Revista europea de historia de las ideas políticas y de las instituciones públicas
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Presidente del C.R.: Antonio Ortega Carrillo de Albornoz
Director: Manuel J. Peláez
Editor: Juan Carlos Martínez Coll
LA INDUSTRIA PRUSIANA DE LA SEDA EN EL SIGLO XVIII, TRADUCCION DEL INGLÉS AL CASTELLANO DE UN ENSAYO DE GUSTAV VON SCHMOLLER (1892)
María del Carmen NAVARRO LÓPEZ (traducción)
Resumen: Traducción del inglés al castellano del artículo de Gustav von Schmoller sobre la industria prusiana de la seda en el siglo XVIII, contrastándola con la de otros países de Europa, con referencias particularmente a Borgoña, a Francia y a Inglaterra.
Palabras clave: Gustav von Schmoller, Industria de la seda, Prusia, Señoríos, Borgoña.
Ya intenté, hace algunos años, mostrar que toda la política mercantilista solo puede entenderse cuando se considera como una etapa y un medio en la creación de una mayor comunidad política y económica. Como las ciudades-estado medievales y los grandes señoríos se volvieron cada vez más incapaces de servir como organismos adecuados de vida social y como las luchas de unos con otros degeneraron en un caos de anarquía, se hizo necesario el empleo de todos los medios imaginables (si fuera necesario, por medio de «sangre y hierro») para levantar Estados territoriales y nacionales. El inteligente despotismo principesco era el representante y el líder de este gran movimiento progresista; un movimiento que estaba destinado a aniquilar la libertad de los Estados y de las corporaciones, a establecer el libre comercio y grandes mercados locales y a combinar todos los recursos del país, tanto económicos como financieros y militares, de cara al extranjero. Aquellos estados que se hicieron poderosos y ricos más rápidamente, pusieron en práctica esta tendencia de centralización con la máxima energía. Alemania permaneció, hasta ese momento, no por delante sino por detrás de los mayores Estados italianos, detrás de Borgoña, Holanda, Inglaterra y Francia e, incluso, alejada de los Estados del norte más pequeños porque siguió estando delimitada por las formas medievales y porque, además, incluso sus mayores territorios eran también demasiado pequeños y fragmentarios y estaban demasiado lejos de la costa para perseguir este nuevo tipo de política de centralización como los Estados occidentales de Europa. El Gran Elector comenzó intentando crear un Estado en la costa báltica alemana acompañado de un poderío naval, y, de este modo, hacerse con el Dominium Maris Baltici y el control comercial del este de Europa. El intento estaba destinado a fracasar porque Holanda, Suecia, Dinamarca, Polonia, Austria y Rusia tenían intereses opuestos y porque la posición y la extensión, de aquel entonces, del Estado de Brandemburgo, eran inadecuadas para la tarea. El abandono, como debía ser, del rasgo principal de su plan y el intento de asegurar el poderío marítimo dejaron abierto un solo camino por el que el joven Estado militar y protestante podría alcanzar sus fines económicos. Y debía intentar crear, sobre los fundamentos agrarios y feudales proporcionados por las provincias agrupadas alrededor de Brandemburgo, una industria que habría de rivalizar con los Estados civilizados del oeste, usando para este objetivo todos los mecanismos estatales de ayuda a la inmigración, de fomento de la industria y de aranceles proteccionistas.
Tal industria tendría, igualmente, el poder y el deber de controlar el comercio interior, levantar las deterioradas estructuras artesanales de las pequeñas ciudades rurales, liberar, poco a poco, a la ciudad de la dependencia del comercio y el crédito del oeste europeo y reforzar su influencia sobre Polonia y otros Estados del este.
En ese momento, Federico Guillermo I y sus ministros entraron en este camino con energía y un objetivo deliberado y, de esta escuela, vino Federico II, que persiguió el mismo objetivo con mayor audacia e ingenio. A la pregunta de cómo fue que Federico considerara que la industria de la seda ocupaba un lugar muy importante, si no el más importante, en tal política, el Dr. Hintze da una respuesta simple y concluyente2.
Comenzando por el hecho universalmente conocido de que, antes de nuestra edad moderna del hierro y del carbón, el centro y la cima del desarrollo industrial debían buscarse en la fabricación de los productos textiles más finos, el Dr. Hintze nos muestra como la supremacía económica pasó de Bizancio a Italia, de Venecia, Génova, Florencia y Lucca a los Estados italianos más grandes, Milán y Piamonte, de Italia a España y Francia y, de ahí, a Holanda e Inglaterra, y a la vez de qué manera esta transferencia fue siempre acompañada, en parte como efecto, en parte como causa, del aumento de la industria de la seda junto a la industria de la lana. La propia producción de la seda pura no era, en ningún caso, la causa de la industria de la seda, tal y como se había supuesto a veces. La actual producción de seda tuvo lugar en otro sitio e, incluso, en Italia y Francia, era una consecuencia de la industria de la seda y llegó relativamente tarde. Francia e Inglaterra han creado sus industrias de la seda con todos los recursos políticos a su disposición y con los mayores sacrificios. En 1667, había 2000 telares en Lyon; en 1752, 9404. En la gran lucha económica de Inglaterra contra Francia, la prohibición, en 1688, de la importación de productos derivados de la seda francesa a Inglaterra se dio, quizás, después de las Leyes de Navegación y de las victorias marítimas; fue el salto de calidad más significativo a la vez que importante. Hasta ese momento, la producción de seda por un valor de 500.000 libras había ido, cada año, desde Francia hasta Inglaterra; en 1763, la industria inglesa de la seda dio trabajo a 50.000 personas3. Pero no solo los grandes Estados desearon tener, a toda costa, su propia fábrica de seda, sino que también se preocuparon de lograr ese objetivo los pequeños. Los tejedores y tintoreros italianos siguieron a los comerciantes italianos que trajeron primero las mercancías. Zúrich y Basilea, Ulm, Augsburgo y Núremberg tenían muchos trabajadores de seda ya en el siglo dieciséis. En el siglo diecisiete, estaban trabajando 2000 telares en Amberes. En Holanda, en concreto en Ámsterdam, Haarlem y Utrecht se enriquecieron a través de esta industria y desde allí, pasó a Hamburgo. Los refugiados belgas y franceses se unieron a los trabajadores italianos de camino a Dinamarca, Suecia y Rusia. Alrededor del 1700, Leipzig tenía ya un considerable negocio de terciopelo y seda; en 1750, estaban trabajando miles de telares. En el Palatinado, en Múnich y en Viena, J. Joachim Becher4 había intentado varias veces dar existencia a una industria de la seda mediante empresas, al igual que se hicieron intentos en cada capital alemana durante todo el siglo dieciocho.
Pero solo tuvieron éxito, a una escala considerable, en Prusia, especialmente en Berlín. Desde luego, puede sontenerse que, aunque Hamburgo, Leipzig, Krefeld y Utrecht tenían mayores facilidades para alcanzar un mercado, en todos los demás sentidos, Berlín estaba tan capacitado como otros muchos lugares para promover y mantener una próspera industria de la seda; y también que, de acuerdo con las ideas del siglo dieciocho, estaba destinado a intentarlo en cuanto las provincias de Brandemburgo y Prusia se concibieron como la formación de un organismo económico independiente listo para rivalizar con Holanda, Inglaterra y Francia.
[Luego, sigue una relación de las medidas del Gobierno y de la organización y el progreso de la producción].
Hemos visto la fundación, sobre un terreno resistente, de una industria que alcanzó, por fin, un alto grado de excelencia técnica, debido al empleo de todas las medidas que podría provocar una política mercantil constante. En ningún otro caso, se han aplicado medidas con una búsqueda tan amplia y con tal firme persistencia. También en ningún otro caso, se han adaptado con tanto cuidado, paso a paso, a las condiciones concretas. Lo que hemos considerado ha sido una industria nacional que ya se había acercado, parcialmente, a la forma de la fábrica, pero en la que los trabajadores todavía estaban protegidos por la regulación gremial, el control del Estado y la inspección gubernamental. Hemos tenido que hacernos con una industria que produzca para un gran comercio extranjero entre Estados y con empresarios5 (Unternehmer) y editores (Verleger)6 que ocupen la posición concebible más compleja. A pesar de todo el apoyo y la protección estatal que recibieron, tuvieron que competir con una constante rivalidad, con las posibilidades de cambio del mercado y con una tarea, tanto en materia de fabricación como en materia de comercio, de una extrema severidad.
En general, el intento tuvo éxito. Berlín estuvo, entre 1780 y 1806, casi al nivel de otros lugares donde la industria de la seda continuó. Fue sobre todo por la industria de la seda por lo que Berlín se convirtió en una importante ciudad industrial y en la ciudad cuyos habitantes se distinguían por tener el mejor gusto de Alemania. Por supuesto, en Berlín, la gente todavía no podía producir y facturar a tan bajo precio como las producciones de Lyon que eran tres siglos más antiguas; en muchas de las mejores mercancías, estaban por detrás de Krefeld, Suiza y Holanda, pero coincidían con Hamburgo y Sajonia. Hasta ese momento, en 1806, aún no habían sido capaces de encontrar, con indiferencia, las fluctuaciones producidas por la gran guerra (un periodo de un largo y terrible empobrecimiento) junto con la repentina abolición del sistema gremial, de los antiguos reglamentos y de todo el apoyo estatal, así como la supresión de la prohibición de importación. Pero desde que, en la provincia de Brandemburgo, volvieron a trabajar 1503 telares en 1831 y hasta 3000 entre 1840 y 1860, es evidente, después de todo, que la mayoría de las preocupaciones de las empresas que habían echado raíces antes de 1806 pudieron mantenerse, al menos, durante un par de generaciones, incluso en la corriente de libre competencia internacional. Y el hecho de que, en los años sesenta y setenta, como la vida se volvió más cara en Berlín y la competencia de Krefeld y de los países extranjeros se hizo más intensa, la mayoría de los hombres de negocios de Berlín, de los capitalistas y de los trabajadores se entregaron a otras ocupaciones, mientras que algunas partes de la antigua industria, como el negocio del tinte, se mantuvieron en un estado todavía más floreciente. Este hecho no prueba que la industria de la seda de Berlín del siglo dieciocho no estuviera en su lugar.
La tarea encomendada a los hombres de esa época era asegurarle al verdadero centro del Estado prusiano una parte en las industrias y en los respectivos sectores que constituían los rasgos esenciales de la mayor civilización de Europa occidental. La prosperidad de la fabricación de seda en un fragmento distante y aislado del Estado, cerca de la frontera holandesa, concretamente de Krefeld, no podía compensar su ausencia en el este. Federico el Grande hizo, una y otra vez, el esfuerzo de inducir a los hermanos von der Leyen a moverse hacia el este con una parte de su negocio; pero todo en vano. Así que tuvo que hacer un esfuerzo para alcanzar el mismo fin de otro modo. En el transcurso de su reinado, gastó aproximadamente dos millones de táleros en la industria de la seda, más que en cualquier otra rama de fabricación. Y, ¿qué obtuvo con esto? La obtención de una industria que cada año produjo mercancías con un valor de dos, o más, millones de táleros, dice el mercantilista; ¡no!, la creación de una industria que desapareció en el siglo diecinueve, dice el comerciante libre. Yo digo que los dos millones de táleros deben considerarse como un gasto para los estudios, como dinero gastado en educación, que introdujo a fondo en Berlín y en las provincias del este aquellos poderes y aptitudes, aquellas actitudes y costumbres, sin las cuales un Estado industrial no puede durar mucho tiempo. En estos territorios feudales con sus principales ciudades y artesanos empobrecidos, tanto los editores como los trabajadores querían, en general, a quien era indispensable para las fabricaciones más finas destinadas al mercado mundial. La introducción de extranjeros y de la laboriosa capacitación de los nativos podría ser solo trabajo de un arte político que comprendió tanto su objetivo como sus materiales. Es significativo que, al principio, fuésemos encontrados por franceses y judíos entre los factores y por extranjeros, principalmente lioneses e italianos, entre los trabajadores; mientras que, en 1800, los nativos prevalecían en ambas clases. Podría ser cierto que, por sus servicios a la industria de la seda, los franceses y los judíos recompensaron al Estado prusiano por su magnánima tolerancia. De esta manera, las mejores familias judías de Berlín, los Mendelssohn y los Friedländers, los Verts y los Marcuses, adquirieron su reputación y su posición social y, al mismo tiempo, convirtieron la organización hebrea puramente mercantil en industrial. Ellos mismos cambiaron de carácter en el proceso y crecieron, uno al lado de otro, con el Estado y la sociedad. Lo más importante de todo es que Berlín, en 1800, tenía una clase trabajadora muy avanzada y un grupo de hombres de negocios en posesión de capital y capacidad, y este hecho continuó con el gran resultado de la política de Federico, aunque la industria de la seda sobrevivió.
Y este no fue el menor mérito de esta política que trabajó, constantemente y con una clara comprensión, en dirección a dos fines: crear una industria floreciente mediante la iniciativa estatal y los medios políticos y, después, lo más rápida y completamente posible, ponerla a sus pies y crear prósperos negocios privados, y así, volverla superflua. Igualmente, en un lugar como Krefeld, donde las condiciones favorables permitidas por la zona de los holandeses crearon una industria considerable sin arancel proteccionista, subvención o regulación, el rey no pensó en la intervención estatal; lo más que hizo fue apoyar el monopolio práctico de los hermanos von der Leyen, porque vio que esta gran casa era capaz de elevar y guiar toda la industria de forma ejemplar. Además, su sabiduría administrativa, que no seguía esquemas rígidos, sino que se llevaba a cabo de conformidad con los anteriores hombres y circunstancias, se mostró con precisión en esta aplicación contemporánea de tales sistemas divergentes de política industrial: en Berlín, el control estatal más extremo y en Krefeld, un completo laissez-faire.
La verdad es que, él mismo, en su más íntimo carácter, era tanto el discípulo filosófico del progresismo (Aufklarung) individualista del periodo como el último gran representante del absolutismo principesco. Bajo su poder, el Estado prusiano se basaba tanto en la seguridad legal y en la libertad de pensamiento y opinión individual como en la disciplina, la obediencia y la subordinación. Si no hubiera combinado estas cualidades poco comunes, no hubiera sido el gran rey y, con su muerte, el campesino suabo no se hubiera hecho esta ingenua pregunta: «Entonces, ¿quién debe gobernar el mundo?»
Los perros callejeros que aúllan, hombres a horcajadas entre principios, que no lo entendieron cuando murió, tampoco lo entienden mejor ahora, ni a él ni a su política. Entenderán todavía menos el gran problema de la creación de Estados y economías nacionales. Esto yace en que, a medida que avanza la civilización, el Estado y la economía nacional divergen cada vez más el uno del otro, en cada uno de los círculos separados con sus propios organismos; y, aún, que esta separación debe, constantemente, volver a dar paso a una orientación de unificación, a una creciente interacción y a un armonioso movimiento conjunto. Y el secreto de las grandes épocas y de los grandes hombres consiste en tener en cuenta este doble desarrollo, dejar que sus individuos se formen entre sí, permitir el libre juego para la vida individual en todas sus facetas y, aún, en su capacidad de poner tanto las nuevas fuerzas emergentes como las antiguas al servicio de todo. Como los Estados se hacen más grandes y las relaciones sociales más complicadas, alcanzar este ideal será cada vez más difícil: estas fuerzas económicas, cuya vida estaría todavía dedicada, por completo, al Estado y este Estado, que persigue sus propios fines, debería, al mismo tiempo, poner toda su fuerza y todos sus miembros al verdadero servicio de la economía nacional. El Estado prusiano (a su manera y a la manera del siglo dieciocho) alcanzó este ideal casi más que cualquier otro Estado de la época. Cabe preguntarse si hoy, en condiciones mucho más difíciles, nos hemos acercado tanto o al menos llegado tan lejos de lo que se logró en el siglo XVIII.
Notas
1. En el sentido en que Adam Smith usa este término, Wealth of Nations, lib. 1, cap. X, pt. 2.
2. El Dr. O. Hintze es el autor del tercer volumen de Die preussische Seidenindustrie, publicado (a través de Parey, Berlín) por la Real Academia de las Ciencias, en 1892, como la primera entrega del Acta Borussica Denkmaler der Preussischen Staatsverwaltung im 18 Jahrhundert. En este volumen del Dr. Hintze se proporciona un «Darstellung» o relato basado en los documentos de los dos primeros volúmenes.
3. Adam Smith comentó, en 1776, que «la seda, quizás, es la fabricación que más sufriría por la libertad comercial», Wealth of Nations, lib. IV, cap. II. Para los resultados de la retirada de la protección, véase la explicación de la fabricación de seda en Labour and Life of the People, vol. 1, de C. Booth.
4. Una explicación de John Joachim Becher (1625-1685), un genio universal y una especie de charlatán, se puede ver en Geschichte der Nationalokonomik, p. 270 de Roscher, en el que está basada la noticia que se recoge en Palgrave, Dictionary of Political Economy, vol. 1.
5. Este término fue usado, con precisión, en el sentido del Unternehmer alemán, por Adam Smith (Wealth of Nations, lib. II, cap. 2, aunque el sentido especializado se dio más tarde en lib. II, cap. I.) Fue empleado, pocas veces y con preocupación, como «no familiar, en ese sentido, para un inglés» por J. S. Mill (Principles of Political Economy, lib. II, c. XV), rechazado por el presidente Francis A. Walker (The Wages Questions, p. 244) como «un término imposible en la política económica» y reemplazado, durante un tiempo, por entrepreneur en la literatura económica, al seguir el ejemplo de D. Walker. Recientemente, se ha vuelto a usar en términos científicos por D. W. Smart (en su traducción de Bohm-Bawerk, Capital and Interest, 1890) y por el profesor Alfred Marshall (Principles of Economics, 1890, lib. I., cap. III), entre otros; como dice D. Marshall: «es el mejor para señalar a los que asumen el riesgo y la dirección del negocio que participaron, entonces, en el trabajo de la industria organizada».
6. «Verleger viene de Verlag = Vorlage, Vaschuss (literalmente, algo adelantado, avanzado). El Verleger, a veces, simplemente adelanta a los pequeños productores el precio de los productos, otras veces, les da la materia prima y paga los salarios y, otras, incluso, le pertenece la herramienta principal o la máquina, como, por ejemplo, el telar», K. Bucher, Die Entstehung der Volkswirthschaft (1893), p. 106. Por esto, no es un término muy corriente en el inglés de hoy en día. Factor, en este sentido, se usaba generalmente en el siglo dieciocho, pero cada industria tenía su propia palabra particular para los hombres en esta posición, como, por ejemplo, los clothiers de la fabricación de lana del oeste de Inglaterra. Putter-out (es decir, de telares) que se usaban en el comercio de calcetería de Nottingham, es quizás el equivalente más exacto de Verleger.
Apéndice de Príncipes y territorios de la dinastía de los Hohenzollern
Electores de Brandemburgo
Federico I (1411-1440)
Federico (de Hohenzollern), el sexto burgrave de Núremberg con ese nombre, fue nombrado gobernador de la Marca de Brandemburgo por el emperador Segismundo, con el que la Marca cayó, en 1411, e investido con el Margraviato, en 1417.
Federico II (1440-1471)
1455: recuperación, mediante compra, de la Nueva Marca (de Brandem-burgo), vendida a la Orden Teutónica por el emperador Segismundo.
Alberto Aquiles (1471-1486)
Juan Cicero (1486-1499)
Joaquín I (1499-1535). Su hermano Alberto era el arzobispo de Magdeburgo y, después, lo nombraron arzobispo de Maguncia (y también Elector).
Joaquín II (1535-1571)
Juan Jorge (1571-1598). Incorporación final a la Nueva Marca (que Joaquín I había otorgado como un infantazgo a su hijo menor, Juan de Küstrin).
Joaquín Federico (1598-1608)
Juan Segismundo (1608-1619) 1609: comienzo de la Guerra de Sucesión en Cléveris. [El Elector de Brandemburgo y el príncipe de Neoburgo disputaron la sucesión a un grupo de territorios de Renania y Westfalia: los ducados de Cléveris, Jülich y Berg, y los condados de Ravensberg y Mark. «Un país naturalmente opulento, de prados fértiles, con capacidad de llevar a cabo importaciones y que, en esa época, como consecuencia de la guerra entre España y Holanda y la multitud de refugiados protestantes, se estaba llenando de ingeniosas industrias y se estaba convirtiendo, como ocurre todavía, en la parte más habitada de Alemania. El mugido de sus vacas, el zumbido del huso del lino escuchado en sus casitas en aquellos viejos tiempos… Un país que, en nuestros días, está cubierto, a breves intervalos, por una adecuada capa de humo de carbón y por los ruidos del yunque y del telar» (Carlyle). La disputa se vio envuelta en la lucha más grande entre los partidos protestantes y católicos que provocaron la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) y el territorio fue ocupado, durante años, por las tropas holandesas y españolas].
1618: sucesión del ducado de Prusia. [Alberto de Hohenzollern (nieto de Alberto Aquiles, por su hijo menor) se convirtió, en 1511, en el gran maestro de la Orden Teutónica, vigente en Prusia. «Es un país de llanos pantanosos, llenos de lagos y bosques, como Brandemburgo; se extiende por vastedades herbáceas y junglas enselvadas con zumbidos de abejas; muchas ciénagas, pero también mucho barro aluvial y arena, pero en ningún caso tanto como en Brandemburgo; las extensiones de Prusia son lujosamente herbáceas, fructíferas y apropiadas para el arado, y el suelo, generalmente, se calcula fértil, aunque algo falso, hasta el momento, hacia el norte» (Carlyle). En 1525, la Orden se secularizó, se introdujo el protestantismo y Alberto, rey de Polonia, con el consentimiento de su Estado protector, se convirtió en duque de Prusia. En 1569, Joaquín II de Brandemburgo obtuvo del rey de Polonia la coinfeudación de la familia electoral, con el derecho de una última sucesión en caso de fracaso de los herederos de la rama prusiana].
Jorge Guillermo (1619-1640) 1624: Tratado de Partición de la herencia de Cléveris, que dio a Brandemburgo Cléveris, Mark y Ravensberg. [Esto se confirmó mediante varios tratados posteriores, en 1629 y años posteriores, pero Brandemburgo no aseguró, totalmente, la plena posesión, antes del final de la Guerra de los Treinta Años y no se logró una partición definitiva hasta 1666].
Federico Guillermo (1640-1688): El Gran Elector 1648: Tratado de Westfalia, que asignó a Brandemburgo el este de Pomerania (Hinter-Pommern),
[Brandemburgo, en 1637, reclamó todo con la muerte del último duque; el resto de Pomerania se asignó, en ese momento, a Suecia], el arzobispado de Magdeburgo y el obispado de Halberstadt, [estas tierras se volvieron protestantes y, desde tiempo atrás, habían estado gobernadas por miembros de la casa de Brandemburgo como «obispos» nominales o «administradores»] y el obispado de Minden. 1656: Entrega por el rey de Polonia de su homenaje a Prusia, confirmada mediante el Tratado de Oliva, en 1660.
Reyes de Prusia
Federico I (de Prusia, III de Brandemburgo) sucedió al Margraviato de Brandemburgo y añadió territorios en 1688; y, con el consentimiento del emperador, asumió el título de rey de Prusia en 1701, hasta 1713.
Federico Guillermo I (1713-1740) 1720: adquisición de Szczecin y de Pomerania occidental (Vor-Pommern) hasta el río Peene y las islas de Wolin y Usedom.
Federico II el Grande (1740-1786). Tras la llegada al trono de Federico el Grande, los territorios prusianos se dividen en tres grupos, separados entre sí por las tierras de otros príncipes: (1) el grupo central y más importante, compuesto por el verdadero Brandemburgo, Magdeburgo y Halberstadt, y Pomerania; (2) la verdadera Prusia, separada del primer grupo por una provincia del reino de Polonia; (3) los territorios de Renania, Cléveris y Mark, y los alejados Ravensberg y Minden. La posterior historia de Prusia ha consistido, en gran parte, en el exitoso esfuerzo por obtener la posesión de las tierras intermedias y, además, en asegurar la continuidad geográfica. De la anterior historia política de Brandemburgo, el primer volumen de History of Frederick the Great de Carlyle todavía proporciona, con diferencia, las explicaciones en inglés más completas, así como entretenidas sobre el particular. [Recibido el 16 de julio de 2017].
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