Revista europea de historia de las ideas políticas y de las instituciones públicas


ISSN versión electrónica: 2174-0135
ISSN versión impresa: 2386-6926
Depósito Legal: MA 2135-2014

Presidente del C.R.: Antonio Ortega Carrillo de Albornoz
Director: Manuel J. Peláez
Editor: Juan Carlos Martínez Coll


AD PLENARIAM SESSIONEM PONTIFICIAE ACADEMIAE PRO VITA (5 DE MARZO DE 2015)

Franciscus ROMANUS PONTIFEX

Resumen: Con motivo de la Asamblea Plenaria de la Academia Pontificia para la Vida en la que se reflexionó sobre la «Asistencia y cuidados paliativos», Su Santidad el papa Francisco les dirigió un discurso en el que testimonió que la persona humana es siempre valiosa aunque esté marcada por la ancianidad y la enfermedad, ya que es un bien para sí misma y para los demás y es amada por Dios. La Academia Pontificia para la Vida fue instituida por Juan Pablo II con el motu proprio Vitae Mysterium el 24 de enero de 1998. Esta academia fue fundada con objeto de estudiar, informar y formar sobre los principales problemas de la biomedicina y el bioderecho, con lo que comportan ambas ciencias respecto a la promoción y a la defensa de la vida en la relación que estos tienen con la ética y la moral cristiana y las directrices del Magisterio de la Iglesia. Pertenecen a la Academia setenta miembros nombrados por el papa, que representan a las distintas ramas de las ciencias biomédicas y a aquellas disciplinas y materias que están relacionadas de una u otra forma con la promoción y la defensa de la vida. En 2010 Benedicto XVI nombró presidente de dicha Academia a Ignacio Carrasco de Paula. Los cuidados paliativos son las atenciones, cuidados y tratamientos farmacológicos que se facilitan a los enfermos en fase avanzada y en enfermedad terminal con el objetivo de mejorar su calidad de vida y conseguir que el enfermo atraviese por una situación sin dolor. La Organización Mundial de la Salud adoptó un documento para el desarrollo de los cuidados paliativos, publicado en 1990, definiéndolos como el cuidado total activo de los pacientes cuya enfermedad no responde a tratamiento curativo, considerando primordial controlar el dolor y los problemas psicológicos, sociales y espirituales. Consideran la muerte como un proceso natural y no se intenta ni acelerarla ni alargarla. La creciente concepción materialista de la vida, la psicosis de confort, la falta de vida familar y la escasa formación moral de la conciencia personal conducen al egoísmo y a la insolidaridad. Como bien dice el papa Francisco «en la sociedad contemporánea prevalece la lógica de la utilidad sobre la de la solidaridad y la gratitud», desentendiéndose de sus mayores. El papa Francisco considera los cuidados paliativos como «la expresión de la actitud propiamente humana de cuidarse unos a otros, especialmente a quien sufre», pues la persona humana es siempre valiosa aunque esté marcada por la ancianidad y la enfermedad. Contrario a los cuidados paliativos surge la eutanasia que consiste en provocar intencionadamente la muerte de una persona que padece una enfermedad incurable para evitar que sufra. Juan Pablo II en la catedral de Santiago de Compostela incitó a Europa, que nace cristiana en sus valores, a que sea ella misma, pues «la misión de cada familia cristiana es la de salvaguardar y conservar al hombre». Entre los valores familiares fundamentales debemos destacar: el valor de la persona y el respeto al valor personal de la nueva vida. La sociedad actual no se caracteriza, precisamente, por el respeto ni por la defensa de estos valores, que son cristianos. Los valores, como disposiciones psíquicas, como repetición de actos en las personas que intentan vivirlos, son virtudes. La dignidad de la persona, el profundo sentido de la justicia, la tolerancia, la convivencia y el deseo de cooperación y de paz son valores cristianos. Los continuos cambios que observamos en la familia se deben principalmente a la disminución en el control del contrato matrimonial, a la transformación económica de la mujer y a la decadencia del control religioso. El anciano, que a lo largo de la historia ha sido respetado y considerado como fuente de experiencia y de sabiduría, se ve en la sociedad actual menospreciado y marginado. La oposición generacional, como señalara Simone de Beauvoir, se debe a una actitud psicológica, viendo el joven en la imagen del viejo reflejada su futura decrepitud. Los jóvenes se han convertido en los principales consumidores y, en el momento actual, la juventud se ha transformado en un culto, despreciando a sus mayores. Para el filósofo francés Emmanuel Mounier, la persona no es un objeto, es lo que en cada hombre no puede ser tratado como un objeto, pues la persona trasciende a la naturaleza. El hombre es un ser natural, pero un ser natural humano. El papa Francisco nos recuerda el cuarto mandamiento de la Ley de Dios, que nos pide honrar a nuestros padres y nos dice que es fundamental la relación entre padres e hijos, entre ancianos y jóvenes con referencia a la custodia y transmisión de la enseñanza religiosa y sapiencial a las generaciones futuras. Llama la atención a los estados haciéndoles ver que los sistemas sanitarios no deben buscar el beneficio económico sino cuidar con eficiencia a la persona humana. Nos hace ver también el papa Francisco cómo, en una sociedad cada vez más envejecida, no basta la asistencia eficiente de las instituciones públicas, pues el anciano necesita verse rodeado de afecto y eso solo se lo puede dar el entorno familiar. Desgraciadamente, la soledad y el abandono son las carencias más graves del anciano y también la injusticia más grande que puede sufrir. Elogia la labor llevada a cabo por la Academia y les recuerda «que el conocimiento médico es verdaderamente ciencia, en su sentido más noble solo si se considera un auxilio con vistas al bien del hombre, un bien que jamás se alcanza contra su vida y su dignidad». Y termina su discurso repitiendo la exhoración de Juan Pablo II: «¡Respeta, defiende, ama y sirve a la vida, a toda la vida humana! ¡Solo siguiendo este camino encontrarás justicia, desarrollo, libertad verdadera, paz y felicidad». El texto original en lengua italiana está publicado bajo el título Ad Plenariam Sessionem Pontificiae Academiae pro Vita (die 5 Martii 2015), en Acta Apostolicae Sedis, año y vol. CVII, nº (6 marzo 2015), pp. 273-275.

Palabras clave: Academia Pontificia para la Vida, Cuidados paliativos, Ancianidad, Agentes Sanitarios, Medicina curativa, Persona humana, Vida, Dignidad, Juan Pablo II, Benedicto XVI, Vitae Mysterium, Asociación Europea de Cuidados Paliativos, Eutanasia, Valores familiares, Control religioso, Oposición generacional, Simone de Beauvoir, Emmanuel Mounier. [Por la redacción de la revista, la autoría del Resumen y de las Palabras clave corresponden a José Martín Pinto].

Queridos hermanos y hermanas:
Os saludo cordialmente con ocasión de vuestra asamblea general, llamada a reflexionar sobre el tema «Asistencia al anciano y cuidados paliativos», y agradezco al presidente sus amables palabras. Me complace saludar especialmente al cardenal Sgreccia, que es un pionero... ¡gracias!
Los cuidados paliativos son expresión de la actitud propiamente humana de cuidarse unos a otros, especialmente a quien sufre. Testimonian que la persona humana es siempre valiosa, aunque esté marcada por la ancianidad y la enfermedad. En efecto, la persona, en cualquier circunstancia, es un bien para sí misma y para los demás, y es amada por Dios. Por eso, cuando su vida se vuelve muy frágil y se acerca a la conclusión de su existencia terrena, sentimos la responsabilidad de asistirla y acompañarla del mejor modo.
El mandamiento bíblico que nos pide honrar a los padres, en sentido lato, nos recuerda que debemos honrar a todas las personas ancianas. A este mandamiento Dios asocia una doble promesa: «Para que se prolonguen tus días» (Ex 20, 12) y –la otra– «seas feliz» (Dt 5, 16). La fidelidad al cuarto mandamiento no sólo asegura el don de la tierra, sino sobre todo la posibilidad de disfrutar de ella. En efecto, la sabiduría que nos lleva a reconocer el valor de la persona anciana y a honrarla, es la misma sabiduría que nos permite apreciar los numerosos dones que recibimos diariamente de la mano providente del Padre y ser felices. El precepto nos revela la fundamental relación pedagógica entre padres e hijos, entre ancianos y jóvenes, con referencia a la custodia y a la transmisión de la enseñanza religiosa y sapiencial a las generaciones futuras. Respetar esta enseñanza y a quienes la transmiten es fuente de vida y de bendición.
Al contrario, la Biblia reserva una severa advertencia a quienes descuidan o maltratan a los padres (cf. Ex 21, 17; Lv 20, 9). Este mismo juicio vale hoy cuando los padres, siendo ancianos y menos útiles, permanecen marginados hasta el abandono; y tenemos muchos ejemplos.
La Palabra de Dios es siempre viva, y vemos bien cómo el mandamiento tiene apremiante actualidad para la sociedad contemporánea, en la que la lógica de la utilidad prevalece sobre la de la solidaridad y la gratuidad, incluso en el seno de las familias. Por lo tanto, escuchemos con corazón dócil la Palabra de Dios que nos viene de los mandamientos, los cuales, recordémoslo siempre, no son vínculos que aprisionan, sino palabras de vida.
«Honrar» hoy también podría traducirse como el deber de tener máximo respeto y cuidar a quien, por su condición física o social, podría ser abandonado para morir o «dejarlo morir». Toda medicina tiene una función especial dentro de la sociedad como testigo de la honra que se debe a la persona anciana y a todo ser humano. Evidencia y eficiencia no pueden ser los únicos criterios que orienten la actuación de los médicos, ni lo son las reglas de los sistemas sanitarios y el beneficio económico. Un Estado no puede pensar en obtener beneficio con la medicina. Al contrario, no hay deber más importante para una sociedad que el de cuidar a la persona humana.
Vuestro trabajo durante estos días explora nuevas áreas de aplicación de los cuidados paliativos. Hasta ahora han sido un valioso acompañamiento para los enfermos oncológicos, pero hoy las enfermedades son muchas y variadas, a menudo relacionadas con la ancianidad, caracterizadas por un desmejoramiento progresivo, y para las que puede servir este tipo de asistencia. Ante todo, los ancianos tienen necesidad del cuidado de sus familiares, cuyo afecto ni siquiera las estructuras públicas más eficientes o los agentes sanitarios más competentes y caritativos pueden sustituir. Cuando no son autosuficientes o tienen enfermedades avanzadas o terminales, los ancianos pueden disponer de una asistencia verdaderamente humana y recibir respuestas adecuadas a sus exigencias gracias a los cuidados paliativos ofrecidos como integración y apoyo a la atención prestada por sus familiares. Los cuidados paliativos tienen el objetivo de aliviar el sufrimiento en la fase final de la enfermedad y al mismo tiempo garantizar al paciente un adecuado acompañamiento humano (cf. Carta encíclica Evangelium vitae, 65). Se trata de un apoyo importante, sobre todo para los ancianos, que, a causa de su edad, reciben cada vez menos atención de la medicina curativa y a menudo permanecen abandonados. El abandono es la «enfermedad» más grave del anciano, y también la injusticia más grave que puede sufrir: quienes nos han ayudado a crecer no deben ser abandonados cuando tienen necesidad de nuestra ayuda, nuestro amor y nuestra ternura. Por lo tanto, aprecio vuestro compromiso científico y cultural para garantizar que los cuidados paliativos puedan llegar a todos los que los necesitan. Animo a los profesionales y a los estudiantes a especializarse en este tipo de asistencia, que no tiene menos valor por el hecho de que «no salva la vida». Los cuidados paliativos realizan algo igualmente importante: valoran a la persona. A todos los que, de diferentes modos, están comprometidos en el campo de los cuidados paliativos, los exhorto a poner en práctica este compromiso, conservando íntegro el espíritu de servicio y recordando que el conocimiento médico es verdaderamente ciencia, en su significado más noble, sólo si se considera un auxilio con vistas al bien del hombre, un bien que jamás se alcanza «contra» su vida y su dignidad.
Esta capacidad de servicio a la vida y a la dignidad de la persona enferma, aunque sea anciana, mide el verdadero progreso de la medicina y de toda la sociedad. Repito la exhortación de Juan Pablo II: «¡Respeta, defiende, ama y sirve a la vida, a toda vida humana! ¡Sólo siguiendo este camino encontrarás justicia, desarrollo, libertad verdadera, paz y felicidad» (ibídem, n. 5).

Deseo que continuéis el estudio y la investigación, para que la obra de promoción y defensa de la vida sea cada vez más eficaz y fecunda. Que os proteja la Virgen Madre, Madre de la vida, y os acompañe mi bendición. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Gracias. [Publicado el 6 de noviembre de 2015].



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