Revista europea de historia de las ideas políticas y de las instituciones públicas


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Presidente del C.R.: Antonio Ortega Carrillo de Albornoz
Director: Manuel J. Peláez
Editor: Juan Carlos Martínez Coll


Gérard D. Guyon, Le choix du royaume. La conscience politique chrétienne de la cité (Ier-IVe siècle), con Estudio preliminar de Roland Minnerath, Ediciones Ad Solem, Ginebra, 2008, 454 págs.

María Cristina Toledo Báez

ABSTRACT: En el libro de G�rard D. Guyon, prologado por Roland Minnerath, el autor estudia los tres primeros siglos de existencia de la religi�n cristiana durante el Imperio romano (del a�o 30 al 330) con la particularidad de que aboga por la irreductibilidad de los v�nculos entre la fe y la pol�tica y muestra de qu� forma el cristianismo transform� el principio de legitimaci�n del poder en la Antigua Roma. A pesar de que la organizaci�n del contenido resulta complicada, la l�nea argumental expuesta por Guyon es muy clara: la conciencia cristiana, basada en sus inicios en una �elecci�n del Reino� celeste y espiritual que cuestionaba los valores de la sociedad pagana romana, acept� con el paso de los a�os un reino terrenal.

PALABRAS CLAVE: G�rard D. Guyon, Religi�n cristiana, Imperio romano, Legitimaci�n del poder, Fe y pol�tica.

El estudio de los tres primeros siglos de existencia de la religi�n cristiana durante el Imperio romano (del a�o 30 al 330) se centra en los aspectos hist�rico-pol�ticos de la sociedad de la �poca y, de forma err�nea, a�sla la fe en Cristo de su contexto de poder y de religi�n (p. 14). Sin embargo, la obra que nos ocupa, Le choix du royaume. La conscience politique chr�tienne de la cit� (Ier-IVe si�cle), aboga por la irreductibilidad de los v�nculos entre la fe y la pol�tica y muestra de qu� forma el cristianismo transform� el principio de legitimaci�n del poder en la Antigua Roma.

Su autor, G�rard D. Guyon, profesor em�rito de la Universidad Montesquieu de Burdeos IV (Francia), es un exponente del catolicismo intelectual en la Francia laica. Lleva a�os colaborando en Espa�a en diversas publicaciones peri�dicas, homenajes, etc.

El libro, prologado por Monse�or Roland Minnerath, arzobispo de Dijon y profesor em�rito de la Universidad de Estrasburgo, se estructura en tres partes principales: una primera en la que se ponen en tela de juicio los valores del mundo romano; una segunda en la que se indaga en la b�squeda de la identidad pol�tica cristiana y, por �ltimo, una tercera en la que afirma y confirma la unidad jur�dica de la Iglesia. Completan la obra una introducci�n, un apartado de conclusiones, una lista de abreviaturas, un apartado de bibliograf�a general, un �ndice de nombres de autores antiguos, Padres de la Iglesia, Emperadores y Papas y, como colof�n, un �ndice tem�tico. Hemos de se�alar, no obstante, que, a nuestro juicio, la organizaci�n de la obra es bastante peculiar, ya que los 25 cap�tulos, de extensiones muy dispares, se encadenan sin que haya quedado definido el criterio de divisi�n.

No obstante, la l�nea argumental expuesta por Guyon es muy clara. La conciencia cristiana, basada en sus inicios en una �choix du royaume� o �elecci�n del Reino� celeste y espiritual que cuestionaba los valores de la sociedad pagana romana, acept� con el paso de los a�os un reino terrenal gracias, por un lado, al emperador Constantino (272-337), que reconoci� el cristianismo como religi�n privilegiada, y, por otro, al emperador Teodosio (347-395), que posteriormente le concedi� el estatus de religi�n oficial. Aunque, �c�mo se produjo esta evoluci�n de secta jud�a perseguida a ulterior religi�n de Estado? �Se vio obligado el cristianismo a renegar de s� mismo para estrechar lazos con el poder imperial? �O, por el contrario, fue el Imperio el que claudic� en beneficio de la religi�n de Cristo?

De acuerdo con Guyon, el recorrido del cristianismo obedece a una continuidad prolongada en el tiempo y toma como eje central un concepto clave para comprender la evoluci�n de la religi�n de Cristo: el valor de la �utilitas communis� (p. 28), del bien com�n, el cual incluye no �nicamente elementos religiosos (el culto, la liturgia, la organizaci�n interna, la disciplina, la representaci�n de la comunidad, etc.), sino tambi�n aspectos p�blicos, pol�ticos, sociales y culturales que est�n impregnados de la finalidad espiritual. Por mor de la �utilitas communis�, los cristianos, considerados como un �tertium genus� o tercer g�nero, rechazan del Imperio su �Respublica� o preocupaci�n por el inter�s p�blico al contener un principio de legitimaci�n basado en valores sociales y pol�ticos que despiertan la hostilidad de los cristianos. Dicha hostilidad se traduce en la oposici�n a la subordinaci�n de la �utilitas reipublicae� y a sus valores m�s se�eros: el paganismo, el evergetismo, el clientelismo, la inmortalidad del Imperio o �Roma aeterna�, la obediencia al poder leg�timo, la guerra, el servicio militar, entre otros.

De este modo, dos actitudes generales dominan los tres primeros siglos del cristianismo en lo que concierne a la vida p�blica. En la primera actitud se acepta el estatus jur�dico del universo romano so pena de la siguiente condici�n: �Quae sunt Caesaris Caesari et quae sunt Dei Deo�. N�tese que esta sentencia aparece en la portada del libro, lo cual refrenda su relevancia en la obra. Esta afirmaci�n supone una ruptura total con la tradici�n, la historia y las mentalidades romanas donde lo pol�tico y lo religioso coexisten como elementos necesarios para la �civitas�. Para los cristianos, los poderes pol�ticos deben rendir cuentas a Dios, lo cual implica la aparici�n de nuevas relaciones entre la pol�tica y la �tica en una politeia en la que Dios precede al poder (p. 89). La segunda actitud se basa en un sentimiento dualista que separa radicalmente el pueblo de Dios y el mundo, de ah� que surja una conciencia com�n de cristiandad cuyas bases escatol�gicas son el advenimiento del Mes�as, la eliminaci�n del Anticristo y el Juicio Final.

No hemos de obviar, sin embargo, que ciertas circunstancias hist�ricas favorecieron la expansi�n del cristianismo. Nos referimos a la crisis del Imperio, que, en la segunda mitad del siglo III, beneficia a la Iglesia dado que su mensaje de salvaci�n y su visi�n del Reino son mejor recibidos en la adversidad que en la prosperidad (p. 275). Adem�s, la necesidad de restaurar la unidad moral del Imperio llevada a cabo por Diocleciano (244-311) y luego por Constantino sobre bases cristianas refuerza la visi�n cosmopolita del cristianismo. Consideramos oportuno remarcar que, si bien el giro constantiniano aport� armon�a jur�dica y pol�tica a la cristiandad, al mismo tiempo llev� aparejadas dos perspectivas que, seg�n Guyon, cabr�a tildar de errores (p. 391). De una parte, el �error cultural�, mediante el cual se concibe el cristianismo como el crisol de todos los valores heredados de civilizaciones anteriores, de forma que constituir�a una construcci�n moral superior y s�ntesis de filosof�as y cultos antiguos. De otra parte, el �error del constantinismo�, el cual defiende que la nueva teor�a del poder cristiano no ser�a m�s que el resultado de la construcci�n jur�dica y pol�tica de un pacto que uniese la fe al poder. Esta �ltima visi�n ignora los beneficios que aportar�a la aceptaci�n del Estado para el consecuente benepl�cito de la nueva cosm�polis cristiana.

A juicio de Guyon, el comportamiento modelo para los primeros cristianos con respecto a Roma consiste en mantener las distancias, pero, al mismo tiempo, seguir en contacto con el medio religioso, pol�tico, social y jur�dico que les rodea. Tal y como se especifica en la Carta a Diogneto, los cristianos son para el Imperio �lo que el alma para el cuerpo. El alma est� encerrada en el cuerpo, pero lo sostiene: tambi�n los cristianos sostienen el mundo� (cap�tulos V y VI). La Iglesia cristiana, ni amedrantada por el Imperio ni confundida con �l, se presenta como distinta al mundo terrenal, pero consagrada a transformarlo. De este modo, a pesar de que pasen siglos y se den en circunstancias hist�ricas diferentes, el objetivo sigue siendo el mismo y s�lo ha cambiado el medio. Independientemente de que el poder pol�tico lo persiga o lo mime, el cristianismo ha de ser fiel a su vocaci�n de testimonio y lograr hacer llegar a la p�lis una politeia de un cariz distinto: el Reino de los cielos. [Recibido el 26 de noviembre de 2010].



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