [Recibida el 7 de octubre de 2011].

NOTAS

1 Hemos manejado La Décomposition du marxisme, Librairie des Sciences Politiques et Sociales Marcel Rivière, Paris, 1908. En pp. 28-33, examina algunas de las incongruencias del Manifiesto Comunista, aparte de ver las diferencias entre Karl Marx y los socialistas utópicos. 2 Considera Sorel que el marxismo abandona el concepto de partido para centrarse en la noción de clase social (La Décomposition du marxisme, p. 48). La revolución proletaria marxista llamada a hacer desaparecer toda superestructura es un fenómeno tan complejo que no solo hace desaparecer el Estado y los partidos políticos, sino también a los intelectuales (p. 50). 3 Cfr. La Décomposition du marxisme, pp. 61-62. También manifiesta Sorel su escepticismo respecto al anarquismo entendido como sindicalismo revolucionario (p. 62). No se puede esperar del mismo una solución constructiva. 4 Acaba de ver la luz la obra de Sorel, Reflexiones sobre la violencia, versión castellana de Augusto Vivero, Madrid, Francisco Beltrán, Librería Española y Extranjera, 1834, reeditada y con revisión técnica y estudio preliminar a cargo de J. L. Monereo, Pérez, editorial Comares, Granada, 2011, LXIV+230 pp. 5 Ver George Sorel, Matériaux d’une théorie du proletariat, Paris, 1921, pp. 415-449. Hay otra edición de París de 1981.




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