Revista europea de historia de las ideas políticas y de las instituciones públicas
ISSN versión electrónica: 2174-0135
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Director: Manuel J. Peláez
Editor: Juan Carlos Martínez Coll
ITINERARIO VITAL Y DOCTRINAL DE DOMINGO DE SOTO: IMPLICACIÓN POLÍTICO-SOCIAL DESDE LA ORTODOXIA
Sixto SÁNCHEZ-LAURO*
Para citar este artículo puede utilizarse el siguiente formato:
Sixto Sánchez-Lauro (2011): "Itinerario vital y doctrinal de Domingo de Soto: implicación político-social desde la ortodoxia", en Revista europea de historia de las ideas políticas y de las instituciones públicas, n.o 1 (marzo 2011), pp. 113-137.
ABSTRACT: The life course and doctrinal of the theologian-jurist Domingo de Soto, a senior member of the School of Salamanca, elapses during the heyday of the Habsburg dynasty. From his privileged vantage point of the influential Convent of San Esteban as well as his condition as professor of Theology at the University of Salamanca �enjoying a time of great prestige�, Soto creates a heavy and dense theological-philosophical-law widespread work, which would help to consolidate the reformed doctrine of the Second Scholasticism or Natural Castilian Law. Domingo de Soto also participated actively in those relevant events of his time, both national and international, that demanded the opinion and intervention of the famous dominican: acts and polemics against the social evil of pauperism and beggary in defense of the truly needy; he went to the Council of Trent as the representative of the Empire and the University of Salamanca; he participated in the draft of the Interim of Augsburg; he was appointed as confessor of Charles V; he was present in disputes between Bartolom� de Las Casas and Gin�s de Sep�lveda on the American settlement; he was required several times by the Inquisition to evaluate matters regarding the Court of Faith like the thorny process of archbishop Carranza; he expressed his opinion on political issues like the clashes between Philip II and Paul IV.
KEY WORDS: Domingo de Soto, School of Salamanca, Political, Begging, Inquisition, Defense of the indians, Natural law, Power legitimation and limitation, University of Salamanca, Order of Preachers.
RESUMEN: El itinerario vital y doctrinal del te�logo-jurista Domingo de Soto, miembro destacado de la Escuela de Salamanca, trascurre durante el per�odo de m�ximo esplendor de la dinast�a de los Austrias. Desde su privilegiada atalaya del influyente Convento de San Esteban y bajo su condici�n de catedr�tico de Teolog�a de la Universidad de Salamanca, coincidente con su momento de mayor prestigio, Soto genera una copiosa y densa obra teol�gico-filos�fico-jur�dica, que gozar� de gran difusi�n y que contribuir� a consolidar la doctrina reformadora de la segunda escol�stica o iusnaturalismo castellano. Asimismo, Domingo de Soto participa activamente en aquellos acontecimientos de magno inter�s, tanto nacionales como internacionales, que exig�an la opini�n e intervenci�n del insigne dominico: act�a y polemiza ante la plaga social del pauperismo y la mendicidad en defensa de los verdaderos necesitados, acude al Concilio de Trento como representante imperial y de la Universidad salmantina, participa en la redacci�n del Interim de Augsburgo, es nombrado confesor del emperador Carlos V, est� presente en las controversias surgidas entre Bartolom� de Las Casas y Gin�s de Sep�lveda acerca de la colonizaci�n indiana, es solicitado en diferentes ocasiones por la Inquisici�n para valorar asuntos concernientes con el Tribunal de la fe como el espinoso proceso del arzobispo Carranza, emite y compromete su opini�n frente a cuestiones pol�ticas como los enfrentamientos entre Felipe II y Paulo IV.
PALABRAS CLAVE: Domingo de Soto, Escuela de Salamanca, Ideas pol�ticas, Mendicidad, Inquisici�n, Defensa de los indios, Iusnaturalismo, Legitimaci�n y limitaci�n del poder, Universidad de Salamanca, Orden de Predicadores.
1. Introducci�n
En este trabajo que presentamos no hemos pretendido afrontar ni elaborar un exhaustivo estudio biogr�fico del relevante te�logo-jurista Domingo de Soto ; realmente, lo que hemos procurado mostrar es su actitud y su quehacer vital frente a determinados fen�menos pol�ticos, sociales e ideol�gicos de extraordinaria relevancia en la Espa�a del Quinientos, todo ello encuadrado en el trasfondo hist�rico en el que se inscribe su persona y su obra. Se trata, pues, de una s�ntesis biogr�fica orientada a conocer mejor estas l�neas maestras del opus sotiano, tanto doctrinales como f�cticas, con especial referencia a los aspectos m�s sobresalientes en la tem�tica pol�tico-religiosa resultante del fen�meno apuntado.
2. Vinculaci�n de Domingo de Soto a la Escuela de Salamanca
Domingo de Soto nace en Segovia en 1495 (1494?) y muere en el Convento dominicano de San Esteban de Salamanca en 1560. Su nombre de pila es Francisco, que cambia por el de Domingo al ingresar en la Orden de Predicadores de Santo Domingo de Guzm�n, en 1524. Hijo de �cristianos viejos�, su padre, agricultor, ten�a ascendencia avulense, y su madre, segoviana, �de linaje de hijosdalgos�. El reconocimiento de sus or�genes aparece en la mayor�a de sus escritos al llevar a la portada de los mismos el calificativo topon�mico Segobiensis. Estudia latinidad en su ciudad natal. Se incorpora en 1513 al Colegio de San Ildefonso de la naciente Universidad de Alcal� en donde cursa los estudios filos�ficos de Artes, gradu�ndose de bachiller en 1516. Es muy probable que tuviese por maestro al insigne reformador agustiniano Santo Tom�s de Villanueva. Despu�s, en 1517, marcha a Par�s para estudiar teolog�a e ingresa en el Colegio de Santa B�rbara.
Ya en la ciudad del Sena, Soto procura conocer a los maestros m�s prestigiosos y las tendencias m�s avanzadas del momento. Asiste a las lecciones del nominalista escoc�s Juan Mayr �Ioannes Maior� y a las del valenciano Juan Celaya, como antes hab�a hecho Francisco de Vitoria, as� como a las de los espa�oles Gaspar Lax y Antonio Coronel. Esp�ritu abierto a todas las influencias, Soto no pod�a contentarse con recibir la impronta de una �nica corriente, aunque estuviera aureolada por el prestigio que entonces gozaba el nominalismo, y que conoc�a bien por haberse formado en �l, primero en Alcal� y despu�s en Santa B�rbara. Inter nominales nati sumus, interque reales enutriti, consignar� a�os despu�s en el pr�logo a su exposici�n filos�fica de la Isagoge de Porfirio . Su avidez cient�fica le induc�a a frecuentar otros centros, como el Colegio internacional dominicano de Saint-Jacques, en donde su futuro hermano de religi�n y colega Francisco de Vitoria explicaba, como bachiller sentenciario, no las Sentencias de Pedro Lombardo, seg�n hac�an otros maestros, sino la Summa de Santo Tom�s.
Las preocupaciones de Vitoria por la renovaci�n de m�todos y la revitalizaci�n de la teolog�a, fueron impregnando el inquieto esp�ritu de Domingo de Soto. Es un hecho que estos encuentros parisienses con Vitoria fueron decisivos para el futuro del segoviano. �La figura de Domingo de Soto �escribe Jaime Brufau� est� �ntimamente ligada a la de Francisco de Vitoria. Fue una de las primeras conquistas del autor de las Relecciones De Indis, durante su profesorado en Par�s; m�s tarde habr�a de tenerlo como compa�ero de claustro en las aulas salmantinas, y, una vez muerto, como su sucesor en la c�tedra de Prima de Teolog�a. Juntos participaron en la labor docente del alma mater y en los asuntos del claustro universitario, juntos colaboraron en la formaci�n de sus alumnos y de sus hermanos de h�bito en el Convento salmantino de San Esteban, juntos mantuvieron con firmeza posturas que les dictaba su conciencia. Compartiendo una misi�n id�ntica, los dos trabajaron en la consecuci�n de un mismo ideal� .
Este ideal, constante denominador com�n de ambos te�logos-juristas, ser�a la restauraci�n de la teolog�a escol�stica en una perspectiva vital, proyect�ndola hacia los problemas morales, filos�ficos, econ�micos, jur�dicos y pol�ticos de su tiempo y que encontraban su �mbito estimulante en el seno de la Universidad salmantina. As� se comprende mejor y m�s adecuadamente la producci�n cient�fica de Soto que culmina en su monumental tratado De Iustitia et Iure .
No hay que perder de vista la impronta nominalista de Soto. A pesar de su posterior adscripci�n a la l�nea tomista, que otrora imprimiera el P. Juan Hurtado de Mendoza a los estudios del Convento dominicano de San Esteban de Salamanca, no deja de mantener elementos de talante nominalista que significan est�mulos hacia la realidad concreta e individualizada y que en �l supusieron una conexi�n viva y constante con la circunstancia hist�rica en la que se hallaba inmerso.
La incidencia del nominalismo en el plano del saber no estaba ausente en los m�todos y procedimientos de argumentaci�n de la �poca hasta tal punto que no pocas veces resultaba dif�cil discernir entre doctrina y formulismo metodol�gico. Con todo, el nominalismo contaba en su favor el haber suscitado nuevos puntos de vista en diversos �mbitos, como el de la f�sica y el de la �tica, en los que estaban presentes valores positivos que pod�an enriquecer la teolog�a escol�stica como nuevas aportaciones. Nada tiene de extra�o que en un esp�ritu como el de Domingo de Soto quedasen, como herencia de su primera formaci�n, elementos de talante nominalista, menos acusados en cuanto a la doctrina y con m�s peso en lo referente al m�todo y a los procesos discursivos.
Soto, una vez graduado de maestro en Artes y habiendo estudiado dos a�os de teolog�a en Par�s, aparece de nuevo a fines de 1519 en Alcal� como colegial mayor en San Ildefonso, en donde continuar� sus estudios teol�gicos inacabados, ejerciendo simult�neamente la docencia filos�fica. En el Colegio, las c�tedras de Artes sol�an ofrecerse a los colegiales mayores durante un cuadrienio. Soto, en el verano de 1520, ganar� una c�tedra de Artes, que regentar� hasta 1524. Por estas fechas, los nominalistas conservaban una clara preponderancia en la Universidad complutense; con todo, Domingo de Soto, inclinado al tomismo pero todav�a no identificado plenamente con �l, ser� uno de los primeros en combatir a los nominales complutenses, introduciendo una exposici�n m�s razonada de Arist�teles.
Durante este per�odo en Compluto, Soto se ver� envuelto en una serie de agitaciones internas acaecidas dentro de la comunidad de la que formaba parte. Como es sabido, despu�s de la muerte de Cisneros, el Colegio de San Ildefonso y la Universidad entera se hallaban envueltos en luchas partidistas, rencillas y disputas entre diversos bandos. Exist�a una tendencia partidaria del control del emperador Carlos, a la que se opon�a otra deseosa de una autonom�a total, y entre ambas quedaba otra moderada en la que se encontraba Soto. Al estallar la revoluci�n de las Comunidades de Castilla, Alcal�, dependiente de Toledo y ofendida por los despojos que Carlos V hab�a hecho, a t�tulo de patrono, de la hacienda que Cisneros leg� al Colegio, apoy� mayoritariamente a los comuneros . Este hecho, una vez sofocado el movimiento revolucionario, movi� a la Universidad a enviar, en misi�n de paz y para cerrar cicatrices, a Domingo de Soto como persona neutral y de prestigio, para que se entrevistara en Guadalajara con el duque del Infantado. Y cuando, por desavenencias con el pueblo de Alcal�, la Universidad complutense intente trasladarse a Salamanca, ser� el conciliador segoviano el que, con este fin, intervenga directamente, visitando la ciudad del Tormes en 1522.
Pensaba Soto ascender en el magisterio y llegar a ocupar una c�tedra de Teolog�a; pero, inclin�ndose hacia la vida religiosa, una vez terminado el cuadrienio de su c�tedra colegial, aunque sin haber finalizado a�n sus estudios de teolog�a, march� en 1524 al Monasterio catal�n de Montserrat, intentando ingresar en la Orden de San Benito. Ser�n los mismos monjes de Montserrat quienes le aconsejen su ingreso en la Orden de Predicadores, considerando que el car�cter de �sta estaba m�s pr�ximo a la actividad docente, a la que Soto se sent�a particularmente llamado. En efecto, llegado a Castilla, tom� el h�bito de Santo Domingo e inicia su noviciado a principios del verano de 1524 en el Convento de San Pablo de Burgos, profesando en esta misma casa un a�o despu�s. Su acta de profesi�n religiosa solemne lleva la fecha de 23 de julio de 1525.
Ya fraile dominico, continu� Soto su magisterio ense�ando l�gica en el Convento burgal�s. Sin embargo, a fines de este a�o ser�a trasladado, tambi�n como profesor, al Convento de San Esteban de Salamanca. Las motivaciones de este cambio parecen girar en las pretensiones de la Orden dominicana de ocupar c�tedras universitarias de mayor realce. Habiendo quedado vacante la c�tedra de V�speras de Teolog�a en la Universidad salmantina, Soto har� oposici�n a ella frente al agustino Alonso de C�rdoba, obteni�ndola con brillantez el 22 de noviembre de 1532; el 14 de noviembre hab�a obtenido el grado de licenciado en Teolog�a. El otorgamiento del magisterio se fij� para el mes siguiente; el 8 de diciembre, actuando Francisco de Vitoria como padrino, recib�a el birrete doctoral en Salamanca. Con ello, finalizaba sus estudios teol�gicos iniciados en Par�s y continuados en Compluto, sumando el magisterio o doctorado de teolog�a al que ya ten�a de filosof�a o artes obtenido en las Universidades alcala�na y parisina.
Con la obtenci�n de la c�tedra de V�speras en el Estudio General salmantino, que ocupar�a durante diecis�is a�os, Domingo de Soto qued� constantemente vinculado al prestigioso Colegio universitario dominico de San Esteban, pionero en el �mbito teol�gico y el mejor caladero de profesores de la Facultad de Teolog�a de la Universidad desde su nacimiento en 1381; no obstante, su vinculaci�n a la ciudad del Tormes ven�a produci�ndose ya desde finales del a�o 1525, si se except�a el curso de 1528-29, en el que Soto se traslad� a Burgos para atender de cerca a la impresi�n de su primer libro, el Compendium Summularum , comentario a las Summulae de Pedro Hispano. Despu�s, permanecer� en Salamanca hasta su muerte, acaecida en 1560, dedicado a la docencia universitaria (primero en la c�tedra de V�speras, despu�s en la de Prima), a su densa y copiosa obra escrita y a sus funciones religiosas como fraile.
Su estancia en Salamanca se ver� interrumpida �nicamente por aquellos acontecimientos pol�tico-religiosos de magno inter�s, tanto nacionales como internacionales, que exig�an la opini�n del insigne fraile dominico. As�, Soto acude al Concilio de Trento, a petici�n del Emperador y del pr�ncipe heredero Felipe. Su controversia, surgida en estas fechas entre �l y el dominico italiano Ambrosio Catarino sobre la gracia y la justificaci�n, est� en conexi�n directa con la preeminencia alcanzada por Soto en la Asamblea tridentina, y que, a la vez, le granje� una abierta hostilidad del partido italiano. En los inicios de 1548, en plena Dieta, se traslada a Augsburgo, llamado por Carlos V para que se incorpore a los trabajos y negociaciones entre imperiales y representantes del Papa para la redacci�n del Interim, en b�squeda de una soluci�n definitiva respecto del reformismo luterano. En agosto de este a�o, Soto se convierte en confesor del Emperador, radicaliz�ndose las discrepancias del dominico con los enviados papales, ya existentes desde Trento. No fueron gratificantes para el pac�fico Soto estos momentos en la Corte imperial. Ante las constantes intrigas y tergiversaciones palatinas, abandona voluntariamente su influyente puesto de confesor para regresar, en 1550, a Salamanca; aunque antes de su marcha, el C�sar le ofrece el obispado de Segovia, pero Domingo de Soto lo declina y regresa a su refugio salmantino, a su Convento y a su Universidad. En la ciudad castellana ser�a recibido como gran triunfador, saliendo a su encuentro el Claustro universitario, el Cabildo Catedral y las autoridades municipales.
En esta �ltima d�cada de su vida, estando en su retiro salmantino, otros acontecimientos diversos requirieron la intervenci�n del te�logo-jurista segoviano, como las controversias surgidas entre Bartolom� de Las Casas y Gin�s de Sep�lveda acerca de la conquista del Nuevo Mundo, que desembocaron en las Juntas de Valladolid de 1550 y 1551, o las diferencias y enfrentamientos entre Felipe II y Paulo IV.
Tambi�n su prestigio le involucr� en la esfera del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisici�n. Ya en 1540, el Santo Oficio hab�a encargado a Soto el control de las librer�as salmantinas con el fin de evitar la divulgaci�n doctrinal protestante; pero es entre 1550 y 1560 �d�cada de gran represi�n inquisitorial� cuando el te�logo salmantino va a verse constantemente solicitado por el Tribunal de la fe. Domingo de Soto participa en algunos de los asuntos m�s graves y delicados que en este per�odo se trataron, tales como las deliberaciones y calificaci�n, en 1550, de las proposiciones heterodoxas del prestigioso predicador sevillano Juan Gil �conocido como Dr. Egidio� y la consiguiente reconciliaci�n del mismo, llevada a cabo solemnemente en la Sevilla de 1552; en la Censura de biblias de 1554; en las sospechas inquisitoriales sobre el franciscano Miguel de Medina a causa de ciertos matices de sabor luterano en sus escritos; o en la censura que Soto redact� a los Comentarios sobre el Catechismo christiano del tambi�n dominico Bartolom� Carranza de Miranda, arzobispo de Toledo, entre 1558 y 1559.
El peso de los a�os y de sus actividades , unido a los achaques de la gota que padec�a, iban minando sus fuerzas. Mor�a el 15 de noviembre de 1560 en el Convento salmantino de San Esteban despu�s de haber ocupado su itinerario humano e intelectual un lugar relevante en el per�odo de m�ximo esplendor de la Monarqu�a hisp�nica, per�odo coincidente con las primeras d�cadas de andadura de la Inquisici�n como herramienta y reflejo de la intolerancia hacia la heterodoxia.
3. Per�odo salmantino anterior a Trento
Vicente Beltr�n de Heredia, gran conocedor de Domingo de Soto, le sit�a en Salamanca a finales del a�o 1525, bas�ndose en una declaraci�n posterior del mismo Soto de que en ese a�o �vino a vivir a la dicha casa e monasterio�, cuando estaba en los cimientos su maravillosa iglesia actual . A partir de esta fecha la vinculaci�n salmantina de Soto es plena, pudiendo distinguirse dos etapas claramente diferenciadas: la primera, que abarcar�a desde 1525 hasta su salida para Trento, en 1545, y la segunda, que oscilar�a entre 1550 �regreso de Soto a la ciudad del Tormes� y 1560 �a�o en que se produce su �bito�. Durante la primera etapa, objeto de este apartado, Soto se dedic� fundamentalmente a la ense�anza teol�gica en el Convento de San Esteban, primero, y despu�s, una vez ganada la c�tedra de V�speras, en la Universidad castellana, alternando la funci�n docente con la publicaci�n de destacados escritos de diferente �ndole.
A lo largo de este cuarto de siglo anterior al Concilio de Trento, coincidente con la primera etapa salmantina de Soto, se produce un gran impulso en el renacimiento de la Escol�stica, superando el movimiento nominalista y manteniendo di�logo fecundo con las nuevas l�neas del pensamiento renacentista que, a comienzos del siglo XVI, parec�an bloquear el escolasticismo aristot�lico. Esta reavivaci�n de la Escol�stica estuvo particularmente vinculada a la Orden de los Predicadores, que produjo conocidos comentadores de Santo Tom�s, como los italianos Tom�s de Vio -Caietanus� o Francesco Silvestris y otros eminentes te�logos espa�oles, como Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Melchor Cano y Domingo B��ez. Es indudable que el Concilio de Trento contribuy� a dar un nuevo y poderoso impulso a la renovaci�n del pensamiento escol�stico reforzando la labor realizada por los dominicos a�os antes. Hubo otros elementos que contribuyeron a esta prolongaci�n de la vida del escolasticismo, en su �poca postridentina, como la Compa��a de Jes�s, que dio personajes de gran talla como Francisco de Toledo, Luis de Molina, Gabriel V�zquez, Roberto Bellarmino o Francisco Su�rez .
Antes del cambio llevado a cabo por Vitoria, la c�tedra de V�speras, en Salamanca, compart�a con la de Prima la exposici�n de los libros del Maestro de las Sentencias. Con la sustituci�n de la obra de Pedro Lombardo por la Summa �hecho que provoc� grandes protestas alegando que se violaban los Estatutos universitarios�, la doctrina de Santo Tom�s no s�lo quedaba preeminente en la c�tedra vitoriana de Prima, sino tambi�n en la de V�speras con la entrada de Soto como catedr�tico de la misma en 1532. En el curso de 1539-40 se ordena que, seg�n los Estatutos universitarios dados el a�o anterior, en las c�tedras de Prima y de V�speras se �leyese� por las Sentencias. Soto, en la de V�speras, continu� de hecho dando preferencia al orden y m�todo de Santo Tom�s, aunque para cumplir la ley universitaria diera tambi�n cabida, aunque de modo muy formal, al Maestro de las Sentencias continuando as� hasta 1545, a�o en que abandona la Universidad para asistir al Concilio.
Y si la labor sotiana en las aulas salmantinas durante estos a�os pretridentinos es, junto a la de Vitoria, de vital importancia de cara a la restauraci�n de la Escol�stica, no alcanza menor importancia la producci�n literaria que el dominico segoviano llevar� a cabo. A diferencia de Francisco de Vitoria, reacio a dar a la imprenta las obras salidas de su genio, su fiel colaborador y continuador Domingo de Soto quiso complementar su obra dedicando tiempo y esfuerzo a la redacci�n de libros y tratados que hab�an de ser dados a la imprenta y que, de esta manera, prolongaban y ampliaban la labor docente en las aulas salmantinas.
Soto es un escritor enormemente prol�fico. Su creaci�n literaria, publicada en su mayor parte en vida del autor, se centra especialmente en escritos de origen acad�mico. El per�odo pretridentino, ve aparecer una porci�n de obras de Soto, de car�cter filos�fico, como son el comentario a las Sumulas de Pedro Hispano (Compendium Summularum), en 1529 , el comentario a la Dial�ctica de Arist�teles (In Dialecticam Aristotelis: Isagogen Porphyrii ac Aristotelis Categorias et De Demonstratione), en 1543 (1544) , y el comentario a la F�sica de Arist�teles (Super octo libros Physicorum commentaria y Super octo libros Physicorum quaestiones), impresa circa 1545 . Adapta la forma de comentario a los libros que estaban en uso en las aulas universitarias y, a juzgar por el n�mero de ediciones, tales comentarios tuvieron por mucho tiempo un gran predicamento en el �mbito intelectual.
Puede parecer extra�o que Soto, regentando la c�tedra de V�speras en Salamanca, se preocupase por estudios de car�cter filos�fico y cient�fico. Razones muy poderosas debieron influir en su �nimo entre las que han de contarse las constantes peticiones de sus superiores, el inter�s de las Universidades de Alcal� y Salamanca por fortalecer los decadentes estudios de Artes y el �xito de la edici�n burgalesa de las S�mulas en 1529. Grande debi� ser el esfuerzo que supuso para Soto tener que remitirse a sus pasados a�os de docencia filos�fica en Alcal�. Se ha achacado a estos escritos falta de cohesi�n y de esmero, que presentan un sabor marcadamente terminista y que adolecen de poca acomodaci�n al esp�ritu de Santo Tom�s, al que conscientemente se adscrib�a. Pero esto no empa�a la influencia que ejercieron, especialmente en el desarraigo del nominalismo en la Universidad de Salamanca .
Entre las dem�s obras de Soto, escritas con anterioridad al Concilio, destaca el op�sculo Deliberaci�n en la causa de los pobres (In causa pauperum deliberatio) . Este peque�o tratado, editado simult�neamente en lat�n y en castellano, tiene un origen circunstancial extraacad�mico por la confluencia de hechos sociales y pol�ticos del momento. La carest�a de trigo, debido a las malas cosechas de 1540 y a�os posteriores, potenci� el espectro del hambre, institucionaliz�ndose a�n m�s el pauperismo. Ante esta plaga social, la Corte se sinti� obligada a tomar severas medidas sobre el control de la mendicidad (reformas de las denominadas �pol�ticas de pobres�). El todopoderoso cardenal Tavera pidi� a Soto y al benedictino Robles (alias Juan de Medina) que le enviasen sus reflexiones ante el pauperismo que azotaba a la Castilla del momento.
Domingo de Soto, bas�ndose probablemente en su relecci�n sobre la limosna, dada en 1542-43, y cuyo texto no se conserva, acaso por el hecho de haber sacado a la luz el citado op�sculo, redact� �ste en un brev�simo espacio de tiempo, public�ndose en 1545. En �l, hace una decidida y persuasiva defensa del derecho de los verdaderos pobres a pedir y a vivir de la caridad. La vagancia �afirma Domingo de Soto� es algo il�cito y prohibido para los que pueden trabajar. Los verdaderamente pobres, los que realmente tienen necesidades que no pueden satisfacer de otro modo, tienen derecho a mendigar, derecho que no se les debe privar de ejercitar en ning�n sitio, a menos que se les provea de otro modo de lo necesario. La publicaci�n posterior de las reflexiones de Robles, no coincidentes con las de Soto, encendi� una fuerte pol�mica (algo muy habitual en el �mbito intelectual de la �poca), gener�ndose un enriquecedor debate ideol�gico referencial sobre este grave problema social .
Las medidas solicitadas por Soto van encaminadas a responsabilizar al Poder p�blico de los problemas sociales, superando la actitud medieval, que quer�a solucionarlo con iniciativas voluntarias de amor y generosidad. De cuesti�n moral y religiosa, el pauperismo y la mendicidad se van a transformar en una cuesti�n pol�tica. Lo cual enlaza con la preconizada intervenci�n del Poder en el �mbito de la ortodoxia religiosa, intervenci�n que lleva un sello inconfundible de defensa de la situaci�n pol�tica vigente.
Por �ltimo y dentro de la producci�n literaria de Soto en este per�odo, es preciso dedicar una especial�sima atenci�n a sus relecciones universitarias. Los catedr�ticos titulares, adem�s de las explicaciones ordinarias (lectiones) de la materia, estaban obligados por ley a dar una relecci�n (relectio) anual. Esta relecci�n hab�a de versar sobre uno de los temas asignados o contenidos del curso, relecci�n que ven�a a complementar y a profundizar, fuera del contexto habitual de la clase, dichas lecturas ordinarias. La relecci�n, que deb�a darse anualmente por cada catedr�tico, ten�a una duraci�n de unas dos horas y sol�a efectuarse al final del a�o acad�mico. Si por una circunstancia justificada un profesor no pod�a darla, se aplazaba para el pr�ximo curso, sin exonerarle de la obligaci�n de dar tambi�n la correspondiente al mismo; en caso contrario, era sancionado con una multa.
En esta disertaci�n o conferencia acad�mica el catedr�tico de cada disciplina expon�a, como hemos dicho, de acuerdo con su propia perspectiva personal y con mayor profundidad, algunas de las partes explicadas o relacionadas con la materia concerniente al a�o acad�mico en curso; pero ello daba ocasi�n a que pudiera hacerlo sobre cualquier otro punto doctrinal de inter�s en ese momento, buscando una conexi�n por lejana que fuera con la materia del a�o. Recordemos el paradigm�tico caso de la relecci�n vitoriana De Temperantia, en la que Vitoria, pregunt�ndose si es l�cito comer carne pasa a cuestionarse si puede comerse carne humana, como hacen los indios del Caribe, y que implicaba el problema de si pod�a impedirse esta pr�ctica por la fuerza y consiguientemente el de los justos t�tulos de conquista del Nuevo Mundo.
De ah�, la gran importancia que las relecciones pod�an llegar a tener en cuanto a creatividad o aportaci�n doctrinal y cient�fica por parte de sus autores, a la vez que suponen fuentes hist�ricas inestimables para conocer el pensamiento de estos intelectuales universitarios sobre temas que, normalmente, incid�an sobre la m�s palpitante actualidad. Ejemplo cercano lo encontramos en las celeb�rrimas relecciones De Indis del padre Vitoria o en cualquiera de las relecciones de Domingo de Soto.
Mientras ocup� la c�tedra de V�speras, Soto pronunci� diez relecciones , recogidas y atesoradas como textos manuscritos, aunque publicadas en su mayor�a es estas �ltimas d�cadas . Para ilustrar lo expuesto, recurramos a una de las relecciones sotianas impartidas, a la releccion De haeresi. Las explicaciones sotianas del curso ordinario 1538-1539 versaron, de hecho, sobre la Prima Secundae, qq. 90-114, que tratan sobre la ley (qq. 90-108) y sobre la gracia (qq. 108-114), y sobre la Secunda Secundae, qq. 1-22, que tratan sobre las virtudes de la fe y de la esperanza. Precisamente, la q. 11 es la que estudia directamente la herej�a: Utrum haeresis sit infidelitatis species (a. 1); utrum haeresis sit proprie circa ea quae sunt fidei (a. 2); utrum haeretici sint tolerandi (a. 3); utrum revertentes ab haeresi sint ab Ecclesia recipiendi (a. 4). Con todo, Domingo de Soto, al se�alar que su relecci�n De haeresi corresponde a la materia de las lecciones ordinarias, afirma que sigue a Pedro Lombardo en el libro III de las Sentencias, dist. XXIII y siguientes, en las que trata acerca de la fe.
Esta aparente antinomia se resuelve teniendo en cuenta la praxis que se segu�a en Salamanca en la aplicaci�n de los Estatutos de la Universidad, ya que �stos mandaban que se explicase por el Libro de las Sentencias. Vitoria �y en su seguimiento, Soto� acostumbrado en Par�s a seguir el orden de la Summa, introdujo esta pr�ctica en sus explicaciones en la c�tedra de Prima. Presentaba las correspondencias que, en la materia que ten�a asignada, se daban entre las Sentencias y la Summa, pero siguiendo el orden de �sta. En el curso de 1539-40, se le impuso, de acuerdo con los Estatutos de 1538, el orden de la obra de Pedro Lombardo; la tarea le result� sumamente fatigosa a consecuencia de lo cual cay� enfermo y, por ello, se le autoriz� a seguir explicando seg�n el orden de la Summa. Esto implic� que se hiciera otro tanto en la c�tedra de V�speras �entonces regentada por Soto�, por mantener correlaci�n con la de Prima, que ostentaba Vitoria. Lo que explica la afirmaci�n de Soto al principio de la relecci�n De haeresi de que sigue a Pedro Lombardo, cuando en realidad sigue el orden de la Summa de Tom�s de Aquino.
4. Soto en el Concilio de Trento
Salvadas las dificultades entre Roma, el Imperio y Francia que hab�an impedido la celebraci�n de un concilio general en a�os anteriores, se hizo de nuevo la convocatoria del Concilio para el a�o 1545. Y es durante los primeros meses de este a�o cuando comienzan a llegar cartas de la Corte imperial a diferentes prelados y te�logos espa�oles pidi�ndoles su participaci�n en Trento. Ante la enfermedad de Francisco de Vitoria, Domingo de Soto recibe, el 19 de marzo, una orden del Emperador, con otra de su hijo, el pr�ncipe Felipe, mand�ndole que se prepare para asistir al Concilio . Al margen de la designaci�n imperial, la Universidad de Salamanca escoge a Soto como su te�logo ante la asamblea ecum�nica tridentina. En consecuencia, Soto suspendi� sus lecciones universitarias el 23 del mismo mes para reunirse con el compa�ero que se le hab�a asignado, el tambi�n dominico Bartolom� Carranza de Miranda, en Valladolid, de donde partir�an hacia Italia el 5 de mayo. Soto acude, pues, a Trento en representaci�n de Carlos V y del Estudio General salmantino.
El Concilio no comenzar�a hasta el 13 de diciembre de 1545. Durante los seis meses de espera en Trento, Soto se dedic� a observar la situaci�n que ten�a ante sus ojos y a ir trazando su plan para cuando se iniciasen las tareas conciliares. Su actividad se orient� a procurar mantener buenas relaciones con los all� reunidos, atray�ndose la admiraci�n de los te�logos escol�sticos. Asimismo, intima con el vicario general de la Orden de Predicadores, Francisco Romeo, te�logo eminente, que se encontraba en Trento desde el mes de mayo. Hasta tal punto llega esta intimidad entre los dos dominicos que, cuando el padre Romeo tiene que ausentarse hasta octubre de 1546 , delega en Soto como vicevicario de la Orden en las reuniones sinodales, actuando como Padre del Concilio durante este tiempo.
Las intervenciones de nuestro te�logo en los trabajos ecum�nicos tuvieron lugar, bien como vocal en las Congregaciones generales, bien como miembro de las Congregaciones particulares en que se dividi� el Concilio, bien en los dict�menes privados que se le ped�an por parte de los cardenales presidentes. Intervino vivamente Soto en el decreto sobre el impulso a dar a los estudios b�blicos y sobre la defensa e institucionalizaci�n de la teolog�a escol�stica, tras una encendida pol�mica, especialmente con los italianos. Pero en donde Soto va a tener una funci�n decisiva va a ser en la laboriosa elaboraci�n del decreto sobre la justificaci�n. El 28 de octubre de 1546 escrib�a as� el embajador imperial Diego Hurtado de Mendoza al C�sar: �Ayer se acab� de disputar el art�culo de la justificaci�n, donde se han se�alado harto fray Domingo de Soto, prior de Salamanca, que fue el que gui� el negocio, porque habl� primero y es letrado de mayo experiencia y certeza que ninguno de los italianos� . Y el cronista fray Juan de la Cruz escribe: �Y en las disputas y tratados que antes de la determinaci�n del concilio se haz�an por letrados, tuvo grande authoridad, y �l [Soto], juntamente con un obispo de la orden de Sant Francisco, italiano, llamado Cornelio, orden� el estilo y puso en escrito las sentencias y c�nones del dicho concilio por comissi�n de los Legados del Papa que presid�an� .
En los �ltimos meses de 1546, Domingo de Soto dej� de asistir, con la asiduidad anterior, a las sesiones conciliares para dedicarse a fondo a la terminaci�n de sus obra De Natura et Gratia. A principios de 1547, parte para Venecia para cuidar de la impresi�n de dicho libro, el cual no saldr�a a la luz hasta mayo o junio del mismo a�o . Este tratado iba dirigido a los Padres del Concilio y se planteaba como objetivo fundamental el combatir los errores luteranos; la obra sotiana tiene como base inmediata el decreto sinodal sobre el pecado original (lo aborda en el volumen primero) y el de la justificaci�n (lo trata en los otros dos vol�menes ).
5. Erasmismo y pol�tica imperial. La posici�n de Domingo de Soto
Conocida es la postura del emperador Carlos de evitar la ruptura de la unidad espiritual cristiana, coincidiendo con una de las caracter�sticas fundamentales del erasmismo. La Dieta de Worms (1521), la Dieta de Augsburgo (1530), el Interim de Augsburgo (1549) y la Paz de Augsburgo (1555) constituyen testimonios fehacientes del irenismo carolino. El apoyo de Domingo de Soto a la pol�tica irenista del Emperador, en cuanto potencial titular de la universitas christiana, se refleja de modo muy especial en los a�os 1547-1550. �ste es otro de los aspectos que nos interesa resaltar en orden a comprender mejor la actitud sotiana referida a la heterodoxia y a la libertad religiosa. Ciertamente no encontramos implicaciones erasmianas en la abundante producci�n de Soto, lo cual puede explicarse, al menos en parte, por el hecho de que a partir de 1536 el erasmismo se encuentra en regresi�n y va siendo contemplado como movimiento espiritual heterodoxo . Pero el te�logo-jurista no pod�a permanecer ajeno al valor positivo resultante del irenismo erasmista.
A mediados de 1547, Soto se reintegrar�a a Trento, precisamente cuando se hab�a producido entre los padres conciliares una divisi�n de pareceres, deseando unos, fieles al Emperador y a su pol�tica de conciliaci�n, permanecer en Trento, mientras que otros prefer�an el traslado del Concilio a Bolonia. As� ven�a a terminarse el primer per�odo conciliar, aunque las actividades se prolongar�n hasta 1549. Soto permanecer� en Trento hasta febrero de 1548, fecha en la que el Emperador solicita su presencia en la ciudad de Augsburgo para participar en la revisi�n de la f�rmula del Interim. Carlos V deseaba solucionar siquiera provisionalmente �ya que el Concilio estaba de momento bloqueado� el problema religioso alem�n; era necesario un inmediato entendimiento entre ambas partes, que cortase, o paliase al menos, la progresiva expansi�n de la herej�a luterana. El Emperador continuaba pretendiendo materializar su sue�o dorado de la unidad espiritual cristiana, la universitas christiana, en una l�nea conciliadora que concordaba con el humanismo erasmista.
El erasmista Julio Pflug fue uno de los redactores del proyecto del Interim, que ser� puesto a debate entre te�logos de ambas partes. Seg�n J. Brufau, Domingo de Soto intervino y su aportaci�n tuvo singular relevancia en la fijaci�n del texto definitivo. �El Interim de Augsburgo conoci� su mano, limando en el texto lo que �l cre�a que no pod�a ser admitido en sana ortodoxia, afan�ndose, al mismo tiempo, por encontrar un terreno com�n de aceptaci�n y di�logo para cat�licos y luteranos� . Compuesto de 26 art�culos, el Interim de Augsburgo fue publicado el 30 de junio de 1548, sin contar con Roma, como ley del Imperio. H�bilmente redactado y cat�lico de esp�ritu, aunque con algunas omisiones, no cont� con una acogida propicia, que tan necesaria era en aquellas circunstancias. El Interim, en contraste con la Paz de Augsburgo de 1555 que correspond�a a inspiraci�n diferente, constituye el �ltimo intento carolino a favor de una paz y concordia que preservara la unidad religiosa; el texto coincid�a coincidiendo con los humanistas de inspiraci�n erasmista, los cuales tend�an a acomodaciones en el dogma y en la disciplina que permitieran orillar antagonismos violentos . Se aprob� una f�rmula de convivencia religiosa hasta la conclusi�n del concilio. �Ese fue el llamado Interim de Augsburgo o modus vivendi entre cat�licos y protestantes �dice Fern�ndez �lvarez-, que trataba de dar satisfacci�n a las dos partes y no satisfizo a ninguna� . Es de sobra conocido que, en estos momentos, el movimiento interno de la Reforma luterana y la efervescencia de la naciente Reforma cat�lica predispon�an m�s a la irreconciliaci�n que a la conciliaci�n, y no puede causarnos asombro el hecho de que naufragara el esp�ritu de acercamiento sincero que la pol�tica imperial hab�a reflejado en el Interim, al margen del Papado .
En agosto de 1548, el tambi�n dominico Pedro de Soto abandonaba el cargo de confesor del Emperador, siendo nombrado para sustituirle Domingo de Soto . Aunque Carlos V ya conoc�a al catedr�tico salmantino, su leal comportamiento en el Concilio y en la revisi�n del Interim le acrecent� a�n m�s su �ptima reputaci�n ante el C�sar. Con todo, Soto, enemigo de intrigas palaciegas y de ambici�n pol�tica, no dudar�a en abandonar tan influyente cargo a comienzos de 1550. Durante el breve tiempo que ocup� el puesto de confesor, Soto mantuvo id�ntica actitud de apoyo a la pol�tica de conciliaci�n imperial .
Ante la disputa y la tensi�n existentes entre el Emperador y Paulo III sobre el ducado italiano de Piacenza, el religioso segoviano no titube� en aconsejar al Emperador medidas de defensa y en sostener que, ante la ausencia de otra alternativa, la guerra ser�a justa. En esta actitud campea la distinci�n clara para Soto entre el Papa como cabeza de la Iglesia y el Papa como soberano temporal; parecer que mantendr� posteriormente, cuando se produzcan los deplorables enfrentamientos entre Felipe II y Paulo IV . Ni que decir tiene que esta postura sotiana reaviv� la aversi�n de diversos italianos hacia el dominico espa�ol, como es el caso del legado pontificio ante la Corte imperial, Pedro Bertano, obispo de Farnese. �ste iniciar� una campa�a de difamaci�n contra el confesor del C�sar, haci�ndole responsable de todas las divergencias entre Roma y el Imperio, explotando as� una tendencia adversa a Soto que, desde Trento, hab�a ido tomando cuerpo.
A esta acci�n de Bertano, hemos de a�adir ciertas tensiones que Soto lleg� a tener con el Consejo de Estado, especialmente con el cardenal Granvela (Antonio Perrenot), a causa de diferencias de apreciaci�n sobre cuestiones de dudosa moralidad, especialmente en lo referente a materia de pol�tica econ�mica y de impuestos. Hombre de confianza tanto de Carlos V como de su hijo Felipe II, el soberanista Granvela se mov�a en un plano completamente distinto al del confesor, para quien el orden moral deb�a de tener la primac�a. Tambi�n Pedro de Soto hab�a chocado en diversas ocasiones con los Granvela. �stas y otras rencillas y tergiversaciones cortesanas fueron minando el esp�ritu paciente de Soto, que decidi� declinar tan alto honor y regresar a Espa�a. Mart�nez Pe�as justifica la dimisi�n de Soto porque ��ste y su imperial penitente no llegaron a congeniar�. Maniobras pol�ticas o cortesanas aparte, ha de buscarse en la falta de entendimiento entre confesor y confesionario, en sus diferencias de criterio las que determinaron el regreso a Espa�a de Soto. Para Mart�nez Pe�as, no fue acertada la elecci�n, pues si la condici�n de te�logo de Pedro de Soto hab�a causado ya desavenencias con el Emperador, designar a un nuevo confesor con unas condiciones y cualidades pr�cticamente id�nticas no parec�a lo m�s acertado . Sin embargo, esta separaci�n del puesto de confesor �no tuvo �como anota Beltr�n de Heredia� asomos de ruptura, quedando confesor y penitente unidos por un estrecho v�nculo de afecto y de respeto� .
6. Intervenci�n en las controversias entre Bartolom� de Las Casas y Juan Gin�s de Sep�lveda. Trasfondo del problema y aportaci�n sotiana
De vuelta a Espa�a y de nuevo en Salamanca, en los inicios de 1550, Domingo de Soto no ten�a en sus proyectos reanudar su labor docente ni continuar participando activamente en la din�mica que otrora la realidad pol�tico-social y religioso-cultural le hab�a impuesto. Sin embargo, el devenir de los acontecimientos le oblig� en m�ltiples ocasiones, durante esta �ltima d�cada de su vida, a perturbar sus prop�sitos. Uno de los acontecimientos que requerir� ahora la intervenci�n de Soto, lo constituye el enfrentamiento entre las tesis de Bartolom� de las Casas y las de Juan Gin�s de Sep�lveda acerca de la conquista y colonizaci�n del Nuevo Mundo.
Las Leyes Nuevas de Indias, promulgadas desde Barcelona en 1542 y completadas en Valladolid en 1545, obligaban a virar el rumbo de la colonizaci�n espa�ola en Indias, especialmente en lo referente al trato de los ind�genas y la consiguiente reforma de las encomiendas . Estas dos Reales Provisiones rimaban con el esp�ritu de Bartolom� de Las Casas, s�mbolo radical de un colonialismo m�s humanitario y de la utop�a cristiana. Estas normas jur�dicas encontraron una fuerte oposici�n por parte de los que ve�an en el triunfo de las mismas una merma para sus intereses personales, los cuales se sent�an respaldados por las tesis del gran humanista y cronista imperial Juan Gin�s de Sep�lveda .
Hacia 1547 corr�a por Espa�a en copias manuscritas un libro de Sep�lveda, Democrates Alter o Democrates Secundus de justis belli causis. En esta obra, escrita a modo de di�logos, se justificaba a ultranza el modo con que se llevaba a cabo la conquista y colonizaci�n indiana. Aunque dividido en dos libros, el fil�sofo, te�logo y jurista Sep�lveda establece tres partes en el Democrates; en la primera, expone su visi�n del Derecho natural y la guerra justa; en la segunda, analiza los problemas de la conquista y colonizaci�n en las Indias; y en la tercera, se detiene en la situaci�n jur�dica de los indios, defendiendo la encomienda como el sistema ideal para su aculturaci�n y evangelizaci�n. Las Casas se esforz� para que dicho escrito no llegase a imprimirse. Como se�ala I. Li�vano Aguirre, para Las Casas dicha �obra era mucho m�s que un simple libro; era la formulaci�n de la filosof�a de los poderosos, la legitimaci�n literaria de los abusos del fuerte contra el d�bil, del rico contra el pobre, del espa�ol contra el indio. Si los conquistadores hab�an cometido tantos desafueros en Am�rica cuando las doctrinas y las leyes condenaban sus acciones, �qu� pasar�a cuando se sintieran justificados por una doctrina, como la de Sep�lveda, que legitimaba el empleo de la fuerza contra aquellos �cuya condici�n natural� es que deben obedecer a otros�? .
Remitido el libro manuscrito a las Universidades de Salamanca y Alcal� de Henares para que lo estudiaran y emitieran dictamen, �stas determinaron que no deb�a editarse. Sin embargo, Sep�lveda, haciendo caso omiso de las impugnaciones recibidas, escribir�a la Apolog�a pro libro �De justis belli causis�, en la que reafirma la tesis del Democrates Secundus. Es m�s, buscando una mayor popularizaci�n de sus ideas, el humanista cordob�s extractar�a, en romance, el contenido del Democrates Secundus, provocando la inmediata respuesta del obispo de Chiapas que lograr�a su prohibici�n .
La controversia iniciada adquiri� tales proporciones que la Corona sinti� la obligaci�n de intervenir, m�xime cuando la cuesti�n afectaba a la licitud de los pretendidos derechos derivados de las normas del ius belli. De este modo, se tocaba el fondo del problema te�rico entre Las Casas y Sep�lveda, a quienes distanciaba ideol�gicamente el juicio que les merec�an las llamadas �guerras de conquista� y la justificaci�n de los t�tulos sobre las Indias. La pol�mica entre ambos no quedaba reducida al plano puramente doctrinal, sino que contemplaba primordialmente el rumbo que deb�a tomar la legislaci�n y la pr�ctica de gobierno ; una vez m�s, se comprobaba la escasa eficacia que estaban teniendo la Leyes Nuevas de Indias, como anteriormente hab�a sucedido con las Leyes de Burgos.
Para solucionar este conflicto, Carlos V convoc� unas Juntas integradas por te�logos, miembros del Consejo de Indias y de otros Consejos. Domingo de Soto, Melchor Cano y Bartolom� Carranza de Miranda se contaban entre los te�logos designados. Las Juntas se desarrollaron en Valladolid, en dos per�odos: de agosto a septiembre de 1550 y de abril a mayo de 1551. A esta �ltima ya no asistir�a Cano por encontrarse en el Concilio.
Las Juntas de Valladolid se iniciaron con la intervenci�n de Sep�lveda. El famoso erudito expuso elocuentemente las razones por las que se puede someter a los infieles, apoyando constantemente sus doctrinas en los cl�sicos. Despu�s de o�r al oponente cordob�s, se concedi� la palabra a Las Casas, quien hab�a preparado para aquella hist�rica oportunidad el famoso tratado Argumentum Apologiae, consagrado a demoler las tesis del Democrates Secundus. Las Casas hizo una emocionante defensa de los indios americanos, los �pobrecillos indios�, como sol�a llamarlos. Tan pronto como finaliz� el obispo de Chiapas su exposici�n y ante el maremagnum de opiniones de los dos contendientes, se encarg� a Domingo de Soto elaborar un Sumario en el que resumiese los argumentos presentados por ambas partes. En cuanto a las doctrinas definidas por Las Casas y Sep�lveda, Soto las resume as� en el Sumario: �� han tratado y disputado esta cuesti�n (conuiene saber) si es licito a su Majestad hacer la guerra a aquellos Indios, antes que se les predique la F� para sugetalos a su Imperio, y que despues de sugetados puedan mas facil, y comodamente ser ense�ados, y alumbrados por la doctrina Euangelica del conocimiento de sus errores, y de la verdad Christiana� . Sep�lveda sustentaba la parte afirmativa, afirmando que la tal guerra, no solamente era l�cita sino expediente. Bartolom� de Las Casas defend�a la negativa, diciendo que no solamente no era expediente, sino inicua y contraria a la religi�n cristiana .
En este resumen de los debates, el te�logo salmantino se vio impedido de exponer su parecer, �aunque si tuuiera mas libertad �dice Soto en el pre�mbulo del Sumario� pudiera por ventura, seg�n mi flaco juycio, dar a este compendio otro lustre. Empero reseruolo para quando si vuestras se�orias, y mercedes fueren seruidos mandarmelo, dixere mi parecer� . Este deseo sotiano quedar�a satisfecho en el libellum: An liceat civitates infidelium seu gentilium expugnare ob idololatriam, escrito posiblemente entre 1553 y 1554, del que se conserva un fragmento y en el que Soto se inclina m�s por la tesis de Las Casas, enriqueciendo as� el dictamen que hubo de emitir al finalizar la segunda serie de las Juntas, en 1551 .
Tambi�n existen otros escritos sotianos que se preocupan de la evangelizaci�n en Am�rica, tales como la relecci�n, anterior a las Juntas, De dominio, dada en 1534. De sumo inter�s para nosotros hubiera sido el op�sculo De ratione promulgandi Evangelium, que no ha llegado a nuestras manos y que se menciona repetidas veces como libellum, pr�ximo a ser redactado, en el tratado De Iustitia et Iure y en los comentarios In Quartum Sententiarum, obras estas �ltimas en las que igualmente Soto se pronuncia por el problema americano.
La opini�n de Domingo de Soto �recuerda Brufau� qued� como doctrina communis de los te�logos espa�oles del siglo XVI y del siguiente, perteneciesen o no a la Escuela de Salamanca . Pero no solamente en el terreno de las ideas logr� prevalecer, sino que tambi�n Soto contribuy� eficazmente a la implantaci�n de esta doctrina en el plano pol�tico y de gobierno. �La regulaci�n de los descubrimientos y conquistas �contin�a J. Brufau� se fue orientando hacia un mejor control de los mismos por parte de la Corona. Las Ordenanzas de poblaciones dadas por Felipe II son un buen ejemplo de ello y, en varios puntos, un excelente modelo de prudencia en la labor colonizadora� . M�s que en las Leyes Nuevas de Indias, en las que la influencia lascasiana es palmaria, es precisamente en estas Ordenanzas de descubrimiento, nueva poblaci�n y pacificaci�n de las Indias, de 1573, en las que se reflejan m�s los principios del te�logo-jurista Domingo de Soto . Las obligaciones de los encomenderos mediante disposiciones encaminadas a evitar abusos sobre los indios encomendados, la prohibici�n de toda guerra ofensiva por motivos religiosos, el reconocimiento de los derechos de los indios en calidad de s�bditos de la Corona de Castilla� testimonian el inter�s de los monarcas espa�oles por la protecci�n de los habitantes del Nuevo Mundo, que comienza a materializarse en la segunda mitad del siglo XVI .
Sin embargo, no decimos nada nuevo al afirmar que tanto la doctrina de equidad universal de Soto sobre esta cuesti�n, como la de Las Casas, desde la acci�n radical y exaltaci�n de sus escritos, son deudoras de las teor�as de Francisco de Vitoria. El esp�ritu de las relecciones De Indis (1538) y De Iure belli (1539) campea en las tesis de Soto y en las de Las Casas y tambi�n en las acciones de gobierno sobre el Nuevo Continente en esta nueva etapa colonizadora. La prudencia de Francisco de Vitoria, sin denostar a los indios ni a los espa�oles, permiti� esclarecer los derechos de unos y otros y para los que exigi� un rec�proco respeto. Sus relecciones �dice Francisco de Icaza- �lograron conformar una doctrina, cuyos novedosos conceptos gozaron de enorme influencia en un tiempo y de manera especial entre sus alumnos que llegaron a integrar una escuela, cuyos frutos enorgullecen hoy d�a a Salamanca� . La impronta del magisterio de Vitoria se refleja de manera especial en Soto, que enriquece y difunde el pensamiento de la Escuela de forma brillante y sobresaliente. La aportaci�n sotiana a la teor�a de la conquista del Nuevo Mundo alcanza de lleno a los argumentos teol�gico-jur�dicos que se esgrim�an para justificar el sometimiento de las nuevas tierras descubiertas a la Corona de Castilla y, en cierto sentido, incide en el tema que traemos entre manos, aunque el tratamiento difiera y las consecuencias pr�cticas tengan otro carril y desembocadura.
7. Soto y la Inquisici�n espa�ola
El primer contacto de Soto con la Inquisici�n tiene lugar en 1540, cuando el Santo Oficio le encarg� revisar las librer�as salmantinas en b�squeda de posibles infiltraciones luteranas. Con esta medida se pretend�a cortar la divulgaci�n de libros y ediciones protestantes en Espa�a. Soto, juntamente con fray Francisco del Castillo cumplir�a esta orden. Entre los libros escogidos, por figurar en la lista de los reprobados, sabemos que estaba el del conocido franciscano Antonio de Guevara, Menosprecio de Corte y Alabanza de Aldea, aunque despu�s se le permitiese circular tras una contraorden del Tribunal de la fe .
Aunque, durante su cargo de confesor, el Santo Oficio hab�a recurrido frecuentemente a Soto con el fin de que apoyase los negocios inquisitoriales de resoluci�n imperial, no hay una intervenci�n suya importante hasta 1550 con el proceso de Juan Gil, conocido como doctor Egidio. Denunciado como �reformista� al Dr. Egidio, se convoc� una junta de te�logos, entre los cuales se encontraba Domingo de Soto, con el fin de calificar las proposiciones extra�das del proceso incoado. Sabido es c�mo, tras el examen de dichos te�logos, la Inquisici�n procede con relativa suavidad y condescendencia, buscando el menor quebranto posible del prestigioso predicador sevillano. Domingo de Soto volver�a a ser consultado antes de la sentencia definitiva, encarg�ndose tambi�n a �l, seg�n expreso deseo del propio Carlos V, la reconciliaci�n del procesado, llevada a cabo en Sevilla, en 1552. Para H. C. Lea, en este per�odo exist�an esfuerzos proselitistas de los herejes alemanes y de otros, pero no aparec�an huellas destacables. La blandura de la Inquisici�n en el proceso del Dr. Egidio �demuestra que hasta entonces a�n no hab�a alarma que la estimulara a la severidad, ni causa para ella� .
Bajo la direcci�n de Fernando de Vald�s, el Consejo de la Suprema encarg� a Domingo de Soto, en 1552, revisar todas las biblias prohibidas, sacando y anotando todos aquellos errores en ellas contenidos. Con la ayuda de otros destacados te�logos salmantinos, Soto llev� a cabo la labor encomendada, labor que ser�a continuada y complementada por la Universidad de Alcal�. Conjuntada y ordenada toda la documentaci�n, Soto fue avisado por el Pr�ncipe, a finales de 1553, para que acudiese a Valladolid, porque �agora se ha de tomar resoluci�n en el Consejo de su Majestad de la general Inquisici�n en lo que ha de hacer, ans� cerca de la censura (de las biblias), como en todo lo dem�s que ser� necesario, para que de aqu� adelante no se traigan a estos reinos otras depravadas. Y conviene mucho que vos os halleis presente a ello, por la cualidad de vuestra persona y por la mucha noticia que ten�is de estos negocios [�], veng�is a esta villa a entender en lo susodicho� . Y as�, finalizadas las reuniones en agosto de 1554, sin que se tengan noticias concretas sobre las mismas, se publicaba en Valladolid la Censura generalis contra errores, quibus recentes haeretici Sacram Scripturam asperserunt, entrando r�pidamente en vigor las normas all� establecidas. Seg�n Virgilio Pinto, la �censura no se ocup� de fijar el texto aut�ntico de la Biblia, sino de limpiar las ediciones de a�adidos, anotaciones o comentarios que intentaban tergiversar el sentido cat�lico de la misma� .
Domingo de Soto tambi�n va a tener que ver, sin propon�rselo, en las sospechas que el Tribunal de la fe sostuvo sobre el franciscano Miguel de Medina, debido a ciertos matices �reformistas� encontrados en su obra literaria. Los antecedentes los encontramos en un peque�o tratado sotiano elaborado en 1554 acerca de los Comentarios al Evangelio de San Juan, escritos por el apolog�tico franciscano de Maguncia Juan Wild (Ioannes Ferus). La obra de Soto, Annotationes in Commentarios Ioannis Feri super Evangelium Ioannis , denuncia las doctrinas y expresiones luteranizantes contenidas en el libro de Wild, llegando a hacer anotaciones sobre 67 lugares de dichos Comentarios. Ahora bien, Soto hab�a procurado en todo momento salvar el prestigio del autor, al que ten�a por persona piadosa y cat�lica. Preocupado por el temor de molestar a los franciscanos y deseoso de atajar todo esc�ndalo que pudiera surgir de la discordia, se expresaba de este modo en sus Annotaciones: �Universos per viscera Iesu Christi deprecor et obtestor, ut in causa hac propugnandi fidem, quae tantam exigit caritatis concordiam, nemo mihi adversus studio litigandi exeat; sed eadem animorum pietate permiserit, defendentes, eidem veritati omnes patrocinetur� .
Sin embargo, el te�logo cordob�s y profesor Miguel de Medina se crey� en la obligaci�n de defender a su hermano de h�bito, publicando en Alcal�, en 1558, una Apolog�a Ioannis Feri, en la que impugnaba cada una de las 67 animadversiones o pasajes anotados por Soto. La r�plica del franciscano trataba de justificar a ultranza a J. Wild, fallecido en 1554, atacando �speramente a Soto. La Apolog�a ser�a denunciada al Santo Oficio por considerarla con errores luteranos, siendo condenada y recogida por este Tribunal. Miguel de Medina, destacado autor de la Escuela franciscana y al que le debemos su excelente obra asc�tico-m�stica Ejercicio de la verdadera y cristiana humildad, va a continuar en la defensa del insigne franciscano alem�n, ampar�ndose, seg�n parece, en la protecci�n que le dispensaba el propio inquisidor general Vald�s.
El cordob�s emprende el �mprobo trabajo de expurgar los escritos de Fero (J. Wild). En 1562 obtiene licencia real para imprimir los Comentarios de Fero. Pero sus escritos ser�an de nuevo denunciados al Santo Oficio. El pasar la censura gubernativa no garantizaba la inmunidad ante la censura y jurisdicci�n inquisitorial. Medina, incansable, vuelve a corregir y es nuevamente delatado. El infatigable apologista de Fero ser�a encarcelado por la Inquisici�n en 1572, siendo ya inquisidor general Diego de Espinosa. El reo mor�a en 1578 sin que su proceso hubiese finalizado todav�a, aunque pr�ximo a una sentencia absolutoria. Los cargos imputables no afectaban substancialmente a la fe.
La actuaci�n de Domingo de Soto, que hab�a muerto hac�a 18 a�os, continuaba pesando en esta cuesti�n, si bien nunca, en vida, hab�a tomado parte en algo relativo al franciscano cordob�s. La Apolog�a contra Soto fue para Medina un precedente desfavorable, una sombra que le sigui� durante el resto de su vida y que, en cierto modo, incidi� en las desgracias que luego le sobrevinieron. La Apolog�a estuvo siempre proscrita por la Inquisici�n y los Comentarios de Juan Fero, que finalmente fueron publicados en 1578 seg�n la edici�n preparada por Miguel de Medina, fueron expurgados tanto por el �ndice de Quiroga de 1583-1584 como por el de Sandoval de 1612. El enfrentamiento entre Soto y Medina materializado en la Apolog�a bien pudo ser un reflejo de las divergencias en temas de espiritualidad, metodolog�a, fuentes teol�gicas� entre la Universidad de Salamanca y la de Alcal�. El humanismo b�blico complutense o el aunar teolog�a y humanismo de su profesor Medina pod�an chocar con la tradicional Escuela de Salamanca y la severa ortodoxia sotiana.
Pero el asunto inquisitorial que m�s perturb� el �nimo de Domingo de Soto fue su obligada participaci�n, durante los a�os de 1558 y 1559, en el proceso del entra�able amigo y hermano de h�bito Bartolom� Carranza de Miranda, arzobispo de Toledo, a causa de la calificaci�n que, como te�logo de gran prestigio, hubo de hacer de los Comentarios sobre el Catechismo christiano de Carranza. Sabido es c�mo esta intervenci�n acarre� a Soto momentos amargos, debido al apasionamiento e intolerancia que rodearon al proceso carrancista, as� como a la instrumentalizaci�n que el Santo Oficio, de manos de su inquisidor general Vald�s, hizo de la imagen sotiana para derrocar al Arzobispo toledano .
8. Soto y su segunda etapa docente en la Universidad de Salamanca
La Universidad de Salamanca hab�a conservado a Domingo de Soto como catedr�tico de V�speras de Teolog�a durante su participaci�n en el Concilio; pero, una vez suspendido �ste, se dio la c�tedra por vacante al pasar su titular a ocupar el cargo de confesor del Emperador. Juan Gil de Nava, antiguo disc�pulo del Maestro segoviano, ser�a su sucesor en la c�tedra. Al regresar Soto a Salamanca, en 1550, no se reintegr� inmediatamente a las tareas acad�micas. Pero al vacar la c�tedra salmantina de Prima de Teolog�a, regentada por Melchor Cano desde la muerte de Vitoria, el Claustro universitario acord� por unanimidad pedir a Domingo de Soto que fuera �l quien se hiciera cargo como titular de la c�tedra, sin someterse al tr�mite legal de la oposici�n. Su paso por la c�tedra de V�speras, su obra escrita y su actuaci�n en diversos y variados campos le hab�an hecho acreedor del aprecio y estima de los estudiantes y del Claustro y confirmado en su aureola de competencia y saber. La adjudicaci�n de la c�tedra de Prima mediante este procedimiento extralegal resultaba ser un homenaje que la Universidad salmantina rend�a al ilustre te�logo, que ya hab�a sido miembro de su profesorado.
Soto tom� posesi�n de su nueva c�tedra el 27 de septiembre de 1552, iniciando sus lecciones de Prima en el mismo curso entrante. Con ello se daba continuidad al hecho de que la c�tedra de Prima la regentasen de modo casi exclusivo, desde siglo y medio antes, los dominicos (excepci�n �nica la de Pedro Mart�nez de Osma). Soto finalizar�a su actividad acad�mica, aunque no su vinculaci�n universitaria, en el curso de 1555-1556, ampar�ndose en la Constituci�n eugeniana del Estudio General, que obligaba a los catedr�ticos a leer veinte a�os para poder gozar de la jubilaci�n y �l la hab�a cumplido en exceso, al sumarse los a�os que estuvo en Trento, seg�n lo acordado por el Claustro, a los de V�speras.
Durante los cuatro cursos que ocup� la c�tedra salmantina de Prima, el prestigio de Domingo de Soto se mantuvo inc�lume. As� lo testimonian sus disc�pulos entre los que se cuentan a San Juan de Ribera y a fray Luis de Le�n. A lo largo de estos �ltimos a�os de docencia, el pensamiento sotiano alcanza su madurez y su formulaci�n definitiva. La fama que Soto lleg� a gozar en estos momentos �qui scit Sotum, scit totum, se dijo� atestigua la gran fuerza intelectual de su obra.
En esta �ltima d�cada de su vida, Soto contin�a escribiendo obras como el estudio b�blico In epistolan diui Pauli ad Romanos commentarii, de 1551 en edici�n definitiva ; el op�sculo De cavendo abusu iuramentorum, de 1551, escrito para acotar los abusos de los juramentos vanos ; su breve exposici�n catequ�tica Summa de la doctrina christiana, de 1552 ; su catecismo Tratado del amor de Dios, in�dito hasta 1780 , o sus relecciones como catedr�tico de Prima de Teolog�a
Pero la gran creaci�n del maestro salmantino es su celeb�rrimo tratado teol�gico-filos�fico-jur�dico De Iustitia et Iure, aparecido en 1553 pero ampliado y revisado en 1556 ; las siguientes ediciones, que fueron numeros�simas (hasta 33 ediciones en el siglo XVI), reproducen siempre la segunda impresi�n como edici�n pr�ncipe. Esta obra supone una monumental s�ntesis jur�dico-moral y el fundamento m�s s�lido de la reputaci�n cient�fica de Soto. En ella, condensa sus a�os de estudio, magisterio y experiencias y sistematiza el pensamiento moral de la �poca dentro del marco tomista y de las directrices de la Escuela de Salamanca. El maestro salmantino va a ser el primero en escribir un tratado moral como obra independiente. En �l se pueden distinguir tres grandes partes: los tres primeros libros se centran en los fundamentos de la moral, de la ley eterna, natural y humana y del Derecho como objeto formal de la justicia; la segunda parte est� dedicada a la justicia conmutativa y a los actos y vicios contrarios a la misma (el dominio y su violaci�n, injusticias forenses, usura e injusticia en los contratos y cambios de moneda�); y los libros VII al X versan sobre la virtud de la religi�n como parte potencial de la justicia (votos, juramento, adjuraci�n, simon�a, deberes de los obispos y sacerdotes�).
A este tratado cl�sico de filosof�a del Derecho, hay que a�adir otra obra teol�gica de gran envergadura y �ltima publicada por Soto: In Quartum Sententiarum, comentarios al libro cuarto de las sentencias de Pedro Lombardo en dos tomos, el primero en 1557-1558 y en 1560 el segundo , obra que tambi�n va a gozar de una gran difusi�n. Con ello, la carrera intelectual de Domingo de Soto llegaba a su c�nit, convirti�ndose en uno de los personajes m�s representativos de la Escuela de Salamanca.
Recibido el 17 de enero de 2011. Admitido el 14 de febrero de 2011.
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