Revista europea de historia de las ideas políticas y de las instituciones públicas


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Director: Manuel J. Peláez
Editor: Juan Carlos Martínez Coll


EL ANTICLERICALISMO REPUBLICANO DE LÉON MICHEL GAMBETTA (1836-1882)

María GONZÁLEZ DÍAZ

Resumen: Estudio de la vida, el pensamiento y del comportamiento político del republicano francés Léon Gambetta y la importancia que tuvo en la lucha contra el clericalismo y en la creación de la Tercera República. Descendiente de una familia humilde de inmigrantes italianos, Gambetta creó su propio destino como abogado y, posteriormente, como político. Su gran oratoria le ha dado la fama que hoy posee y por ello ha sido uno de los personajes políticos más destacados de la historia francesa del siglo XIX, con numerosas calles, estatuas y plazas puestas a su nombre en recuerdo de su memorable actividad. No obstante, el tono sarcástico, intrigante, anticlerical en sus discursos, con ironía sardónica, ha hecho que algunos lo contemplen como un político peculiar. Su comportamiento de resistencia tenaz a los prusianos, durante la guerra franco-alemana, fue desastrosa para Francia. Desde el mundo de las Iglesias católica y protestantes de Francia, obispos, presbíteros y frailes, junto a muchos intelectuales católicos denostaron a Gambetta. Jules Ferry y Léon Gambetta fueron los dos políticos radical socialistas de relieve intelectual más anticlericales en lo que respecta a las leyes que promovieron en el periodo de la historia de Francia que transcurre entre 1865 y 1882, en el caso de Gambetta y entre 1865 y 1890 en el de Ferry. Gambetta fue presidente del Consejo de Ministros y Ministro de Asuntos exteriores en un gabinete, de corto recorrido, desde el 14 de noviembre de 1881 al 30 de enero de 1882. Jules Ferry, sin embargo, sería ministro de Instrucción pública y Bellas artes en un gabinete presidido por Waddington y en dos gobiernos a cuyo frente estuvo Frecynet y además Ferry mantuvo la cartera de Instrucción pública siendo presidente del Consejo.

Palabras clave: Léon Gambetta, Jules Ferry, Napoleón III, Edgar Quinet, Auguste Blanqui, Amnistía, Auguste Scheurer-Kestner, Jules Simon, Charles Delescluze, François Henri Allain-Targé, Edme Patrice Maurice conde de Mac-Mahon, Jules Armand Dufaure, Benjamin Fillon, Armand Barbès, François Raspail, Gustave Geffroy, Auguste Blanqui, Stephen Bonsal, Aristide Briand, Georges Boulanger, Étienne Arago, Jean-Antoine Lafont, Émile Zola, Sarah Bernhardt, París, Republicanismo, Cahors, Barhélémy Saint-Hilaire, Louis Barthou, Paul Bert, Léon Burgeois, General Billot, Charles Brun, Général Campenon, Edmond Caze, Jules Cazot, Godefroy Cavaignac, Horace de Choiseul, Adolphe Cochery, Jules Develle, Paul Deves, Charles Dupuy, Félix Faure, Cyprien Girerd, René Goblet, Gustave Humbert, Pierre Legrand, De Marcère, Martin-Feuillée, Jules Méline, Paul Peytral, Antonin Proust, David Raynal, Maurice Rouvier, Léon Say, Waldeck-Rousseau.

Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:

María González Díaz (2018): «EL ANTICLERICALISMO REPUBLICANO DE LÉON MICHEL GAMBETTA (1836-1882)», en Revista europea de historia de las ideas políticas y de las instituciones públicas, n. 12 (agosto-septiembre de 2018).


1. Datos biográficos familiares de Léon Michel Gambetta.

Léon Michel Gambetta, más conocido como Léon Gambetta, nació en Cahors, una pequeña ciudad francesa situada a orillas del río Lot, el 2 de abril de 1838. Gambetta es considerado un símbolo del republicanismo francés, al convertirse en uno de sus líderes durante el tiempo que duró el imperialismo de Napoleón III en Francia, y tras su declive y la posterior creación de la Tercera República en la que la figura de Gambetta brilló con luz propia y que le llevó a ser conocido y reconocido en toda Francia.

Su padre, Joseph Gambetta, de quien se dice que heredó su vigor y su elocuencia, era italiano, de Génova, mientras que su madre, llamada Massabie, que era de origen gascón, provenía de una familia burguesa de Quercy. Poseían una pequeña tienda de ultramarinos en Cahors, que con los años se vio muy perjudicada debido a la creación de los grandes comercios que repercutieron enormemente en el sector comercial correspondiente.

Durante su infancia, Gambetta fue un estudiante modelo, era brillante en los resultados de sus estudios con notas elevadas y muy ambicioso1, por ello se distinguió en la escuela de Cahors. Tras haber realizado rápidamente y de manera sorprendente sus estudios en el seminario de Montauban, y en la escuela secundaria de su ciudad natal, Cahors, Gambetta puso rumbo a París para estudiar en la Facultad de Derecho y para disfrutar, según los deseos de su madre, que le había enseñado a leer con las obras de Armand Carrel, de su ya dominante pasión por la política.

Ya en estos tiempos tenía profundas ideas republicanas y, debido a sus notables capacidades como orador, pronto atrajo la admiración de muchísimos seguidores. Pero no fue hasta que empezó a ejercer su profesión de abogado que consiguió la fama por la que hoy se le conoce y reconoce.

En 1859, Gambetta se colegió como abogado, donde comenzó a destacar enseguida en el ejercicio de la práctica profesional. Sin embargo, no se dejó deslumbrar por sus primeros triunfos oratorios. Continuó estudiando, leyendo durante largas horas, ya que sentía que su instrucción era incompleta. Debido a ello, mucho se ha hablado sobre las largas horas que el joven abogado pasaba en el café Procope y muchas leyendas más o menos inexactas se han creado sobre los años de aprendizaje de Gambetta en lo político, lo profesional como abogado y lo anticlerical en el ámbito personal.

Su tremenda fama, no obstante, surgió cuando tuvo que defender a uno de los acusados del famoso “affaire Baudin”, en 1868. El “affaire Baudin” fue un tremendo escándalo político, en el cual el régimen imperial decretó la persecución de ocho periodistas acusados de promover una campaña para construir un monumento en memoria de Jean-Baptiste Baudin, un diputado republicano que fue asesinado en 1851 durante el golpe de estado de Napoleón III2.

Gambetta, en la defensa de su cliente, fue capaz de elaborar un increíble discurso, el cual es conocido como “alegato de Belleville”. En él, se centró en criticar con vehemencia los fundamentos del régimen Napoleónico y su origen, para él ilegítimo. Además, defendió con ansia la libertad de prensa, asociación y reunión, y también comentó la necesidad de separación entre el Estado y la Iglesia. Fue por este discurso por el que, de la noche a la mañana, consiguió una fama y reconocimiento notable y una repercusión grande en la prensa francesa de la época.

Tiempo después, cuando dio por concluida su carrera, renunció a su puesto como presidente y se instaló en su casa de Ville-d’Abray, una residencia muy cerca de París. Allí vivió con su amante, Léonie Léon.

En lo referente a su vida personal, ella fue el gran amor de su vida, aunque poco se supo de su romance hasta después de la muerte Léonie en 1906. Era la hija de un oficial de la artillería francesa y conoció a Gambetta en 1868. Fue su amante desde 1872 hasta su muerte, que sucedió una década después. Según muchas fuentes, Gambetta la convirtió automáticamente en su mayor confidente y consejera en todos los planes políticos que llevaba a cabo. Durante estos años, Gambetta no paró de insistirle para que se casara con él, pero Léonie siempre lo rechazaba, ya que no quería comprometer su carrera política. Sin embargo, finalmente accedió a casarse con él y señalaron la fecha de la boda, boda que tristemente nunca se celebró, ya que Gambetta murió ese mismo año en un trágico accidente que ella misma presenció. Sucedió el 31 de diciembre de 1882, cuando contaba con apenas cuarenta y cuatro años. La muerte fue causada por una herida de un disparo en el brazo que sufrió mientras manipulaba el mismo una pistola. La herida se complicó debido a su frágil salud y por una apendicitis que no fue operada. Sin embargo, le honraron con un funeral de Estado debido a su gran importancia en Francia.

Su cuerpo fue desmembrado para cortar y distribuir “reliquias republicanas”. Su corazón fue trasladado al Panteón en 1920, mientras que el resto de su cuerpo fue enterrado en Niza.

2. Gambetta como parlamentario republicano radical socialista.

La importancia de Gambetta como republicano es clara, por tan solo poner un ejemplo, el Dictionnaire critique de la République, coordinado por Vincent Duclert y Christophe Prochasson, obra de síntesis importante, le dedica una atención desproporcionada en cuanto al número de veces que lo menciona con respecto a otros grandes republicanos galos3.

Una República parlamentaria es el nombre usado para describir a un estado con marco de referencia republicano, cuya forma de gobierno tiene su fuente en la Asamblea parlamentaria.

En contraposición a la república presidencialista y la república semipresidencialista, el jefe del Estado de una República parlamentaria, por norma general, no tiene poderes ejecutivos como los tiene un presidente ejecutivo, ya que la gran parte de los poderes se le conceden al primer ministro, que es como se suele llamar al jefe de gobierno. No obstante, en algunas ocasiones, hay que conceder al presidente ciertos poderes ejecutivos para que el día a día de las instituciones funcione con normalidad, pero no hacen uso de estos poderes salvo en casos particulares y problemas específicos. Es por ello que algunas repúblicas parlamentarias se parecen tanto al sistema semipresidencialista, pero en realidad funciona dentro de los mecanismos parlamentarios que se van consolidando poco a poco.

En cuanto a León Michel Gambetta, tras su florida y ostentosa oratoria en el juicio del “affaire Baudin”, debido al gran número de seguidores que apoyaban sus ideas, se convirtió en uno de los líderes del republicanismo en Francia más importante durante el imperialismo de Napoleón III. En las elecciones celebradas en el año 1869 consiguió un escaño en la Asamblea Legislativa. Desde su escaño Gambetta se mostró partidario de llevar a cabo amplías reformas políticas y, sin embargo, no parece que manifestara demasiado interés por fomentar las reformas de contenido social.

Seguidamente, en el año 1870, desaprobó las maniobras políticas que llevaron a Francia a la guerra con Prusia, durante el mandato del canciller príncipe Otto Edward Leopold von Bismarck, duque de Launemburgo (1815-1898). Sin embargo, una vez iniciada la batalla, admitió que era necesario ofrecer todos los recursos al fin de la guerra, para que fuera corta y pudieran obtener la victoria ante los alemanes de forma rápida. Pero no sucedió como esperaban. La guerra fue rápida, pero en vez de con una victoria, regresaron a sus domicilios los soldados con una tremenda derrota y con el emperador Napoleón III preso en Prusia. Tres días después de la devastadora batalla del Sedán, acaecida el 1 de septiembre de 1870, donde acabaron con el principal cuerpo del ejército francés, los líderes republicanos, entre ellos Léon Gambetta, proclamaron la Tercera República y crearon un gobierno de defensa nacional, nombrando a Gambetta ministro del interior4.

Sin embargo, la guerra continuó. El gobierno francés no quería rendirse, pese a que lo que quedaba de su ejército estaba apresado por los alemanes en Metz y las tropas de Bismarck se acercaban cada vez más a París. El gobierno intentaba organizar la defensa, sin soldados, ayudado por ciudadanos que se ofrecieron voluntarios para salvar su país. Fue entonces cuando Gambetta abandonó en globo la ciudad. Con las líneas enemigas bajo sus pies, llegó a Tours, y fue ahí donde intentó conseguir recursos que le ayudaran a seguir con la lucha contra los prusianos.

Pero entonces París cayó, obligando al gobierno a tomar medidas desesperadas de emergencia. Léon Gambetta fue nombrado ministro de guerra y se le concedieron poderes especiales. Aún cuando consiguió algunas victorias frente a los prusianos en pequeñas provincias, los soldados hechos prisioneros en Metz se rindieron, concediendo así la victoria a Alemania.

Gambetta abandonó Tours, ya que los prusianos se acercaban, y se marchó con el gobierno provisional a Burdeos. Gambetta se mostró partidario de continuar el enfrentamiento bélico con los prusianos y no rendirse ante Bismarck, pero el país estaba cansado, no tenían recursos financieros suficientes y la derrota francesa ya era más que evidente. Además, Léon Gambetta asumió la conveniencia de que aquellos que habían sido cómplices y colaboradores de Napoleón III no pudiesen presentarse a las elecciones a la Asamblea Nacional. Sin embargo, al final su actitud belicista se convirtió en un arma de doble fuego o de doble filo, pues los republicanos de carácter moderado no siguieron las propuestas de Gambetta. Más de cuatrocientos mil franceses habían sido hechos prisioneros por los prusianos. Francia estaba semiocupada por los teutones. Se generó un considerable malestar y actitud crítica contrario a Gambetta.

Fue en 1871, el 18 de enero cuando admitieron finalmente la derrota y se decidieron a firmar el armisticio. Pero el mariscal Bismarck, alegando que el gobierno no tenía legitimidad constitucional, se negó a firmar los acuerdos de paz. Exigió que se convocara una Asamblea Nacional con poder suficiente para ratificar dicho tratado, que se sellaría en Burdeos dos meses después. Fue entonces cuando se celebró la Asamblea, en la que Gambetta fue designado diputado por la ciudad alsaciana de Estrasburgo. Pero, como esta ciudad fue cedida en el tratado de paz a los prusianos, Gambetta perdió su escaño, por lo que se vio constreñido a exiliarse voluntariamente en España.

El resultado de las elecciones de febrero de 1871 supuso un duro golpe para los republicanos exaltados y partidarios de Léon Gambetta, ya que los monárquicos y los moderados alcanzaron casi los cuatrocientos escaños, mientras que los republicanos de distintas formaciones fueron aproximadamente unos doscientos cincuenta entre las diversas facciones, además con un número considerable de ellos de talante moderado, que habían percibido lo que suponía la derrota y la situación en la que se encontraba el país.

En 1871 se celebraron unos comicios para la Asamblea Nacional y Gambetta fue nuevamente elegido, aunque esta vez sería por el departamento del Sena. La Asamblea contaba con mayoría de partidarios de la monarquía y otros más bonapartistas, pero, aún así, eran incapaces de decidir qué tipo de régimen debía asumir el nuevo Estado. Esto se debió a las continuas discusiones sobre cuál de las dos ramas borbónicas debía ser la heredera del trono, lo que impidió que se restaurara la monarquía. Gambetta, conocedor de la confusión que había, aprovechó para proponer una tercera opción que probablemente a nadie se le había ocurrido, asumir un régimen republicano. Gracias a su habilidad y a su oratoria, consiguió los apoyos suficientes para adoptar legítimamente la Tercera República. Sin embargo, debido a dudas parlamentarias, no fue elegido presidente para el mandato de 1879. Ese puesto fue a caer en manos diferentes, el candidato elegido fue Jules Grévy. No obstante, Gambetta consiguió el puesto de presidente de la Cámara de los Diputados, cargo que le atribuía muchísimos poderes. Desde este puesto, intentó por todos los medios promover un régimen de tolerancia. Se ha escrito que entre 1871 y 1875 Gambetta se convirtió en el «mejor propagandista» político de Francia5.

La elección con la consideración o título de jefe del Poder ejecutivo de la República francesa vino a recaer en Alphonse Thiers. Thiers era marsellés, donde nació el 15 de abril de 1797 y falleció en St-Germain-en-Laye el 3 de septiembre de 1877. Fue elegido presidente de la República el 18 de agosto de 1871. Podría decirse de Thiers que fue un político de raza, pues al término de su mandato presidencial fue elegido diputado y se enfrentó nada menos que con Marie Edmé Patrice Maurice de Mac-Mahon (1808-1893), junto a otros diputados. Sin embargo, los excesos de la campaña electoral le ocasionaron la muerte, antes del día de las elecciones propiamente dichas. Fue una auténtica desgracia para Francia y para el mundo de los defensores del modelo republicano.

La revolución de la Comuna sería uno de los asuntos más desastrosos por los que atravesó Francia en su segunda mitad del siglo XIX, que ocasionó un número considerable de víctimas, para algunos, los más pesimistas alcanzarían los veinte mil muertos, aunque hay otros que reducen ese número considerablemente. Perseguidos los revolucionarios y castigados, Léon Gambetta se mostró partidario del perdón sin sanciones. Sus propuestas estaban fuera de lugar obviamente, tras las atrocidades llevadas a cabo por los revolucionarios.

Léon Gambetta ocupó el puesto de Presidente del Consejo de Ministros y ministro de Asuntos Exteriores entre el 14 de noviembre de 1881 y el 30 de febrero de 1882, mientras que Jules Ferry, personaje al que estuvo muy vinculado, fue ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes en varios gobiernos, desde el 14 de febrero de 1879 al 28 de diciembre de 1879 y desde esta última fecha al 23 de septiembre de 1880. Retomó la cartera de Instrucción Pública el 30 de enero de 1882 hasta el 7 de agosto de 1882. Fue presidente del Consejo de Ministros desde el 23 de septiembre al 14 de noviembre de 1881, compaginándolo con el Ministerio de Instrucción Pública, repitiendo en ambos cargos entre el 20 de noviembre de 1883 y el 6 de abril de 1885.

Gambetta tuvo que vérselas con personajes de tanto relieve como Frecynet, Rouvier, Loubet y Ribot. Frecynet fue promovido por el Presidente de la República Jules Grévy.

3. El anticlericalismo de Gambetta.

«Y, como el clericalismo existía, el anticlericalismo tuvo su razón de ser» escribió Alfred Loisy en su obra L’Église et la France6.
Pero, ¿a qué nos referimos con clericalismo? ¿Y anticlericalismo? Para llegar a una definición cabe destacar que estos términos son muy recientes, pero sí es cierto que los comportamientos a los que hacen referencia se pueden encontrar en la historia muchísimo antes de su nacimiento. Para ser exactos, ya se daban estos comportamientos en la Edad Media y, sobre todo, en la Edad Moderna, debido a que los reyes ansiaban que el clero se subordinara al Estado, con una relegación a veces alarmante. Sin embargo, no fue hasta que surgió la Ilustración, con François Marie Arouet de Voltaire (1694-1778), Jean Jacques Rousseau (1712-1778) o Denis Diderot (1713-1784), que, además de la subordinación del clero a la autoridad estatal, se pretendió que la Iglesia se quedara al margen de todo el ámbito público. Estamos hablando de una dimensión muy amplia, no exclusivamente la referida al ámbito de lo sacral, que tanto Voltaire como Gambetta se las ingeniaron para que fuera objeto concreto de muchas de sus diatribas.

Sin embargo, el término clericalismo aparece hacia 1855, supuestamente en escritos de algunos periodistas belgas, país donde surgieron las primeras sociedades que promulgaban el Libre pensamiento. El anticlericalismo en Francia, por su parte, surge mucho más tarde, usándose desde 1871 por el periódico Le Correspondant.
El clericalismo definido, en opinión del padre Joseph Lecler7, ha de verse como «la propensión de una Iglesia o de una sociedad espiritual a inmiscuirse en los asuntos seculares para transformar a la autoridad pública en simple instrumento de sus designios», lo que se detecta a lo largo de la historia como una «tendencia instintiva en los representantes de la Iglesia». Es por ello que también se ven pedazos de anticlericalismo en esa época, según el padre Joseph Lecler, «como una oposición al clero por razones legítimas o ilegitimas»8.

Por lo tanto, el anticlericalismo gambettiano es un movimiento ideológico contrario al clericalismo. Es un movimiento histórico que se oponía a la influencia de la Iglesia en la política y en la sociedad. Su principal característica es que defiende que las creencias religiosas, sean del tipo que sean, deben pertenecer al ámbito privado de cada persona, de cada ciudadano y que, por ello, no hay razón para que existan instituciones que las sustenten y, mucho menos, que estas instituciones interfieran en los demás ámbitos de la vida.

Sin embargo, cabe señalar que, durante la época medieval, el anticlericalismo era un anticlericalismo “desde dentro”, que fue evolucionando poco a poco hasta ser un anticlericalismo “desde fuera”. No obstante, las variedades son muy amplias según los países y los momentos históricos y los personajes políticos con poder y con auctoritas.

En línea del trabajo asumido por muchos estudiosos, existen tres modalidades de anticlericalismo. El primero es aquel que se encabeza contra las instituciones, el segundo contra las personas, y el tercero es el que se acomete contra una fe, una creencia.

Tras la caída del II Imperio y la derrota de la Comuna de París, se instaura en Francia un gobierno “clerical” de los legitimistas que soñaban con el retorno de la Monarquía y del tradicionalismo, al que se oponen los republicanos encabezados entre otros por Léon Gambetta como personaje más significativo.

Al caer el II Imperio en Francia, y tras el fracaso de la Comuna de París, el gobierno de Francia pasó a ser clerical, con los que ansiaban la vuelta de la Monarquía y las tradiciones, en contraposición de los republicanos, cuyas filas lideraba, entre otros, Gambetta.

Curiosamente, en las elecciones de 1863, dos personajes de alto perfil anticlerical como fueron Jules Ferry y Gambetta, propusieron que, en la elaboración de los presupuestos estatales, se excluyera todo lo referente al gasto destinado al culto de las religiones, tanto de la católica como de las protestantes.

Léon Gambetta fue un importante propulsor del anticlericalismo en Francia. Para él, el clericalismo era «ese espíritu de invasión y de corrupción»9. Por ello, pronunció un discurso en contra en la Cámara el día 4 de mayo de 1877, concluyendo con una proclamación ofensiva «¡el clericalismo, éste es el enemigo!»10, palabras que ya había pronunciado su amigo Alphonse Peyrat.

En dicho discurso, Gambetta habló de un debate creado por una demanda de Leblond, quien buscaba denunciar los llamados “manejos ultramontanos”, que no eran sino aquellas súplicas católicas y las cartas de ciertos obispos que hacían referencia a la tesitura del Papa y a los “valores y virtudes de la Francia anticlerical”.

Ese mismo día, el 4 de mayo de 1877, el Gobierno francés se vio obligado a aprobar una orden del día, ya que había sido votada por 346 diputados, que opinaban que estas “manifestaciones ultramontanas” violaban las leyes del Estado y daban pie a una inquietud antipatriótica y contra los valores democráticos de la Francia revolucionaria. Debido a esta aprobación, Émile de Girardin concluyó que la votación había separado a los diputados en dos bandos distintos: de un lado, los que no veían con buenos ojos la forma electiva y la libertad religiosa; y, en otro lugar distinto, todos aquellos que se posicionaban en contra de la herencia dinástica y del clericalismo. Todo esto dio pie a que el 16 de mayo, apenas quince días después de la votación, se originara una crisis política y de opinión pública, cuyo motivo principal era claramente la cuestión del clericalismo y del anticlericalismo.

Todo, o al menos una parte significativa de lo que tiene que ver con el anticlericalismo francés de finales del siglo XIX tiene a León Gambetta y a Jules Ferry detrás, pero Georges Clemenceau (1841-1929) fue capaz incluso de superarlos en algún momento con la Ley de Separación. El espíritu francmasón estaba detrás con la idea de que las logias sustituyeran a las iglesias católicas. Las tres leyes promovidas por Jules Ferry referentes a las enseñanzas, en 1882, 1886 y 1889 están inspiradas en principios liberales, pero también masónicos y laicistas.

Fue a partir de ese momento, cuando se propulsó una decidida política anticlerical, cuya máxima era la “laïcité”, y que terminó dando paso finalmente a la creación y aprobación de la Ley de Separación de la Iglesia y el Estado, acaecida en el año 1905.

Para la Iglesia católica, dicha política no era más que una “persecución religiosa”, que, según ellos, violaba sus derechos y se enfrentaba no solo a la Iglesia como institución, sino a sus creencias, a sus fieles y a todo aquel que perteneciera a ella. Sin embargo, Eugène Pelletan11 respondió, acusando a la Iglesia de que «siempre que se os retira el derecho de perseguir, clamáis contra la persecución. Se abole la Inquisición, se os persigue; se libera la conciencia, se os persigue; se decreta el matrimonio civil, se os persigue».

El 26 de mayo de 1907 Mgr. Patry, sacerdote del arciprestazgo de la Basílica de Nuestra Señora de Mayenne, dirigió una homilía, con misa, a los veteranos de los ejércitos franceses de tierra y mar, exaltando la figura de Juana de Arco y su valentía en defensa de los valores cristianos, considerándola como la «gloriosa heroína, suscitada por Dios para salvar a la patria»12. En su alocución Patry, dirigiéndose a los soldados y a sus superiores alcanzó un tono solemne al precisar: «Actuemos como Juana de Arco con su firme coraje, que requieren las luchas solemnes del deber y de la fe. Seamos intrépidos bajo el signo de Dios: nuestra bandera llevará siempre dos nombres: ¡Dios y la Patria! Con este símbolo y pese a las apariencias contrarias, tanto como Francia desee, ella estará presidiendo los destinos del mundo, porque ella restará dentro de su misión. Ella será el soldado de Dios, Francia guardará sus grandes virtudes y sus privilegios en lo más excelso. Aseguraos los unos y los otros en actuar con el valor y la energía de héroes, en el ámbito de nuestras obligaciones como franceses y como cristianos»13.

Tras la Gran Guerra de 1914-1918, la derecha católica comenzó a aceptar el laicismo, y es por ello que el anticlericalismo republicano se fue aletargando en algunos de sus componentes esenciales, pero el enfrentamiento con la Roma papal subsistiría durante varios años más.

Gabriel Deville hace un resumen de la importancia de los proyectos de ley que Jules Ferry sometió a la Cámara de los Diputados y al Senado. El contenido de las normas que promovió hace referencia a los tres niveles de enseñanza y a la cuestión del anticlericalismo, fundamentalmente dirigido contra la Iglesia católica, no contra los protestantes franceses. Como principal aliado en sede parlamentaria contaba con Léon Gambetta, quien llegó a establecer unos criterios contenidos en sus discursos del siguiente tamiz: «¡El clericalismo, este es el enemigo! ¡Guerra pues contra el clericalismo! La lucha tiene lugar a propósito de la enseñanza superior»14.

Ferry, en un discurso de inauguración de la Facultad de Teología protestante de Montauban, habló de nuevo haciendo apología del protestantismo y mostrándose contrario a las Facultades de Teología católica.

A ello añadió en sus propuestas la conveniencia de la «transformación absoluta de la religión en un “servicio público”». Es decir, unos «clérigos funcionarios del servicio público de culto» y además con la condición de que constituyan «un poder amigo, como aliados necesarios»15 de la República. Curiosamente Deville, con violencia verbal propia de un anticlericalismo rancio abogaba por «la supresión de la práctica de las religiones como solución necesaria… y que esta supresión no daña el derecho de las personas». No contento con el tono violento sino anticlerical acaba por precisar que «las prácticas religiosas son una monstruosa violación de la libertad de conciencia que no será efectiva más que con la desaparición de la por sí llamada Libertad de cultos, odiosa licencia en favor de unos y en perjuicio y detrimento de otros»16.

4. La República como espacio y modelo político de convivencia.

La República es una forma de modelo de Estado, contrario al modelo monárquico. Una República es un tipo de Estado en el que el país no es propiedad privada de los gobernantes, se considera por tanto público. El jefe de Estado no es monarca, sino Presidente y las autoridades obtienen sus cargos a través de formas de gobierno como la oligarquía, la democracia o el parlamentarismo.

El actual término de democracia nada tiene que ver con sus concepciones clásicas. Fue usado por primera vez alrededor del año 500 antes de Cristo, en la ciudad de Roma. En esta época, la palabra república se usaba para designar una forma parcial de democracia. En este modelo de gobierno, el poder de la clase aristocrática era controlado por los consulados, ya que la aristocracia tenía todos los escaños en el Senado. Estos cónsules, que eran dos, eran elegidos por períodos de un año por los ciudadanos libres.

En referencia a la República de este periodo, cabe destacar la obra platónica La República. Es uno de los pocos textos antiguos que han sobrevivido desde la Edad antigua a la Edad Media y hasta nuestros días. Platón reflexiona en su obra sobre la idea de justicia y la forma de expresarse que tiene el hombre, por lo que se centra en buscar cuál sería la organización de la ciudad estado ideal. Sin embargo, aunque Platón expuso muy bien sus ideas y tenían mucho sentido, cuando las puso en práctica en la πόλις de Siracusa, el resultado fue realmente desastroso en todos los sentidos.

En la actualidad, la República no se basa ya en el enfrentamiento con los gobiernos injustos pues la monarquía ha dado paso a muchos actuales regímenes que son republicanos. Se supone que el gobierno en un Estado con un modelo político republicano, es accesible para todos y cada uno de sus ciudadanos. No obstante, la definición de República que prevalece en América del norte y del sur, es la de un gobierno cuyos gobernantes representan al pueblo y una República que sigue lo dispuesto en el Estado de derecho, basado en una constitución que defiende la separación de poderes y el respeto de los derechos individuales y de los derechos sociales, así como un modelo político de democracia representativa.

En este sentido, cabe añadir que fue en Estados Unidos donde surgió por primera vez una República representativa. Ésta surgió tras la guerra de independencia, pasando a ser después una República constitucional federal libre y de derecho, la cual añade nuevos conceptos a la época como la separación de poderes.

Con la Ilustración habían tomado forma y cuerpo las reflexiones y pensamientos liberales y, con ellos, muchos pensadores que creían que las repúblicas siempre terminaban dando paso a anarquías y tiranías. Voltaire fue uno de ellos, pero también otros llegaron a pensar de modo parecido.

Sin embargo, también existían pensadores que creían que las repúblicas eran el modelo perfecto de Estado, como el Barón de Montesquieu y de la Brède o Jean-Jacques Rousseau. Aunque, es igualmente cierto, que ambos filósofos opinaban que Francia era una nación muy grande como para gobernarla como una república, en este sentido, creían que una monarquía limitada era más idónea para una nación tan extensa y con dominios territoriales en varios continentes como la de Francia.

La Revolución Francesa no fue republicana desde el principio, tal y como consta en la constitución de 1791, que era monárquica, aunque dicha norma constitucional suponía una merma considerable de las competencias y poderes del rey. Los simpatizantes del monarca no se retiraron hasta después de la Fuga de Varennes17, tras lo cual se declaró la República Francesa y el rey Luis XVI fue condenado a la guillotina. Entre los defensores del rey se encontraba una afamada feminista, Marie Gouze, que pagó con su vida, pasando por la guillotina por defender la monarquía.

La Segunda República Francesa fue creada en 1848, pero fue abolida por Napoleón III, que se proclamó emperador en 1852. La Tercera República francesa se estableció en 1870 cuando un comité civil revolucionario se negó a aceptar la rendición de Napoleón durante la guerra franco-prusiana. A comienzos del siglo XX, Francia, Suiza y San Marino seguían siendo las pocas repúblicas de Europa.

Los ideales principales de la República según Aristóteles eran: 1º La división de poderes y su recíproco control; 2º La representación de todas las clases sociales en el gobierno, sin que pudiera existir prevalencia y con las mismas atribuciones para todos; 3º La participación de forma activa de los ciudadanos en la política. Para que esto pueda llevarse a cabo es esencial que se publiquen las normas correspondientes y que existan estudios de ciencias jurídicas y políticas, para que los ciudadanos puedan aprender tanto la teoría como la materia practica y así poder dedicarse a la política.

Por otro lado, Aristóteles hablaba que los fines supremos del gobierno debían ser: la libertad, puesto que, como manifestaba un dicho griego de la época, “solo somos libres entre iguales”, ya que, si somos libres entre iguales es muy poco probable que exista una clase gobernante, ya que todas deberían gobernar por igual. Además, siguiendo esta premisa de la libertad, Karl Marx consideraba que siempre que haya individuos económicamente diferentes, siempre habrán unos que querrán superponerse a los otros, normalmente los ricos, rompiendo de esta forma la igualdad y por tanto la libertad18. Por otro lado, Aristóteles consideraba que era de vital importancia que los gobiernos respetaran la realización de la justicia y del bien común, y que permitiera el libre y pleno desarrollo de la capacidad cognitiva de cada ser humano.

En la gran mayoría de las Repúblicas modernas, al Jefe de Estado se le llama Presidente de la República, ya que no existe monarca. Este término, sin embargo, no debe ser confundido con el de Presidente del Gobierno o el de jefe del Consejo de ministros.

Existen varias modalidades de repúblicas. En las que son democráticas, deben existir unas elecciones en las que el Presidente o Jefe de Estado debe resultar vencedor. Dichas elecciones pueden ser directas o indirectas. Los cargos normalmente tienen una duración limitada, preestablecida, que en la mayoría de los casos es de cuatro a seis años. Al finalizar dicho periodo deben celebrarse unas nuevas elecciones. En algunos países la reelección del mismo Presidente está prohibida o es limitada.

Por otro lado, pueden darse las repúblicas presidencialistas, que son aquellas en las que el Jefe del Estado es al mismo tiempo el Jefe del Gobierno. Este es el caso de Estados Unidos, Argentina o Uruguay entre otros.

Y, por último, están las repúblicas con sistemas de gobierno semipresenciales, que es la que suele darse en Francia. En estos sistemas, el Jefe del Estado no puede ser también Jefe del Gobierno, deben ser dos personas diferentes. El Jefe del Gobierno se encarga del poder ejecutivo, mientras que el Presidente de la República tiene un papel importante en Francia y no meramente protocolario, es a la vez la imagen del país. Es posible, en estos tipos de república, que ambos presidentes pertenezcan a partidos políticos diferentes, siempre que los calendarios de elección de cada país lo permitan. Esto también suele ocurrir mucho en Francia.

En el panfleto francés, “Ce que veulent les Républicains”, publicado en 1876 se anuncian claramente las principales ideas de un gobierno republicano. En primer lugar, la Libertad de prensa. La prensa debe ser libre, para que todos podamos conocer con exactitud la situación. El autor usa como símil a Eva cuando decidió comerse la manzana. Para él «Eva había querido comerse la fruta prohibida porque esa fruta representaba para ella el desconocimiento; los franceses son así, quieren conocer lo que les esconden y buscan ansiosamente lo que habrían hecho si se les hubiese dejado en paz»19.

Por otro lado, menciona que los republicanos prometen la instrucción gratuita, laica y obligatoria. Por gratuito se entiende que desean que todos los ciudadanos puedan tener derecho instruirse, no solo los que son ricos o aquellos que cuentan con unas condiciones especiales o de inteligencia superior. De esta manera, los pobres podrán conocer sus obligaciones y hacer uso de sus derechos sin que se abuse de ellos. En aplicación de la laicidad, exigen que no se entregue a los niños a los ultramontanos, ya que se considera que estos distorsionan su inteligencia. Simplemente buscan que su espíritu vaya hacia adelante en vez de volver hacia atrás. Es por eso que quieren la libertad de conciencia.

Por obligación, se pide que los padres no sean libres de decirles a sus hijos cuando aún son ignorantes que se queden mientras el resto les dice que se marchen. Exigen ciudadanos activos y no aquellos anulados. Los republicanos no quieren que nadie se quede sin educación ya que opinan que es «el pan del corazón, tan indispensable como el pan del cuerpo»20.

Por otro lado, promueven el control incesante sobre el poder ejecutivo, para evitar, por lo tanto, la expoliación llevada a cabo por el Imperio y la realeza.

Quieren que todos respeten la Constitución, ese contrato entre liberales monárquicos y la joven República, aunque sea un contrato para tranquilizar a unos y para beneficiar a otros. Y que los consejos municipales tengan derecho a nombrar a sus propios alcaldes, ya que prefieren a políticos conocidos y con experiencia a aquellos que no conocen a sus ciudadanos. Y si esto no es posible, que, al menos, no sean los jefes de estado quienes los elijan. Además, exigen que los cargos sean soportados por la medida de su fortuna, ya que es lo más justo, lo más legal y lo más razonable.

Quieren la igualdad para todas las personas, en todas partes, tanto ante la ley, como en el servicio militar, entre otros. Y que esta Libertad no sea usada como una palabra ociosa para ganarse exclusivamente el favor de los electores.

Por otro lado, en cuanto a la fraternidad, el autor de dicho texto señala que está en nuestra naturaleza, ya que todos los hombres hemos sido creados a la imagen y semejanza de Dios, como dice el evangelio. Es por ello que resulta forzoso tener Igualdad, Libertad y Fraternidad.

Sobre la Tercera República francesa, en cuya puesta en práctica tuvo una actividad importante Léon Gambetta, habría mucho que escribir, pero desborda la materia de nuestro trabajo; sin embargo, Louis Adolphe Thiers (1797-1877) se posicionó en el sentido de que la Tercera República solo podía ser conservadora, pues de otra forma, no podría subsistir. Sin embargo, se equivocó, pues la Francia rural se decantó a favor del republicanismo. Lo que sí fue de destacar sería la importancia de llevar a cabo, poniendo en práctica una mentalidad cada vez más anticlerical, una laicización del Estado, e ir de una forma progresiva logrando la de buena parte de la sociedad francesa. Paralelamente nació con fuerza en Francia el catolicismo social, en contra del espíritu anticlerical y masónico.

La Tercera República tuvo como primeros presidentes a Adolphe Thiers (desde el 17 de febrero de 1871 al 24 de marzo de 1873), a Marie Edmé Patrice Maurice de Mac-Mahon (desde el 24 de marzo de 1873 al 30 de enero de 1879), a Jules Grévy (desde el 30 de enero de 1879 al 3 de diciembre de 1887) y a Sadi Carnot (desde el 3 de diciembre de 1887 al 4 de junio de 1894, fecha en la que murió asesinado).

La proclamación de la Tercera República el 4 de septiembre de 1870, la hicieron Jules Favre y Léon Gambetta desde el balcón del Ayuntamiento de París. Previamente el 20 de abril de 1870 se había proclamado en Francia, mediante un Senado-consulto el Imperio liberal y parlamentario, que derogaba el Senado-consulto de 7 de noviembre de 1852 restableciendo el Segundo Imperio en la persona de Napoleón III, a la vez que se establecía el carácter hereditario de la dignidad imperial.

El enfrentamiento de Gambetta con la monarquía y el Imperio de Napoleón III parece claro. Napoleón III era hijo de Louis Bonaparte, hermano de Napoleón I Bonaparte. Fue el tercer hijo de Louis. Sus dos hermanos fallecieron a muy corta edad, en concreto, Napoleón-Charles vivió cinco años y Napoleon-Louis falleció el 1831, habiendo nacido en 1804. Sería el tercer hijo de Louis Bonaparte (1778-1846), como éste, vástago de Louis-Napoleón III, el que sería Presidente de la República francesa y luego Emperador de los franceses hasta 1870.

La revisión constitucional del 14 de agosto de 1884 supuso en esencia lo siguiente: «La forma republicana del gobierno no podrá ser sometida a revisión. La propaganda a favor de la monarquía queda declarada inconstitucional. Los miembros de las familias que hayan reinado en Francia serán inelegibles por naturaleza a la presidencia de la República; esta medida será completada por la ley del exilio que obliga a los miembros de las antiguas familias reinantes a abandonar Francia»21.

5. La obra literaria, jurídica y política de Gambetta. Sus escritos.

Gambetta fue un orador de bastante renombre, debido a sus discursos, los cuales causaban furor cada vez que los pronunciaba.
El discurso declamado por Gambetta el 29 de marzo de 1875 con ocasión de los funerales de Edgar Quinet22 es una de las obras literarias más famosas de Gambetta. Sobre Quinet dice Gambetta que es uno de los padres de la democracia contemporánea. Es «uno de los que más ha hecho de palabra, por acción, por escrito, para asegurar a esta democracia que merodea el instrumento de su soberanía y establecer en Francia el reinado de la justicia y del derecho»23.

En dicho discurso Gambetta emocionó a todos los asistentes afirmando que fue tras enamorarse de las doctrinas históricas de Quinet, tras enamorarse de su genio como un poeta se enamora de Francia, cuando lo entendió todo. Fue en ese momento cuando aprendió a conocer al hombre tras el pensador, al ciudadano tras el filósofo y todo eso cuando la patria iba a perecer.

Sabiendo que sus palabras llegaban a todos y cada uno de sus seguidores de una forma muy especial, aprovechó para hablar sobre las lecciones que, según él, Quinet les dejaba. «Estas son las lecciones que nos deja, y no podemos recordarlas demasiado en la situación en que nos encontramos, después de una conquista difícil, después de haber arrebatado el instrumento al enemigo más cruel y odiado del espíritu democrático, con la ayuda del cual podremos progresar aún más, con la ayuda del cual con concordia, unión, sabiduría, debemos proceder a la emancipación de todos, finalmente a proporcionar a nuestro país, que durante tanto tiempo ha estado esperando este régimen de paz y libertad, de justicia y progreso, que la Revolución Francesa quería fundar en nuestra nación para el ejemplo del resto del mundo»24.
No existe ni una sola transcripción de los discursos de Gambetta en los que no puedan observarse añadidos sobre los largos aplausos y los vitores que los asistentes a los mítines dirigían a Léon Gambetta. En el discurso del 10 de octubre pronunciado en Grenoble, las réplicas y los gritos a favor de Gambetta no paran de sucederse, hasta el punto de terminar con los cánticos «¡Viva la República! ¡Viva Gambetta!25».

6. Pour aller plus loin. El legado de Léon Gambetta.

Léon Gambetta, en sus textos, muestra claramente su culto incesante hacia la libertad de pensamiento, ideológica en un sentido amplio. Su oposición al Imperio era respaldada por un considerable número de jóvenes franceses. En esto tuvo bastante que ver la caída de la monarquía en España, que produjo una sensación curiosa dejando atónita y expectante a muchos europeos. Fue entonces cuando surgió el nombre de Baudin, al que hemos aludido con anterioridad. Falleció, víctima del golpe de Estado. Buena parte de la prensa francesa se hizo eco y gozaba de una notable consideración. Todos los periódicos hablaban de él y el pueblo lo adoraba. Por ello adoraron a Gambetta cuando salió en su defensa, acusando por primera vez en la historia de una manera tan directa a un tirano reinante.

Gambetta habló con claridad y vehemencia, su lenguaje tuvo un tono elevado, pero molesto para sus contrarios. Daba la impresión de que estaba asestando un golpe detrás de otro. La gente le escuchó y la gente lo alabó. El presidente de la Asamblea intentaba interrumpirle para que pusiera fin de una forma rápida a su acalorado discurso. Sin embargo, Gambetta, ávido de coraje, seguía con su ritmo vehemente. Cuando dio término al mismo quedó clara la trascendencia que acabaría teniendo. Alcanzó en las elecciones los veintisiete mil votos26.

Léon Gambetta siempre agradeció las palabras que sus seguidores le dedicaban y se sentía honrado, porque sabía que ellos le consideraban el instrumento de acción y de motivación de una política distinta. En uno de sus discursos Léon Gambetta incidió en que no solo de aspiraciones, ideales y sentimientos vivían los republicanos, también tenían otros objetivos, como la posesión de la verdad (cuestión por cierto que puede ponerse en duda, habida cuenta del contenido del discurso político de los radicales socialistas, y solo hay que comprobarlo en España durante la Segunda República, en la que el Partido Republicano Radical Socialista solo duró apenas tres años).

Gambetta aprovechaba las oportunidades que tenía para explicar la forma en la que debían atraer a los demás ciudadanos hacia la República. Él se consideraba republicano por tradición familiar e incluso llegaba a decir que por raza. Y para él eso suponía un título tan de nobleza como el de los condes, duques o marqueses, pero sin esa titulación y con su espíritu antimonárquico. Creía que debían usar algo más que la exposición de sus naturales aspiraciones, y para lograrlo, es decir conseguir así más adeptos del radicalsocialismo, buscaba igualmente el bienestar material, pero indudablemente hacía más hincapié en el bienestar ético. Otra cuestión bien distinta sería la de que el comportamiento de Gambetta no se ajustaba en absoluto a los principios de la moral católica, ni de las religiones protestantes con mayor tradición en Francia.

Discursos verdaderamente memorables de Léon Gambetta fueron los que llevó a cabo el 24 de junio de 1872, el del 14 de julio en Ferté-sous-Jouarre, donde habló de la necesidad de crear un acuerdo entre aldeanos, obreros y burgueses. El 29 de septiembre tomó la palabra en Thonon, tras la pérdida de la Alsacia-Lorena, resultado de la guerra sería que el norte de la Lorena y la Alsacia se incorporaron al Imperio alemán. Igualmente, relevantes fueron sus palabras en Ménilmontant el 23 de abril, donde protagonizó un discurso sobre el derrocamiento del régimen provisional y la necesidad de crear nuevas instituciones que estuvieran arraigadas en el pueblo. Posteriormente, tras la aprobación de la Constitución de 1875, pronunció un sonoro discurso en Lille el 6 de febrero de 1876 sobre la función que debía tener el nuevo Senado.

En 1877 volvió Gambetta a desplegar una gran actividad oratoria en la que marcó una línea de notable anticlericalismo, centrada en la crítica de la injerencia de la Iglesia en asuntos que resultaban para él contrarios a la laicidad republicana. Al mismo tiempo Gambetta solicitó la unión de los republicanos contra Mac-Mahon, que trataba de disolver la Cámara.

Además, son igualmente relevantes sus discursos en Cherbourg el 9 de agosto de 1880, así como el del 26 de enero de 1881 en la Cámara, sobre la necesaria creación de una clara política de carácter parlamentario.

El legado de Gambetta resulta abrumador, ya que, pese a su rápida muerte, su corta vida dejó una marca muy importante en el corazón de la República, y en el de todos sus seguidores.

Léon Gambetta ha sido inmortalizado en Francia con plazas, boulevards y calles. Debido a su gran importancia, su nombre es el sexto más dado a una calle en Francia. Además, su nombre fue usado para denominar a un famoso, aunque mortal crucero francés. Este crucero tuvo un trágico destino, al igual que los marineros que formaban parte de él debido a que un submarino austro-húngaro lo torpedeó y lo hundió, llevándose con el buque a un considerable número de víctimas27.

Su carácter tranquilo y su brillante don para la oratoria le hicieron un personaje político muy popular. Fue por ello en 1869 y 1871 cuando fundó las publicaciones La Revue Politique y La République Française, respectivamente. Su segundo periódico, La République Française, consiguió tener muchísima influencia sobre la opinión pública, sobre todo en la capital, donde también eran muy comentadas sus opiniones sobre la monarquía. Entre los propósitos que abrigó Michel Gambetta y, particularmente, durante la guerra franco-prusiana, fue la redacción de lo que denominaba un Manual republicano, para enviárselo a Joseph Barni, que era el traductor al francés de la obras de Inmanuel Kant28.

Sin embargo, con tanta fama y tantos seguidores, siempre aparecen enemigos y envidiosos, y en el caso de Gambetta esto no iba a ser una excepción. Incluso dentro de su partido, el que fuera el presidente Jules Grévy, había confesado en multitud de ocasiones su enemistad con Léon Gambetta. Fue por este motivo por el que se debatió tanto la formación de gobierno de 1881, debido a que Grévy no quería que Gambetta fuera el encargado de formar gobierno.

Gambetta, en 1869, defendió en la Cámara y luego en sus mítines una serie de principios bien claros, como eran «el sufragio universal, la libertad, la supresión de la acumulación de cargos y del enchufe, elección de funcionarios, supresión del ejército permanente, abolición de los monopolios. Él [Gambetta] encarnó la democracia nueva, la democracia radical. Para él, la libertad no es más que un medio»29.

Otro de sus importantes éxitos fue la puesta en marcha de un ambicioso programa de reformas que creó durante su estancia en el gran ministerio como primer ministro. Además, desarrolló una política de visión amplia con Gran Bretaña para cooperar en lo posible.

Gambetta perteneció a la francmasonería. El mundo francés, a partir de la Revolución de 1848 hasta 1920 está lleno de francmasones que ocupan puestos de responsabilidad como Presidente de la Cámara de Diputados, como jefe del Consejo de Ministros, como ministro de Instrucción y Bellas Artes, denominación de ese Ministerio que luego fue acogida en Italia y en España.

El número de diputados masones que hubo en Francia es muy abundante. En el Consejo de Estado y en los sufragados en el extranjero no faltan los francmasones.

El ya varias veces mencionado en este artículo Jules Ferry es el conocido presidente del Consejo de Ministros y ministro que lo fue de Instrucción Pública y Bellas Artes, quien promovió en Francia las leyes de la enseñanza de contenido laical y secularizador, en particular la Ley sobre la enseñanza primaria, destacando su carta dirigida a todos los maestros de Francia, que es un paradigma donde se combinan los principios liberales, el anticlericalismo, las ideas francmasónicas y se siguen los principios de particular interés de las logias de «supresión de la Iglesia Cristiana» (es decir de la Iglesia católica y de las dos principales iglesias protestantes francesas) y la «descristianización de Francia en breve tiempo»30.

D’Avesne considera la tarea llevada a cabo por la francmasonería como antirreligiosa, antipatriótica y antifrancesa31. E. D’Avesne en su obra La franc-maçonnerie au pouvoir,1789-1880, París, 1881, señala que «la francmasonería nos ha demostrado por el testimonio de los francmasones mismos, que es una sociedad secreta de primera línea: ella está en oposición formal con el artículo 13 de la Ley del 28 de julio de 1848. Se ocupa activamente, sus adeptos se declaran y postulan en la política y la religión, sin estar autorizados por el poder civil. La masonería violaba a juicio de D’Avesne el artículo 291 del Código Civil. Los oradores, en el seno de las logias provocaban la desobediencia a las leyes, enfrentan a los ciudadanos los unos contra los otros, profesan orgullosamente las doctrinas antisociales y ateas, y amenazan totalmente al derecho de propiedad, la libertad de conciencia y hasta la seguridad individual. Al mismo tiempo demuestra un atropello conforme a los artículos del Código penal 292 y 293, y los artículos 1, 2, 3 y 4 de la ley de 10 de abril de 1834 sobre las asociaciones»32.

Sobre el pensamiento masónico y sobre sus actividades en Francia, algunos católicos franceses calificaron a los masones como contrarios a cualquier religión católica o protestante, desdeñadores de la patria francesa, llegando a hablar de la «ruina moral y material que originaría en Francia y la conduciría a la catástrofe. La obra masónica es una tarea de destrucción religiosa y de destrucción patriótica porque la francmasonería, siendo internacional, obedece a la francmasonería extranjera… La francmasonería se ha convertido en la tiranía más odiosa que haya existido jamás».

La respuesta de los católicos franceses contra la francmasonería es que era antipatriótica, antimilitarista y colectivista.

«La francmasonería es de hecho el laboratorio de la Revolución». En esta línea se situó el gran intelectual francés, nacido en Madrid y extraordinario pensador social, Louis Blanc (1811-1882), aunque algunos lo ven como un propagandista y a la vez un teórico falto de originalidad de planteamientos y de una teoría social científica y que pudiera haber sido considerada como paradigmática para el movimiento obrero de Francia33.
Resulta curioso que en el caso de Léon Gambetta y de Jules Ferry, junto a otros conocidos y reconocidos francmasones, se hiciese un planteamiento agresivo a las Iglesias y confesiones religiosas y, a la vez, se “declaró la guerra al clericalismo”, que el gobierno definió como “la intrusión de la religión dentro del dominio de la política”. A ello supo responder E. D’Avesne señalando a los políticos francmasones «que el clericalismo no ha existido jamás, sino es en la loca imaginación de sus inventores»34.

La masonería también proponía candidatos electorales de cada logia para ocupar un puesto de diputado en la Asamblea Nacional. Los francmasones también defendieron la comuna, la revolución de la misma saldada con destrozos materiales, sangre y muerte. La masonería se convirtió de hecho en el laboratorio de la Revolución, con experimentos, por decirlo de este modo, que se saldaron con miles de muertos.

Lord Carnarvon, el gran maestro de Inglaterra llegó a afirmar que «la francmasonería extranjera es completamente diferente de la de Inglaterra, sobre todo teniendo en cuenta que en ese país, ella defiende lealmente la Constitución, mientras que en el continente (la Europa continental) se la ve conspirando contra el orden de cosas establecido»35. Las revoluciones habidas en Francia son de carácter decididamente republicano y contra la monarquía borbónica o el imperio de Napoleón III, cosa que en Gran Bretaña no se ha dado.

Coullé refiriéndose a Gambetta señaló que él llevó a cabo su primera formación política bajo el Imperio de Napoleón III y que no marcó distancias con respecto a la influencia recibida en esa etapa36, lo que provocó con su afirmación un grito de fuera y abajo Gambetta.

Igualmente, Louise Michel, calificó en público a Gambetta como deshonesto. La ciudadana Rouzade salió en defensa de Gambetta y fue calificada del siguiente modo: «la palabra le es concedida a la ciudadana Léonie Rouzade, que me agrada menos como conferenciante que como mujer. En primer lugar, tiene una voz avinagrada que resuena mal en los oídos. Ella siempre ha querido ser la Judith de Gambetta»37.

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NOTAS

1
Su figura anticlerical se asimila a la de un español Pedro Dorado Montero, como era conocido, aunque su nombre y apellidos eran Pedro Francisco García Martín Ramos Fraile. Fue un sabio, pero al mismo tiempo un anticlerical reconocido. Nació el 19 de mayo de 1861 y falleció el 26 de febrero de 1919. Incluso si se quiere comparar a Léon Gambetta también podríamos hacerlo con Luis Jiménez de Asúa, quien defendió en España en 1931 el «hacer una constitución de izquierdas», que iría dirigida de forma directa al alma popular, una constitución en la que pudo apreciarse un amplio y denso contenido social, como no lo había habido hasta entonces en España, y por supuesto con un acendrado anticlericalismo. Niceto Alcalá-Zamora y Torres señalaba que el anticlericalismo, sobre todo de los radicales socialistas, estaba inspirado directamente en la lectura de revistas francesas como La Lantèrne.

2 Jean-Baptiste-Alphonse Baudin, diputado de la Asamblea Nacional y médico de profesión, a la vez que miembro de la francmasonería, fue elegido para formar parte de la Cámara en 1849. Su espíritu audaz le llevó a las barricadas de manera desafiante, y con apuesta, con resultado no del todo accidental de muerte, pues fue abatido por un disparo el 3 de diciembre de 1851. Había sido elegido como diputado de la Asamblea legislativa con 46.739 votos. Baudin se enfrentó a la política de Luis Napoleón III e incluso combatió la reforma educativa propuesta por el Ministro de Instrucción Pública.
3 Ver Vincent Duclert y Christophe Prochasson Dictionnaire critique de la République, París, Flammarion, 2002, donde se menciona a Léon Gambetta, pp. 70, 92, 102, 111, 132, 184, 187, 226, 241, 244, 314, 351, 374, 395, 396, 406, 407, 409, 410, 411, 426, 442, 447, 449, 451, 478, 482, 503, 543, 560, 564, 565, 585, 638.

4 Ver Léon Gambetta, L’Empire jugé et condamné, París, A. le Chevalier, 1872.

5 Ver Dominique Barjot, Jean-Pierre Chaline y André Encrevé, La France au XIXe siècle, 1814-1914, París, Presses Universitaires de France, 2008, 2ª ed., p. 447.

6 Alfred Loisy, L’Église et la France, París, Émile Nourry, 1925, p. 114.

7 Joseph Marie Antoine Lecler, personalidad importante de la Iglesia. Nos dejó un gran trabajo como historiador de la Iglesia, aunque su obra más importante es la Histoire de la tolérance au siècle de laRéforme, publicada en 1955 y traducida a varios idiomas.

8 Artículo «anticlericalismo», Catholicisme, t. 1, col. 633.

9 Citado por Gabriel Hanotaux, Histoire de la France contemporaine (1871-1900), t. III, La présidence du maréchal de Mac Mahón, La constitution de 1875, París, Sociéte d’édition contemporaine, p. 703.

10 Según Le XIX siècle del 4 de enero de 1891, las palabras exactas de Alphonse Peyrat fueron: «El catolicismo, éste es el enemigo» [« Le catholicisme c’est là l’ennemi »], citado por Louis Capéran, Histoirecontemporaine de la laïcité républicaine. La crise du seize mai et la revanche républicaine, Librairie Marcel Rivière, París, 1957, p. 63. Información recogida en el documento publicado por la Asociación de Historia Contemporánea y Marcial Pons Ediciones de historia, El anticlericalismo en Francia 1877-1914, por la escritora Jacqueline Lalouette. Es el nº. 27, el anticlericalismo (1997), pp. 15-38.
11 Escritor, periodista y político francés.

12 Monseigneur Patry, Homilía en la celebración de la Misa en la Festividad de la 1017ª sección de veteranos de los ejércitos de tierra y mar, Imp. Poirier, Mayenne, 1907.

13 Monseigneur Patry, Homilía, cit., p. 4.

14 Gabriel Deville, « Les lois Ferry et le Parti socialiste », en La Revue Socialiste, nº 1 (20 de enero de 1880), p. 38.

15 Gabriel Deville, « Les lois Ferry et le Parti socialiste », en La Revue Socialiste, nº 1 (20 de enero de 1880), p. 40.

16 Gabriel Deville, « Les lois Ferry et le Parti socialiste », en La Revue Socialiste, nº 1 (20 de enero de 1880), p. 43.

17 Episodio de la Revolución francesa acaecido el 20 y 21 de junio de 1791, cuando el rey Luis XVI y María Antonieta intentaron huir al extranjero disfrazados de una familia aristocrática rusa debido al tremendo decaimiento de la autoridad real entre la ciudadanía, evidentemente movida toda esta pérdida de autoridad moral de la realeza desde instancias revolucionarias y la propia francmasonería.

18 Witold Gombrowicz, en su obra traducida a varios idiomas [manejamos la traducción italiana, que vertemos al castellano], Corso di filosofia in sei ore e un quarto, Milán, 2003, precisa: «En el pensamiento marxista el proletariado es una especie de santo y también una especie de fuerza elemental: 1. El proletariado no tiene nada que perder, ni que conservar. 2. Solamente tiene necesidades. No está corrompido por ningún valor. 3. Es una clase de carácter universal, que se sitúa en la base de cada estructura social. 4. Es la víctima de la producción económica», p. 112. Otra forma distinta de entender el pensamiento de Marx, la vemos en la obra colectiva coordinada por Terrell Carver, The Cambridge Companion to Marx, Cambridge, 1994, en particular en las colaboraciones del propio Carver, “Reading Marx: Life and Works”, pp. 1-22; de Richard W. Miller, “Social and political theory: Class, state, revolution”, pp. 55-105 y de Alan Gilbert, “Political Philosophy: Marx and radical democracy”, pp. 168-195.

19 «Ève avait voulu manger du fruit défendu, parce que ce fruit représentait pour elle l’inconnu ; les Français sont ainsi : ils veulent connaître ce qu’on leur cache et recherchent avec avidité ce dont ils auraient fait fi si on les avait laissés libres».

20 « Le pain du cœur, aussi indispensable que le pain du corps » Ce que veulent les républicains, p. 5.

21 François de la Saussay, L’héritage institutionnel français, 1789-1958, Hachette, París, 1992, p. 82.

22 El texto se publicó en París, con ocasión del funeral, en el editor Ernest Leroux, París, 1875, en un folleto de 16 páginas.

23 Ver discurso pronunciado por Gambetta en los funerales de Edgar Quinet, p. 5.

24 Ver Léon Gambetta, Discours aux funérailles de Edgar Quinet, París, 1875, p. 15.

25 « Vive la République ! Vive Gambetta ! ». En su versión original, contenida en el discurso protagonizado por Gambetta el 10 de octubre en Grenoble.

26 Informa al respecto el diario El Globo, nº 2.628, enero de 1883, cuando ya había fallecido el diputado Gambetta. Ver además Jean-Jacques Becker, “Léon Gambetta”, en Georges Clemenceau, Correspondance (1858-1929), París, 2005, pp. 999-1000.

27 Ver Rémy Porte, “Léon Gambetta”, en François Cochet y Rémy Porte, Dictionnaire de la Grande Guerre, 1914-1918, París, Éditions Robert Laffont, 2008, p. 634.

28 Michel Winock, Le siècle des intellectuels, París, 1999, p. 126.

29 Félix Ponteil, Les classes bourgeois et l’avènement de la démocratie, 1815-1914, Éditions Albin Michel, París, 1968.

30 E. D’Avesne, La Franc-Maçonnerie au pouvoir, 1789-1880, París, Palme éditeur, 1881, p. 72.

31 E. D’Avesne, République et francmaçonnerie, Aristide contre Briand, donde recoge las contradicciones de Briand, premio Nobel, que está considerado uno de los francmasones más beligerantes de la historia de Francia.

32 E. D’Avesne, La Franc-Maçonnerie au pouvoir, 1789-1880, París, Palme éditeur, 1881, pp. 7-8.

33 Ver Philippe Nemo, Histoire des idées politiques aux Temps modernes et contemporaines, París, 2003, pp. 900-903.

34 E. D’Avesne, La franc-maçonnerie au pouvoir, 1789-1880, París, 1881, p. 3.

35 E. D’Avesne, La franc-maçonnerie au pouvoir, 1789-1880, París, 1881, pp. 50-51
36 Charles Chincholle, Les survivants de la Commune, París, 1885, p. 25.

37 Charles Chincholle, Les survivants de la Commune, París, L. Boulanger, p. 249. Ver los ataques de Louis Lucipia a Jules Ferry en p. 117 e incluso los anarquistas por carta amenazadora a Ferry sobre que sus actos serían juzgados en una plaza pública en 20 de noviembre (p. 155).




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